¿Hay algo que, a priori, sea más soso y gris que una tapa de alcantarilla? Sea cual sea la respuesta, al menos Japón constituye una excepción. A lo largo y ancho del país del sol naciente se puede uno encontrar con miles de esos elementos urbanos que son todo lo contrario a lo expuesto en la pregunta: divertidos y polícromos.
Esos discos de hierro se han convertido allí en obras de arte, decoradas con dibujos y estampas a todo color -todos diferentes entre sí- que cambian completamente el aspecto de la calle: árboles, paisajes, flores y aves son los motivos más frecuentes. Es más, hay una Sociedad Japonesa de Tapas de Alcantarilla que se encarga de incluirlas en un registro ad hoc, en el que ya lleva seis mil modelos inscritos.
Incluso abundan grupos de aficionados a la fotografía -Japón siempre será Japón- que se lanzan a retratar cada nueva tapa de ese tipo que se coloca, intercambiándose las imágenes entre sí a través de páginas web y redes sociales. Claro que también hay profesionales que han publicado recopilaciones, como Remo Camerota en su libro Drainspotting o S. Morita en su Flickr.
El alcantarillado se empezó a instalar relativamente tarde en Japón, durante la oleada modernizadora de la época Meiji. Sin embargo fue en 1985 cuando un alto funcionario gubernamental autorizó que cada ayuntamiento pudiera diseñar su propio modelo de tapa para dar a conocer entre los ciudadanos los proyectos de gestión de aguas. Desde entonces casi todos los municipios rivalizan en conseguir el más bonito, para lo que incluso convocan concursos públicos.
El resultado es que, hoy en día, las manhoru (alcantarillas) ofrecen ese original aspecto, aunque la costumbre se ha extendido también a las tapas de registros.
Foto: S. Morita en Flickr
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