Hoy en día las intervenciones parlamentarias son grabadas mediante sistemas audiovisuales que facilitan su publicación en la prensa.
Antes de eso, las sesiones eran recogidas taquigráficamente, lo que siempre implicaba un margen de inexactitud. A veces, dicho margen daba lugar a malos entendidos y polémicas, pero lo irónico de la cuestión es que siglos antes era al revés y en la Inglaterra dieciochesca ocurrió un suceso que determinó el futuro de la libertad de prensa y el desarrollo político en la Cámara de los Comunes: fue el incidente protagonizado por John Wilkes.
Wilkes, un acomodado burgués londinense que había hecho fortuna en el negocio de la destilación (y con un enriquecedor matrimonio con la hija de un terrateniente, todo sea dicho, de la que se divorció para no volver a casarse más, ganándose fama de libertino pese a que se le conocía con el apodo de “hombre más feo de Inglaterra”), decidió entrar en política en 1757, con sólo veintidós años de edad, apoyando al partido de William Pitt el Viejo, que puede sonar a los lectores españoles por haber sido el impulsor de la Guerra del Asiento de Jenkins y, sobre todo, por el hijo homónimo que siguió sus pasos y llegó a Primer Ministro durante el período de las Guerras Napoleónicas.
El caso es que Wilkes debía ser bastante peculiar, eso que suele llamarse un verso suelto: calavera, demagogo, parlanchín, bromista y radical, hasta el punto de verse envuelto en más de un duelo (en uno incluso resultó herido). De hecho, paralelamente a su nueva vocación fundó un periódico de tono marcadamente satírico, como era frecuente entonces, hasta el punto de que su propio nombre era una burla del que llevaba el periódico de su oponente, el primer ministro escocés John Stuart, The Briton: Wilkes llamó al suyo The North Briton aludiendo al origen geográfico de Stuart. Como se ve, su principal característica era manifestar siempre una ardiente oposición al gobierno, primero con el escocés y luego con su sucesor George Grenville, ganándose la simpatía de la gente con esa actitud algo populista.

La fama le llegó en 1763 por un incidente en el que se vio involucrado el mismísimo rey Jorge III. Acababa de aprobarse el Tratado de París que ponía fin a la Guerra de los Siete Años con Francia (por ese acuerdo España perdió oficialmente La Florida y Menorca, aunque a cambio recuperó Luisiana, La Habana y Manila) y el monarca aprovechó para respaldar su firma durante el tradicional discurso de apertura del Parlamento.
Ese apoyo regio al gobierno sentó mal a la oposición y Wilkes, que además era partidario de la guerra, le criticó duramente en su periódico. Como cabía esperar, la Corona se indignó y mediante un general warrant (orden de detención genérica) le envió a la Torre junto a sus editores, ya que por entonces no se permitía divulgar públicamente lo que se decía en la Cámara. El asunto se convirtió en un escándalo público en el que la opinión popular se puso de parte del detenido: “Wilkes, libertad y número 45” cantaba la gente en alusión al número del ejemplar. La cosa se embrolló más cuando tuvieron que soltarlo una semana después y puso una denuncia por violación de su inmunidad parlamentaria.

Ganó la batalla de la popularidad pero perdió la de la vida cotidiana, ya que entonces le acusaron de publicar unos versos pornográficos -en tono humorístico- sobre una célebre cortesana y tuvo que huir del país, refugiándose en Francia durante cuatro largos años. Luego regresó y fue elegido diputado otra vez pero como aún tenía aquella cuenta pendiente con la justicia, quedó envuelto en una espiral de condenas a prisión, expulsiones del parlamento y reelecciones, hasta que las autoridades tiraron la toalla y le dejaron en paz viendo que su persecución no hacía sino ensalzarle más.
Eso sí, mientras estuvo en prisión se organizó una revuelta al grito de “Sin libertad, sin Rey” que los soldados solventaron a tiro limpio en lo que se llamó la Masacre de St. George’s Fields, finalizada con siete muertos. Aún habría más altercados más tarde y, ya libre, su implacable aguijón siguió picando al poder con una nueva crítica al ejecutivo, esta vez apoyando a los colonos americanos que se habían alzado en armas.
El año 1771 fue muy especial. Primero porque fue nombrado sheriff de Londres y segundo porque pasaría a la historia británica debido a aquel lío desatado tiempo atrás a costa de los discursos parlamentarios, que fraguó en una ley -insólita en toda Europa- que regulaba las intervenciones de los diputados, autorizando por primera vez su transcripción literal y permitiendo así el acceso de la prensa a las sesiones que, a su vez, podría informar a los electores para que pudieran ejercer el control de su actividad y comprobar el cumplimiento de lo prometido. Las bases de la política moderna, se podría decir.
Por lo demás, Wilkes culminó el acceso al establishment en 1774, con su elección como Lord Mayor, es decir, alcalde de la capital. Su titularidad en ese cargo coincidió con el estallido de los Gordon Riots: la aprobación dos años antes de la Papist Act, la ley que debía reducir la discriminación a la que estaban sometidos los católicos británicos, provocó el asalto y saqueo de las propiedades de éstos, acusados de favorecer una invasión por parte de España y Francia (en esos momentos a Inglaterra se le estaba poniendo cuesta arriba la guerra contra sus colonos americanos y los franceses acababan de enviar tropas al mando del conde de Lafayette mientras que los españoles hacían lo mismo con Bernardo de Gálvez) aunque, como suele pasar, las razones de fondo estaban en la crisis político-económica que sufría el país por la caída del comercio colonial y la imposición del sufragio censitario.
El nombre se debía a Lord George Gordon, líder de la llamada Asociación Protestante, que aglutinaba a los descontentos luteranos, calvinistas y anglicanos. Cuando la turba amenazó con entrar en el Banco de Inglaterra, Wilkes, partidario de la tolerancia religiosa desde joven, puso orden con mano dura recurriendo a la milicia.

De todas formas, poco a poco había ido alejándose del radicalismo para hacerse más conservador en ciertos aspectos, sumándose a las filas de William Pitt hijo. Ello, combinado con su actuación en los Gordon Riots, le hizo perder la simpatía popular que le había encumbrado y pasó a ser acusado por la plebe de hipócrita y traidor, quedándose sin escaño en 1790. Entonces se retiró definitivamente de la vida política, pasando a trabajar como juez; en ese cargo, se distinguió siempre por dictar penas más moderadas que sus colegas. Falleció en 1797.
Fuentes: John Wilkes: The Scandalous Father of Civil Liberty (Arthur Cash) / Escritos políticos (Samuel Johnson) / John Wilkes: A Friend to Liberty (Peter D. G. Thomas) / Wikipedia.
John Wilkes, el primer defensor de la libertad de prensa se publicó en LBV Magazine