No es raro que localidades nacidas al albur de alguna fuente de riqueza terminen decadentes o incluso abandonadas cuando ésta se agota. Ocurre en todo el mundo, aunque el modelo clásico es el del pueblo fantasma de la Fiebre del Oro norteamericana.
Ahora bien, lo que ya no resulta tan normal es que esos lugares se dejen al poco de fundarse y en eso hay uno que se lleva la palma de lo estrambótico: la ciudad de Kitsault.
Se encuentra en la Columbia Británica, la provincia más occidental de Canadá, asomada al océano Pacífico. Kitsault está en la parte norte, en la desembocadura del río que lleva su nombre, entre Alice Arm y la comunidad Gits’oohl (nombre del que deriva, como puede deducirse) que habitan los indios nisga.
Su origen fue minero, en efecto, pero mucho más reciente de lo que parecería a priori. De hecho, dentro de poco cumplirá un siglo porque fue en 1918 cuando se abrió la mina de plata Dolly Varden, punto primigenio merced al establecimiento de un buscador llamado Alfred Taylor.
Taylor, que hoy da nombre a una empresa afincada en Vancouver, impulsó aquel precario asentamiento construyendo cabañas, tiendas e incluso un tendido ferroviario de dieciséis kilómetros que enlazaba el casco urbano -por llamarlo de alguna forma- con el yacimiento de plata y facilitaba el transporte del mineral.
Aquellos tiempos de crecimiento paulatino sólo duraron tres años porque, como solía ocurrir, el dueño del enclave se vio envuelto en litigios judiciales por la propiedad de la concesión; no obstante, ganó y siguió explotando el sitio -de forma cada vez menos productiva-, haciendo que Kitsault fuera transformándose en una localidad de verdad; es más, fue él quien apadrinó el proyecto de construcción del elemento arquitectónico más destacado que aún perdura hoy, el Lions Gate Bridge, un puente colgante fundamental para el tráfico rodado de la región.
Sin embargo, el agotamiento de la plata determinó la despoblación del lugar hasta que en 1979 se descubrió en el subsuelo la presencia de molibdeno, un metal que se emplea, entre otras cosas, en aleaciones para la fabricación de aviones y automóviles, en la industria petrolera como catalizador para eliminar el azufre y en la elaboración de isótopos nucleares.
Así que la compañía estadounidense Phelps Dodge Mining Corporation se hizo con su explotación y levantó una nueva Kitsault para sus trabajadores, que llegaron a ser unos mil doscientos y tenían que venir de fuera porque aquel paraje está algo aislado. Había siete edificios de apartamentos y un centenar de viviendas unifamiliares (unos y otras amuebladas y dotadas de teléfono y TV por cable), restaurante, oficina postal, escuela, centro comercial, puerto deportivo, dispensario médico, biblioteca, cine, gimnasio, piscina e incluso una bolera.
Doscientos cincuenta millones de dólares, costó. Pero una maldición parecía caer sobre aquella precaria urbe una y otra vez: en 1982 se hundió el mercado del molibdeno y Phelps Dodge recogió los trastos y se fue con toda la gente; apenas habían estado allí año y medio.
Kitsault volvió a quedar en hibernación durante veintidós años, vacía y abandonada como en una estampa clásica del Far West, con tan sólo un matrimonio residente dedicado exclusivamente al mantenimiento de los edificios. Así llegó 2004 y con él otro de esos inefables empresarios estadounidenses, en este caso de origen hindú. Se llamaba Krishnan Suthanthiran y compró el pueblo por algo más de cinco millones y medio de dólares, a los que sumó otros dos en una primera restauración que, con el tiempo, ha ido ampliándose y, al parecer, lleva ya la módica cifra de veinticinco millones invertidos.
Su idea inicial era convertir Kitsault en una especie de resort eco-turístico habilitado especialmente para investigadores de la naturaleza, pero han pasado trece años y el lugar sigue cerrado al público, quizá por las dificultades en los accesos; aunque curiosamente presenta un aspecto impecable e incluso tiene luz y agua.
Entretanto han ido desfilando, uno tras otro, multitud de proyectos de uso: reapertura de la mina, reconversión en estudio cinematográfico… La última idea es instalar una fábrica de gas líquido y una refinería para exportar a Asia, lo que requeriría una inversión mucho más contundente, entre veinte mil y treinta mil millones. Eso fue en 2014 y hoy Kitsault sigue durmiendo sola.
Más información y fotos: Web oficial de Kitsault