Quantcast
Channel:
Viewing all 8229 articles
Browse latest View live

Cuando el sultán de Marruecos se ofreció a las Cortes para ocupar el vacante trono de España en 1870

$
0
0

En 1870 las Cortes Españolas recibieron una carta remitida por el sultán de Marruecos con una insólita propuesta: ofrecía su candidatura al trono de España.

El trono estaba vacante desde que la Gloriosa Revolución de dos años antes hubiera provocado el exilio de la reina Isabel II y su posterior abdicación en su hijo Alfonso. En su carta el dirigente musulmán invocaba para ello el recuerdo de Al Ándalus.

Entre el 19 y el 27 de septiembre de 1868 España vivió días de efervescencia revolucionaria. Una sublevación que aunaba elementos militares y civiles se alzó contra la monarquía de Isabel II, que llevaba tambaleándose ya un tiempo: progresistas y demócratas, unionistas y republicanos reunidos en el Pacto de Ostende orquestados por la batuta del general Prim y otros mandos -Serrano, Topete, Dulce, Rodas…- y, bajo el lema España con honra, se alzaron en armas.

Tras una breve batalla en el Puente de Alcolea forzaron a la reina a abandonar el país, quedando al frente un Gobierno Provisional.

La tarea principal para Prim, una vez que el Congreso aprobó una nueva constitución en la que la forma de estado seguía siendo la monarquía, fue encontrar un nuevo titular para ésta.

Inició así una larga ronda de negociaciones y sondeos por Europa en busca de una dinastía que relevara a la borbónica. Múltiples casas reales empezaron a postularse, en una especie de reedición de lo que había pasado a la muerte de Carlos II en 1700.

Batalla de Alcolea/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

De todas las candidaturas barajadas, hubo algunas que resultaban imposibles en la práctica, bien por desinterés del elegido (caso del general Espartero, que era el favorito popular), bien por renuncia (Fernando II, regente viudo de Portugal, que tenía mucho apoyo pero que rechazó la oferta por presiones de una Inglaterra recelosa de una posible unión peninsular, aparte de que acababa de casarse de nuevo y su nueva esposa no quería ni oir hablar de “la peligrosa jaula de grillos española”) o bien por incompatibilidad con el régimen (como la del pretendiente carlista Carlos VII, que se negaba a compartir la soberanía con una constitución democrática).

Otras estuvieron cerca de fructificar pero al final fallaron, como pasó con el duque de Montpensier: secundado por Francia, perdió sus opciones al verse envuelto inoportunamente en un duelo en el que mató a su concuñado Enrique de Asís cuando éste le acusó de conspirar contra Isabel II para ocupar su puesto.

Tampoco pudo reinar Leopoldo de Höhenzollern-Sigmaringen, candidato ofrecido por Bismarck al que los españoles rebautizaron Olé, olé si me eligen u Olla sorda sin laringe por sus impronunciables apellidos; Napoleón III lo vetó radicalmente, ofensa que Bismarck usó como excusa para astutamente provocar a París y hacer que declarase una guerra que esperaba ganar.

Fernando II y su segunda esposa/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

También estaban las dinastías que se desecharon por considerarlas un riesgo incierto, como las de los páises nórdicos, ya que se temía que la falta de arraigo pudiera provocar un final como el sufrido por Maximiliano I en México.

Y por último quedaban las opciones que ni siquiera se tuvieron en cuenta, como el hijo de la reina exiliada (el futuro Alfonso XII, que además en ese momento sólo tenía doce años) o el autor de la epístola que, tal como indicaba al principio, se recibió en las Cortes.

Se trataba de Sidi Mohamed ben Abderramán, un personaje que no resultaba ajeno a la historia reciente de España porque fue bajo su mandato cuando tuvo lugar la llamada Guerra de África entre 1859 y 1860.

En aquellos años el gobierno español estaba en manos de la Unión Liberal, un partido creado por el general Leopoldo O’Donnell para ocupar el hueco que había entre moderados (conservadores) y progresistas.

Montpensier y Leopoldo/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Para terminar con la polarización política, aplicó lo que entonces se llamaba política de prestigio, es decir, una serie de intervenciones militares exteriores que desviaran la atención de los problemas internos y unieran a los españoles en una causa común.

Así se sucedieron la expedición a Cochinchina, la intervención en México, la reincorporación de Santo Domingo a la corona y la Guerra del Pacífico. También la citada campaña por el norte marroquí, donde se utilizó como casus belli un incidente sin importancia, la destrucción en Ceuta de un mojón fronterizo de piedra que tenía labrado el escudo nacional, aunque con los antecedentes de la protección otorgada en aquellas costas a la piratería.

El conflicto coincidió con la muerte del anciano sultán, Muley Abderramán, y su sucesión por parte de su cuarto hijo, que aconsejado por Inglaterra accedió a compensar los daños. Pero la indemnización exigida fue desproporcionada y no hubiera podido satisfacerla sin perder su puesto, así que sonaron tambores bélicos.

Leopoldo O’Donnell / Imagen:dominio público en Wikimedia Commons

El propio O’Donnell se puso al frente de cuarenta mil hombres, divididos en tres cuerpos que mandaban los generales Echagüe, Zavala y Ros de Olano, con Prim dirigiendo la reserva y Alcalá Galiano la caballería.

Delante, un enemigo superior numéricamente pero muy inferior en equipamiento, armado con anticuadas espingardas artesanas y bastante desordenado en lo táctico, lo que reducía los resultados prácticos de su indudable arrojo en combate. Su jefe era Muley el-Abbas, hermano primogénito del sultán.

Sidi Mohamed ben Abderramán, nacido en Fez en 1810, era un hombre culto, un estudioso y traductor de los clásicos, la astronomía y geometría (de hecho, él mismo inventó un artilugio que combinaba las funciones de reloj, barómetro y altímetro), interesándose asimismo por la poesía, la música y la filosofía.

O sea, todo lo contrario a lo que en principio era un guerrero, por eso durante todo el conflicto mantuvo un comportamiento pasivo y distante, dejando la estrategia en manos de Muley el-Abbas.

La Batalla de Tetuán (Mariano Fortuny)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como cabía esperar, los españoles se impusieron en todas las batallas: Los Castillejos, Tetuán y Wad-Ras. Corresponsales ilustres como Pedro Antonio de Alarcón o Núñez de Arce dejaron testimonio de la campaña, que pese a la victoria resultó decepcionante porque se registró un enorme número de bajas a causa del tifus, el coste fue de doscientos millones de reales y hubo que parar cuando Inglaterra dijo basta al considerar peligroso que los españoles llegasen a Tánger.

Como las ganancias fueron escasas (ampliación de la frontera ceutí al alcance de un tiro de obús, pesquerías en Sidi-Ifni y una indemnización de cuatrocientos sesenta millones de reales), no extraña que se acuñase la expresión “guerra grande con una paz chica” para definir aquella aventura.

La Paz de Wad Ras (J.D. Bécquer)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Además, a la larga sería contraproducente: el sultán no pudo satisfacer aquella ingente cantidad de dinero y se vio obligado a ceder la mitad de los derechos aduaneros de sus ciudades portuarias.

Entre eso, la derrota militar y que no pudo terminar el pago hasta catorce años después, quedó desacreditado y su autoridad socavada ante su gente, creciéndose las tribus rifeñas, levantiscas por tradición y mucho más agresivas hacia España.

De todas formas, la finalización de ese pago ya no le correspondió a Sidi Mohamed ben Abderramán sino a su sucesor, su hijo Muley Hasán, porque falleció en 1873.

Su propuesta al trono español ni siquiera se dio por recibida y no fue incluida en la lista de candidatos que se votó en las Cortes en noviembre de 1869. El mismo año del óbito abdicó el hombre que finalmente se había proclamado rey de España, Amadeo de Saboya, harto de obstáculos y desplantes, tras un reinado efímero.

Fuentes: Historia de España contemporánea (José Luis Comellas) / Historia política, 1808-1874 (Ana Clara Guerrero, Ana Guerrero Latorre, Juan Sisinio Pérez Garzó y Germán Rueda Hernanz) / Al sur de Tarifa: Marruecos-España, un malentendido histórico (Alfonso de la Serna) / Aproximación a los antecedentes, las causas y las consecuencias de la Guerra de África (1859-1860) desde las comunicaciones entre la diplomacia española y el Ministerio de Estado (Óscar Garrido Guijarro).


Los Estados Unidos crearon un anillo artificial de agujas de hilo de cobre alrededor de la Tierra en 1963

$
0
0

Millones de pequeñas agujas de hilo de cobre fueron puestas en la órbita media de la Tierra, a unos 3.700 kilómetros de altitud a principios de la década de 1960, formando un anillo artificial.

En esa época, la de la Guerra Fría, la mayoría de comunicaciones se realizaban mediante cables submarinos o a través de la radio, cuyas ondas electromagnéticas necesitaban ser rebotadas por la ionosfera terrestre.

Con el fin de reforzar esa capa natural imprescindible, y al mismo tiempo conseguir que las comunicaciones de larga distancia no puedieran sufrir sabotaje por parte de los soviéticos, los norteamericanos pusieron el marcha el proyecto West Ford (en español conocido como Agujas de Westford).

Desarrollado por el Laboratorio Lincoln del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) para las fuerzas armadas entre 1961 y 1963, el objetivo era crear una ionosfera artificial poniendo en órbita un anillo formado por 480 millones de pequeñas antenas dipolo de cobre de 1,78 centímetros de longitud y de un grosor inferior al de un cabello humano.

La idea había sido del ingeniero Walter E. Morrow, quien en 1958 propuso que las pequeñas agujas de cobre serían un magnífico reflector permanente para las ondas de radio, lo que permitiría a los militares estadounidense comunicarse con sus bases más lejanas, al mismo tiempo que las comunicaciones serían inmunes a las perturbaciones solares. Las erupciones solares podían afectar a la ionosfera natural provocando apagones en las señales de radio, algo que, desde el punto de vista militar podía llegar a ser desastroso.

Tamaño de las agujas / foto MIT

El primer intento se llevó a cabo, sin éxito, el 21 de octubre de 1961. El dispositivo diseñado para dispersar las agujas, lanzado a bordo de un satélite, falló y éstas quedaron formando cuatro o cinco pequeños grupos aislados y compactos, lo cual resultaba inservible para el propósito esperado. Un segundo intento, el 9 de mayo de 1963, sí tuvo éxito pero con una cantidad menor de agujas, entre 120 y 125 millones.

El anillo artificial se formó en la órbita terrestre, con unas 50 agujas por cada 4 kilómetros cúbicos, y en pocos días se comenzaron a hacer pruebas. Las primeras transmisiones alcanzaron una velocidad de 20 kilobits por segundo, con buena calidad de voz. Pero como las agujas continuaron dispersándose cada vez más, en apenas cuatro meses la velocidad había disminuido a 100 bits por segundo.

Modelo del dispensador utilizado / foto Damn Interesting

Numersosos astrónomos de todo el mundo protestaron por la iniciativa norteamericana ya que el cobre podía interferir con las observaciones de los telescopios de todo el mundo. Los soviéticos acusaron a Estados Unidos de ensuciar el espacio, y la polémica llegó incluso a las Naciones Unidas, donde el embajador norteamericano tuvo que dar explicaciones.

Para defender el proyecto argumentó que la presión de la luz solar haría que las agujas solo permanecieran en órbita unos tres años. Algo que se reveló como no cierto. Además, existía el precedente del proyecto Starfish, llevado a cabo solo un año antes, en 1962, cuando los norteamericanos hicieron detonar una bomba nuclear de 1,4 megatones a una altitud de unos 400 kilómetros inyectando radiación al escudo magnético del planeta y creando un cinturón de Van Allen artificial.

Tamaño de las agujas comparado con un sello / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Finalmente el proyecto fue abandonado pocos meses después de su puesta en marcha, debido al desarrollo de los modernos satélites de comunicaciones, con el lanzamiento del Telstar ya en 1962.

La mayoría de las agujas de cobre acabaron por caer a la Tierra, donde hoy se las puede hallar sobre el hielo y la nieve de ambos polos. Sin embargo, todavía hoy quedan 46 grupos de agujas en la órbita terrestre, entrando en ocasiones a la atmósfera y precipitándose a la Tierra. Forman parte de la basura espacial en la que se incluyen otros objetos como satélites y restos de lanzamientos espaciales. Su posición se puede consultar en Stuff In Space.

Fuentes: The Harvard Crimson / Damn Interesting / Network World / NASA Orbital Debris / Wikipedia.

Henrietta Lacks, la mujer que tenía células inmortales

$
0
0

Si como dicen algunos los caminos del Señor son inescrutables los de la ciencia no le van a la zaga y, a veces, resultan igual de sorprendentes y casuales.

Fleming se encontró con la penicilina al hallar un moho inesperado en un cultivo, Röntgen descubrió los rayos X cuando vio los huesos de su mano proyectados sobre una pared, la viagra derivó de un experimento sobre el tratamiento de la angina de pecho y Colón no buscaba un nuevo continente sino una ruta alternativa a las Indias.

Por eso no es de extrañar que el doctor George Otto Gey tuviera que frotarse los ojos cuando se puso a estudiar la biopsia que le había hecho a una paciente poco antes de su fallecimiento por cáncer: ¡aquellas células seguían vivas!

Su infortunada dueña se llamaba Henrietta Lacks y había muerto el 4 de octubre de 1951 a causa de una insuficiencia renal originada por una metástasis que, como se comprobó en la autopsia, se le había extendido por el organismo.

Tenía treinta y un años y llevaba luchando contra la enfermedad desde que se la diagnosticaron en agosto del año anterior; todos los tratamientos -radioterapia, qumioterapia- se revelaron inútiles, máxime teniendo en cuenta que el cáncer se le complicaba con una poliomelitis y varias afecciones venéreas (neurosífilis y gonorrea aguda), éstas últimas probablemente decisivas para el desarrollo de un carcinoma de cérvix.

Proceso de subdivisión de una célula HeLa/Foto: Thomas Deerinck en Smithsonian

El doctor Gey recogió una muestra del tumor porque, tal como le había advertido el ginecólogo, era diferente a otros que había visto. Y, efectivamente, se llevó una sorpresa mayúscula al comprobar que el cultivo celular se mantenía activo, con las células dividiéndose en su proceso de multiplicación natural.

Todo un hallazgo científico convenientemente bautizado con el nombre de HeLa (acrónimo evidente de Henrietta Lacks), si bien el apelativo popular inevitable fue el de células inmortales.

La importancia radicaba en que las células cancerosas demostraban tener capacidad para ser cultivadas en laboratorio, en el ámbito de la investigación médica, de forma ilimitada.

De hecho, Gey donó a la ciencia el cultivo y todo el material desarrollado en su trabajo, que a la postre ha sido fundamental para conseguir la vacuna de la poliomelitis, así como para avanzar en el conocimiento de otras enfermedades como el cáncer o el SIDA, por ejemplo, o perfeccionar terapias génicas contra la leucemia y el Párkinson.

El doctor Gey/Foto: Wikimedia Commons

Sin embargo, no fue un camino fácil. Grey tuvo que enfrentarse a un proceso jurídico por haber tomado las muestras sin permiso ni de la paciente ni de su familia.

En aquella época no se exigía formalmente pero aún así el caso acabó en los tribunales, que finalmente dictaminaron confirmando el uso de entonces: el material obtenido por un médico durante la atención a sus enfermos era propiedad de dicho profesional o de la institución donde trabajase; en consecuencia, los tejidos orgánicos de una persona dejan de ser de ésta en esas circunstancias.

La polémica se originó cuando los familiares de Henrietta se enteraron a mediados de los setenta, veinte años después del óbito, del protagonismo alcanzado por su infortunada hija. ¿La razón? Doble. Les habían llamado para solicitarles muestras de sangre, primero para obtener más células inmortales (porque algunas de las HeLa habían resultado contaminadas por otros cultivos); y segundo, para analizar su ADN y tratar de comprender mejor la singularidad de Henrietta.

Resultó que nadie más la poseía, siendo así un caso único en el mundo. Algo especialmente curioso porque a partir de aquel puñado de células originales han crecido cerca de cincuenta toneladas, lo que obviamente significa bastante más de las que tenía en su cuerpo la propia donante.

Primera imagen tomada de las células HeLa en 1951/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Y a todo esto ¿quién era Henrietta Lacks? Pues alguien a quien jamás se le pasaría por la cabeza que un día su nombre formaría parte de los anales de la medicina. Una persona normal, no especialmente brillante, analfabeta y cultivadora de tabaco.

Nacida el 1 de agosto de 1920 en Roanoke, Virginia, un lugar de reverberancias históricas misteriosas (véase En busca de la colonia perdida de Roanoke) y que probablemente no era el más idílico para alguien de raza negra en aquellos años.

Hija de un sencillo empleado ferroviario llamado John Randall Pleasant y su mujer Eliza, parece ser que el verdadero nombre de Henrietta era Loretta, ignorándose cuándo y por qué se lo cambió.

Sí sabemos que el apellido lo adoptó de su marido David, que también era su primo; en realidad convivían ya desde pequeños en casa de sus abuelos con todos sus hermanos tras la muerte de Eliza, acaecida al dar a luz al décimo de la familia. De hecho, Henrietta (o Loretta) tuvo dos hijos prematrimoniales con David, de ahí la boda, celebrada en abril de 1941.

Henrietta y su marido en 1945/Foto: NPR

Luego se establecieron en Maryland y tuvieron tres niños más. El último nació en el Hospital John Hopkins apenas cuatro meses y medio antes de que a su madre se le diagnosticara el cáncer que la mataría.

Los tintes tremendistas de esta historia se agudizan con el dato de que una de las hijas de Henrietta, Elsie, sufrió abusos en el Negro Insane, una institución después rebautizada Crownsville Hospital Center, donde había sido ingresada en 1950 -era discapacitada mental y sordomuda- y donde falleció un lustro más tarde, a la edad de dieciséis, tras de ser sometida a una trepanación sin autorización.

Henrietta había acudido al Hospital John Hopkins, el único de la zona que aceptaba pacientes negros, a causa de un fuerte dolor en el vientre que llegaba a producirle importantes hemorragias y que, en contra de lo que creía su entorno, no era otro embarazo sino un cáncer cervical; concretamente se le diagnosticó carcinoma epidermoide maligno en el cuello del útero, aunque una revisión del caso en 1970 se corrigió ese diagnóstico cambiándolo por un adenocarcinoma, confusión habitual en esos años.

Letrero recordando la vida de Henrietta/Foto: Emw en Wikimedia Commons

Fue enterrada en una tumba sin nombre en un cementerio de Halifax que los descendientes de propietarios esclavistas donaron a las familias de sus antiguos esclavos. Se desconoce la localización exacta del sepulcro, aunque se cree que es vecina de la de su madre y por eso en 2010 un colaborador del doctor Grey costeó una lápida con epitafio que colocó allí.

Fue una de las múltiples iniciativas que se llevaron a cabo -entre ellas una fundación con su nombre- para reconocer de alguna manera el papel de aquella mujer y compensar el malestar de sus familiares por no haber sido informados durante tanto tiempo.

Aunque la polémica no acabaría porque en 2013 se publicó en Internet la secuenciación completa de su genoma, de nuevo sin permiso, y ante las protestas tuvo que retirarse al poco.

Lo verdaderamente irónico de todo esto está en que lo que segó prematuramente la vida de Henrietta terminaría por ser también la salvación para miles de vidas.

Fuentes: The Henrietta Lacks Foundation / La vida inmortal de Henrietta Lacks (Rebecca Skloot) / A Conspiracy of Cells. One Woman’s Immortal Legacy-And the Medical Scandal it Caused (Michael Gold) / Smithsonian

Cuando tres agentes británicos robaron las reservas de diamantes de Ámsterdam ante la invasión alemana

$
0
0

En 1959 Londres acogió el estreno de una de aquellas películas sobre la Segunda Guerra Mundial que tanto abundaron en las décadas posteriores a ésta.

De producción británica, se titulaba Operation Amsterdam (aquí en España se cambió por El robo del siglo) y estaba dirigida por Michael McCarthy, un cineasta menor que quizá firmó con ella su mejor obra.

Protagonizada por Peter Finch, es la adaptación del libro de David Walker Adventure in diamonds, que narra un poco conocido episodio que ocurrió durante la invasión alemana de los Países Bajos: una operación para llevarse los diamantes que había en la capital holandesa antes de que lo hiciera el enemigo.

En el film, los encargados de llevar a cabo la misión son un experto en gemas, un agente del servicio secreto y un mayor del ejército.

Los tres correspondían al trío que realmente protagonizó los hechos: William Woltman, experto gemólogo holandés afincado en Inglaterra; Jan Smits Kor, célebre distribuidor de diamantes, y Montague Reany Chidson, alias Monty, teniente coronel de artillería que estaba al mando de la operación.

Monty había combatido como aviador en la Primera Guerra Mundial, en la que cayó prisionero y regresó convertido en héroe. En 1940, ya con cuarenta y ocho años, gozaba de un apacible destino como agregado militar de la embajada británica en Holanda porque conocía bien el país, ya que su esposa era de esa nacionalidad. Pero la mañana del viernes 10 de mayo de ese año las cosas cambiaron radicalmente cuando la Wehrmacht inició la invasión.

Cartel de la película/Foto: Clásicos en DD

Aunque ya habían caído Noruega y Dinamarca, los holandeses pensaban que Hitler respetaría su neutralidad, declarada precisamente por ser conscientes de su incapacidad militar para frenar un hipotético ataque.

Así, la única defensa se basaba en la tradicional Línea de Agua y en su complemento, la Línea Grebbe, ambas conceptualmente obsoletas porque se basaban en inundar los campos, como en la época de los Tercios, obviando que los paracaidistas podían salvar ese obstáculo, como así sucedió.

A pesar de que los alemanes destinaron a Holanda sus tropas más débiles, el 18º Ejército, compuesto por cuatro divisiones y otras tres de reserva carentes de experiencia y por ello reforzadas con varias divisiones SS, Holanda fue ocupada en sólo una semana mientras la Familia Real era evacuada a Inglaterra.

Líneas de defensa holandesas ante el ataque alemán/Imagen: Niels Bosboom en Wikimedia Commons

Y, sin embargo, no faltaron advertencias del peligro. Algunos mandos germanos, molestos con la idea de atacar un país que no sólo era neutral sino que les había apoyado en la guerra anterior, enviaron solapadamente avisos de lo que se preparaba.

Monty era de los que estaban informados porque, al fin y al cabo, se trataba de su trabajo: era agregado militar, sí, pero como solía implicar ese puesto, también formaba parte del MI6, la sección en el extranjero del servicio de espionaje británico, en la que había ingresado procedente del MI5 (la sección que operaba en Gran Bretaña).

Monty estaba en La Haya cuando saltó la noticia de la invasión y su presencia fue reclamada de forma inmediata en Londres. Una vez allí se le pidió que diseñase urgentemente un plan para llevarse de Ámsterdam la mayor cantidad posible de diamantes industriales, que se almacenaban en la capital holandesa.

Hay que tener en cuenta que no se la llamaba la Ciudad de los diamantes porque sí; llevaba cuatro siglos siendo el mayor centro mundial de comercio y talla de esas piedras preciosas y, dado que ese negocio estaba fundamentalmente en manos de la comunidad judía, parecía previsible que los nazis se lo arrebataran.

Como no había tiempo que perder, la noche del sábado el destructor HMS Walpole llevó al trío de agentes hasta la costa continental, donde transbordaron a un pesquero que les dejó en un muelle.

El buque volvería a por ellos en catorce horas; ése era el exiguo tiempo de que disponían para conseguir el botín y ponerse a salvo. Consiguieron un coche y llegaron a Ámsterdam, donde se había declarado el estado de guerra y se esperaba la aparición de los alemanes en breve.

HMS Walpole/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

A toda prisa, establecieron contacto como los hebreos y les plantearon la situación: debían trasladar su mercancía a Inglaterra cuanto antes o la perderían. No fue fácil convencerles porque algunos, con cierta ingenuidad, creían que ésa era su única baza para negociar con los nazis, sin contar las posibles represalias que éstos tomasen contra ellos al ver que los diamantes ya no estaban. No obstante, se facilitó al comando el acceso al principal mercado para que pudiera entrar y llevarse cuanto pudiera.

Lamentablemente, resultó que la mayor parte de la mercancía no estaba allí sino en la cámara acorazada de un banco. Aún así decidieron probar suerte.

Ayudados por gente de la resistencia holandesa, que al parecer ya había organizado sus primeros núcleos visto el panorama que se avecinaba (los grupos nazis locales ya se enseñoreaban por las calles), entraron en el edificio y llegaron hasta dicha cámara, encontrando que tenía un sistema de apertura retardado que no permitiría entrar a las cajas hasta el lunes. Demasiado tiempo para esperar, así que empezaron a probar combinaciones para intentar abrirla.

Mayor Montague Reaney Chidson/Foto: Special Forces

Sin embargo, la tarea se prolongó y se prolongó durante casi veinticuatro horas y sólo la información recopilada por los colaboradores holandeses les permitió, por fin, tener vía libre y vaciar cuantas cajas pudieron.

Luego, Monty y sus compañeros huyeron y de alguna forma alcanzaron Inglaterra, no está claro si a bordo del HMS Waldpole -que les habría ido a buscar pese a superar el plazo convenido- o por su cuenta.

El botín, si es que se puede llamar así, fue entregado a la reina Guillermina y su gobierno. Se ignora la cantidad exacta de diamantes que sustrajeron, así como su valor, aunque hay quien considera que podría tratarse del mayor robo de la historia de ese producto.

Lo que sí fue oficial fue la concesión de la Orden de Servicio Distinguido a Montague Reaney Chidson, tal como se publicó en el London Gazette (algo así como el BOE británico) poco más de un mes más tarde, el 20 de diciembre de 1940, por el valor demostrado en Francia y Flandes.

Elyesa Bazna, alias Cicerón/Foto: Fleming’s Bond

Monty no terminó ahí su participación en la Segunda Guerra Mundial, ya que en 1943 fue destinado a la embajada en Turquía como jefe de seguridad. En esa misión no estuvo tan fino, pues el mayordomo del embajador resultó ser Elyesa Bazna, más conocido por el nombre en clave de Cicerón, uno de los espías más activos de que dispusieron en ese conflicto los alemanes, a los que facilitó fotografías de decenas de documentos.

Tirando de ironía se podría decir que, al fin y al cabo, lo de Monty no era garantizar la seguridad sino precisamente lo contrario, y pasó a la posteridad como el mejor desvalijador al servicio de Su Majestad.

Fuentes: El Correo/Nonsei2GM/Adventure in diamonds (David E. Walker)/MI6 and the Machinery of Spying (Philip H.J. Davies)

La gran masacre de mascotas en Reino Unido ante el estallido de la Segunda Guerra Mundial

$
0
0

Al comienzo de la Segunda Guerra Mundial el gobierno de Londres distribuyó un folleto en el que recomendaba a la gente poner a salvo sus mascotas en el campo.

Y, si no tenían esa posibilidad, sacrificarlas por su propio bien, dada la penuria que se iba a abatir inminentemente sobre el país. En consecuencia, aproximadamente setecientos cincuenta mil animales murieron en una semana, el doble que de británicos en todo el conflicto.

El impacto de una guerra sobre la población civil siempre ha sido devastador, bien por las acciones militares directas que ésta ha de sufrir casi como si fuera combatiente, bien por las privaciones derivadas de la escasez.

Ahora bien, actualmente la presencia masiva de los medios de comunicación en los últimos conflictos ha permitido descubrir que también los animales son víctimas y no sólo los que tradicionalmente formaban parte de los ejércitos, como caballos, mulas, perros o palomas; en ese sentido, las imágenes del zoo de Irak, con sus inquilinos convertidos en esqueletos vivientes tuvieron amplia repercusión.

Pero hay pocos zoos y, en cambio, muchísima gente tiene mascotas. No es algo que ocurra sólo ahora. En el verano de 1939, los vientos de guerra soplaban ya con tanta fuerza que todos esperaban el estallido de las hostilidades tarde o temprano.

Fue en ese contexto cuando se creó el NARPAC (National Air Raid Precautions Animals Commitee) un organismo pensado para ocuparse del problema de las mascotas en un contexto bélico.

Soldado llevando un perro al Battersea Dogs & Cats Home/Foto: BBC

El NARPAC era una extensión del famoso ARP (Air Raid Precaution), establecido en 1937 para proteger a los civiles en caso de ataques aéreos. Su organización se basaba en comités locales en los que formaban guardias voluntarios de diversos tipos: vigilantes, conductores de ambulancias y mensajeros, por ejemplo, que se coordinaban con los bomberos y la policía.

Ellos eran los que se aseguraban de que las luces de los hogares se apagaban durante los ataques, los que realizaban los informes de daños en las casas causados por las bombas, los que dirigían a los ciudadanos hacia los refugios, etc.

Su imagen resulta familiar por verlos a menudo en películas. Inicialmente, los guardias no tenían uniforme y tan sólo llevaban un brazalete y un casco; a partir de 1941 ya contaron con ropa específica de campaña, de color azul. Cerca de millón y medio de hombres y mujeres formaron parte de ese servicio a lo largo de la guerra, de los que ciento treinta y un mil lo hicieron a tiempo completo.

Póster del ARP/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Aquel verano el NARPAC distribuyó un pasquín informativo entre los ciudadanos. Con el título Aviso a los dueños de mascotas, advertía a éstos de la conveniencia de enviar a sus animales fuera de las ciudades, a los pueblos, temiendo que no hubiera suficiente comida en los años venideros y que el previsible racionamiento impidiera proporcionarles alimento.

El folleto decía textualmente: “If you cannot place them in the care of neighbours, it really is kindest to have them destroyed”; o sea, “Si no puede dejarlos al cuidado de de los vecinos [rurales], realmente es más benevolente sacrificarlos.”

Cuando el 1 de septiembre Alemania empezó la invasión de Polonia, implicando así a Reino Unido en cumplimiento de su acuerdo con dicho país, se hizo realidad aquel negro futuro para perros, gatos, peces y pájaros.

Apenas dos días más tarde las consultas veterinarias se vieron desbordadas por multitud de personas dispuestas a seguir el consejo oficial; curiosamente, el documento adjuntaba publicidad de una pistola de matarife, de un único proyectil, para realizar la operación en casa.

El folleto en cuestión/Foto: National Archives en Wikimedia Commons

Otras organizaciones como PDSA (People’s Dispensary for Sick Animals) y RSPCA (Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals) se opusieron a aquella medida tan drástica, no sólo porque fueron obligados a colaborar en los sacrificios cediendo instalaciones y técnicos sino también por considerarla excesiva y prematura.

Además, se creó un problema extra porque mucha gente se limitó a desprenderse de sus animales abandonándolos. De hecho, durante los años siguientes se demostraría que el abastecimiento no alcanzaría niveles tan dramáticos como se había dicho.

Por eso una institución como Battersea Dogs and Cats, que llevaba trabajando en la protección de perros y gatos domésticos desde 1860, aconsejó a quienes la consultaron no precipitarse. Y aunque apenas tenía cuatro empleados, logró cuidar y alimentar nada menos que a ciento cuarenta y cinco mil mascotas durante la guerra.

Bien es cierto que contaba con el activo e incansable apadrinamiento de la duquesa de Hamilton, que recorrió Inglaterra y Escocia en busca de hogares de acogida y consiguió reconvertir un viejo aeródromo en un santuario, insertando cuñas publicitarias en la BBC e incluso enviando a su personal a recoger a los animales a domicilio.

El Battersea Gogs & Cats Home/Foto: Frederick Wilfred

Otros propietarios de animales también decidieron no seguir las instrucciones del NARPAC y seguir fieles a su amistad. Compartían sus raciones y buscaban extras en el mercado negro en otra prueba de que Gran Bretaña nunca llegó a pasar realmente hambre, en parte gracias a los convoyes procedentes de América.

Sin embargo, muchos de los que ignoraron al NARPAC en primera instancia cambiaron de opinión un año después, en septiembre de 1940, cuando la Luftwaffe dio inicio al Blitz, el bombardeo aéreo de Londres y otras ciudades.

Entonces cundió el pánico y hubo una segunda oleada de sacrificios en la que las clínicas veterinarias volvieron a verse colapsadas. Paradójicamente a esas alturas ya había más voces en contra y algunas oficiales, como la del Royal Army Veterinary Corps (Real Cuerpo Veterinario del Ejército), que resaltaba la utilidad de los perros en tiempos de guerra.

De hecho, muchas familias habían prestado sus perros a las fuerzas armadas para colaborar en diversas actividades mientras durase el estado de guerra y nunca más volvieron a verlos: hasta seis mil canes fueron sacrificados y, según parece, el mismísimo MI5 llegó a vigilar a los opositores a esa medida.

Animals in War Memorial/Foto: Iridiscenti en Wikimedia Commons

Tampoco los animales del zoo de Londres escaparon al negro destino, al menos una parte de ellos. No faltaron acusaciones al gobierno por fomentar la histeria colectiva; como dice Hilda Kean, una de las historiadoras que estudió este episodio, la forma de subrayar el estado de guerra fue “evacuar a los niños, cerrar las cortinas y matar al gato”.

La medida acarreó otro efecto secundario negativo: la extensión de cierto pesimismo, de una tristeza común a muchos que se deshicieron de sus mascotas a la primera adversidad y, como se demostró luego, sin razones de peso.

Fueron frecuentes los sentidos obituarios de animales en la prensa y, quizá por vergüenza en un país que presume de ser especialmente amante de los animales domésticos, esta historia tendió a relegarse al silencio y el olvido.

Sólo actualmente se han puesto un poco las cosas en su sitio con un monumento en Hyde Park a los animales caídos en la guerra; su epitafio termina con la gráfica frase “No tuvieron opción”. La propia Kean lo explica: “A la gente no le gusta recordar que al primer indicio de guerra salimos a matar al gatito”.

Fuentes: BBC/Bonzo’s War. Animals Under Fire 1939 -1945 (Clare Campbell y Christy Campbell)/Dogs of Courage. When Britain’s Pets Went to War 1939–45 (Clare Campbell)/The Great Cat and Dog Massacre. The Real Story of World War Two’s Unknown Tragedy (Hilda Kean) / Wikipedia.

El impresionante Museo de las Malformaciones Humanas

$
0
0

La Universidad Médica Estatal de Grodno en Bielorrusia alberga uno de los museos más singulares de Europa, que posiblemente pocos querrán visitar.

Porque su principal colección se compone de fetos humanos y bebés conservados en frascos que tienen una característica común, algún tipo de malformación o deformidad.

Desde siameses hasta individuos con un solo ojo o con dos caras, pasando por ejemplares afectados de sirenomelia, también conocido como síndrome de sirena, una malformación congénita poco frecuente que se manifiesta por la fusión de las piernas, provocando la apariencia de una cola de ese ser mitológico.

El museo, cuya idea se atribuye a Yuri Kiselevsky (actual director) y Valentin Kurchanov, abrió como exposición temporal el 13 de octubre de 2000 en el edificio Batorievka del Departamento de Anatomía Humana de la Universidad de Grodno. Posteriormente, en 2012 se remodeló como exposición permanente.

El edificio en que se halla tiene su propia historia, ya que fue construido por orden del rey polaco-lituano Stefan Batory en la segunda mitad del siglo XVI. Allí moriría el 12 de diciembre de 1586, sin que los médicos que le atendían pudieran dar con la causa de su muerte. Para descubrirla realizaron la que sería la primera autopsia anatómica del Este de Europa.

Foto Grsmu.by

La exposición tiene dos salas. En una se exhiben cuerpos humanos normales, donde se pueden comparar órganos sanos con otros dañados por efecto del alcohol, el tabaco o la obesidad. En la otra se hallan los mencionados cuerpos de fetos y bebés con malformaciones, en un número que supera los 100 ejemplares.

La mayoría proceden de colecciones de médicos e instituciones, de los siglos XIX y principios del XX, recogidos tanto en Bielorrusia como en Rusia y otros países desde la década de 1950, y según los responsables del museo hoy en día la colección ya no aumenta gracias a los avances médicos que permiten predecir este tipo de anomalías físicas.

El edificio que alberga el museo / foto Trip-points

Los visitantes habituales suelen ser profesionales interesados en la Teratología, la disciplina científica que se ocupa de estudiar las malformaciones y mutaciones, pero también grupos de estudiantes y escolares, siendo prácticamente desconocido para los turistas. Dado que se encuentra ubicado en una institución universitaria, cierra durante el verano y solo abre unos pocos meses al año.

Foto Grsmu.by

La visita dura unos 45 minutos y solo se permite la entrada a grupos de hasta 10 personas al mismo tiempo, por lo reducido del espacio, previa reserva, entre las 12 del mediodía y las 6 de la tarde de miércoles a domingo.

Fuentes: S13 / Trip-Points / Grodnenskaya Kunstkamera / Grsmu.by / Wikipedia

En 1968 un comando norcoreano asaltó la residencia presidencial en Seúl

$
0
0

En esos períodos en que las relaciones entre las dos Coreas se tensan más aún de lo habitual no estaría de más recordar que todo es peccata minuta en comparación con otras etapas del pasado en que las cosas entre ambos países fueron mucho más allá de las clásicas amenazas y alardes militares.

Buen ejemplo de ello fue aquel inaudito episodio acaecido a principios de 1968, en el que un comando norcoreano consiguió infiltrarse en territorio vecino, llegar hasta la casa presidencial y asaltarla con el objetivo de asesinar a su presidente.

Para entender el porqué de los hechos hay que situarse en el doble contexto que había en esos momentos en el sudeste asiático. Por un lado, la Guerra del Vietnam empezaba a inclinarse hacia el norte: aunque hasta entonces el ejército estadounidense había llevado la iniciativa, nunca consiguieron interrumpir la Ruta Ho Chi Minh por la que se abastecía el enemigo, de manera que éste empezó a concentrar tropas para iniciar el asedio de la base de Khe Sanh.

Éste constituiría el pistoletazo de salida para la Ofensiva del Tet, que cambiaría radicalmente el curso de la guerra. Todo ello fue en enero de 1968.

Por otro lado se produjo un enfrentamiento paralelo en la llamada Zona Desmilitarizada de Corea, la franja territorial de seguridad que servía de precaria frontera entre Corea del Norte y del Sur, en el famoso paralelo 38º.

Eran 238 kilómetros de longitud (que atravesaban la península de este a oeste dividiéndola) y 4 de anchura, prácticamente despoblados de civiles e intensamente controlados por patrullas y puestos de vigilancia de ambos bandos y del aliado del Sur, los EEUU.

La Zona Desmilitarizada y los puntos de paso del comando/Imagen: Rishabh Tatiraju en Wikimedia Commons

La Zona Desmilitarizada se convirtió en un tablero de agresivo ajedrez en el que las infiltraciones norcoreanas, siguiendo el ejemplo del Vietcong según indicaciones del presidente Kim Il-Sung, se conjugaban con la expeditiva acción contrainsurgente del Sur.

El fracaso del Norte en ese intento de replicar el desarrollo de la lucha de sus colegas norvietnamitas llevó a Sung a asumir que la oposición interior carecía de entidad suficiente, por lo que se haría necesario forzar las cosas de forma más directa.

Las últimas elecciones en el país vecino, celebradas en 1963, habían confirmado en el poder a Park Chung-Hee, el general que había dado un golpe de estado dos años antes instaurando la Tercera República; en la práctica era una dictadura militar pero a los ciudadanos no pareció importarles especialmente, vistos los resultados electorales, aún cuando la victoria fue por un margen muy estrecho.

Ello se debió a que su plan económico quinquenal tuvo resultados espectaculares, sentando las bases de lo que pronto se convertiría en una potencia económica. Con su triunfo en los comicios, Hee prometió una transición hacia un gobierno civil, la guinda que le faltaba para cubrirse de popularidad.

Park Chung-hee/foto: dominio público en Wikimedia Commons

Además, su política interior también le fue bien y no sólo rechazó los brotes insurgentes sino que, por contra, se permitió enviar misiones de represalia a terreno enemigo. Tres de esos comandos pasaron la frontera a finales de 1967 y se enfrentaron a efectivos del Ejército Popular, matando a 33 de sus soldados.

Acababa de encenderse la chispa que iba a prender definitivamente la caja de los truenos y en Corea del Norte empezó a organizarse un comando especial para asesinar a Hee. Recibió el nombre de Unidad 124.

Formaba parte de la FOECN (Fuerza de Operaciones Especiales de Corea del Norte), cuerpo creado en octubre de 1968 a partir de tropas similares de la década de los cincuenta, con la misión específica de abrir un segundo frente tras las líneas enemigas. LA FOECN tenía varias ramas: en aviación, en infantería ligera, en la marina y en unas brigadas de reconocimiento entrenadas para acciones rápidas y arriesgadas que incluían asesinatos de objetivos importantes.

La Unidad 124 se encuadraba en estas brigadas, controlada por el Departamento de Enlace del Partido del Trabajo de Corea. Se le asignaron 31 hombres que recibieron un exhaustivo entrenamiento que incluía la infiltración en múltiples circunstancias y por diversos medios (terrestre, anfibia, aerotransportada), técnicas de camuflaje, manejo de armamento variado, combate cuerpo a cuerpo con arma blanca, etc. Dos años se pasaron practicando, con tanta dureza que incluso registraron algunas bajas.

Armas y herramientas usadas por la Unidad 124/Foto: Mztourist en Wikimedia Commons

Pero, por fin, el 16 de enero recibieron la orden de movilizarse y la noche siguiente pasaron la frontera cortando la valla por cuatro puntos. Nunca se ha confirmado pero es probable que los norcoreanos estuvieran enterados del inminente inicio de la Ofensiva del Tet, que haría que los norteamericanos tuvieran sus propias preocupaciones y por eso eligieron su zona para cruzar.

El caso es que en pocas horas avanzaron instalando campamentos sucesivos, adentrándose más y más kilómetros en territorio del adversario, cruzando ríos y montes y cargando cada uno con treinta kilos de equipo.

Tras reagruparse, entraron sigilosamente en Seúl la noche del 20 de enero, tres días después de poner en marcha la operación. Durante todo ese tiempo pasaron inadvertidos hasta el punto de que sólo se cruzaron con cuatro hermanos que recogían leña y a los que decidieron perdonar la vida, intentando convencerles de las bondades del comunismo antes de dejarlos ir.

Los leñadores dieron aviso a la policía y se movilizaron importantes contingentes de tropas (primero tres batallones, luego una división entera) para localizarlos, aunque todo fue en vano.

Y es que al contemplar aquel despliegue cambiaron sus uniformes por los del enemigo, haciéndose pasar por una de las patrullas que solían inflitrase al otro lado y que ahora regresaba de su misión. Gracias a ese ardid lograron entar en la capital y moverse sin que nadie les preguntase.

No hubo ninguna sospecha hasta la noche siguiente, cuando un oficial de policía encargado del puesto de control de la Casa Azul (la residencia presidencial) desconfió de ellos tras pedirles la documentación y tuvieron que abatirle, desencadenándose un tiroteo que no tardó en convertirse en una auténtica batalla campal.

Aspecto actual de la Casa Azul/Foto: Steve 46814 en Wikimedia Commons

Eran las 22:00 y en medio de la oscuridad se sucedieron los disparos, las explosiones, las granadas de mano, los gritos de alerta, los focos apuntando en todas direcciones… Durante varias horas el comando se enfrentó con los defensores mientras sus hombres se dispersaban hacia las montañas, en busca de los campamentos dejados las jornadas anteriores.

El enfrentamiento dejó 92 bajas surcoreanas (26 muertos y 66 heridos), una cuarta parte de ellas daños colaterales: meros civiles que tuvieron la mala suerte de que el autobús en que iban pasaba en esos momentos por allí.

A lo largo de la semana siguiente los comandos fueron cazados poco a poco en el monte y eliminados, no sin que antes matasen a 4 soldados estadounidenses de un grupo que les impidió cruzar la Zona Desmilitarizada de nuevo. Al final sólo uno consiguió volver a su país; los demás cayeron en combate excepto otro que se sucidió cuando iba a ser apresado y un tercero que sí resultó detenido en manos de la policía.

El 23 de enero se iba a celebrar una reunión de la ONU para tratar el tema pero fue entonces cuando se produjo el incidente del USS Pueblo, un buque espía de EEUU que cayó en manos norcoreanas, desviándose la atención mundial hacia ese nuevo capítulo.

Ocho días más tarde empezaba la citada Ofensiva del Tet que, como decíamos antes, impedía a los norteamericanos apoyar a su aliado de Corea del Sur en una posible acción de represalia por necesitar a todos sus efectivos en contener al Vietcong, que además, a su vez, también intentó asesinar al presidente de Vietnam del Sur.

Kim Shin-jo, el soldado norcoreano capturado/Foto: MHN

En cualquier caso, el gobierno de Saigón preparó su propia operación de respuesta para matar a Kim Il-Sung. Para esa misión se creó la Unidad 684 por parte de los servicios de inteligencia y por orden directa de Park Chung-Hee. Formaba parte del 2325º Grupo de la Fuerza Aérea y estaba integrada por 31 civiles reclutados entre delincuentes y desempleados a los que se prometió una buena recompensa, perdón para sus delitos y empleos al terminar todo, siempre y cuando tuvieran éxito.

Este insólito grupo que tan parecido resulta al de la película Doce del patíbulo se sometió a un durísimo entrenamiento de varios meses en la isla de Silmido -tan duro que 7 de ellos fallecieron-, pero no llegó a entrar en acción porque la política dio uno de esos giros inesperados que toma ocasionalmente y las dos Coreas optaron por relajar la tensión iniciando un acercamiento diplomático.

Luego, en el verano de 1971, los miembros de la Unidad 684 se amotinaron sin que se sepan las causas exactas -presumiblemente, hartos de sus condiciones de vida-, asesinaron a sus guardias y escaparon en un autobús hasta que el ejército los interceptó; unos murieron luchando, otros se suicidaron y los que quedaron fueron ejecutados meses después, aproximadamente en la misma época en que Kim Il-Sung, reunido con representantes de Seúl, declaraba que el asalto a la Casa Azul había sido hecho por extremistas al margen del gobierno.

Fuentes: Scenes from an Unfinished War. Low Intensity Conflict in Korea 1966-1969 (Mayor Daniel P. Bolger)/Over the Line. North Korea’s Negotiating Strategy (Chuck Downs)/Act of War. Lyndon Johnson, North Korea, and the Capture of the Spy Ship Pueblo (Jack Cheevers)/Wikipedia

El camping vuelve a estar de moda: desconexión, naturaleza y libertad

$
0
0
Foto: dominio público en pixabay.com

Hasta hace unos años, veranear en un camping era tan solo sinónimo de ahorro. Multitud de familias tomaban esta opción vacacional porque no disponían de suficientes recursos para pagarse un hotel o para alquilar un apartamento en la playa. Con el tiempo, sin embargo, el concepto ha cambiado. Muchos hoteles han abaratado precios con ofertas low cost y el camping ya no resulta tan rentable pero, aún así, este tipo de oferta sigue funcionando a la perfección. ¿Por qué?

Incomodidades llevaderas

A simple vista, la vida del campista no es nada sencilla. Primero hay que elegir cómo será nuestra “casa de veraneo”. La primera opción son las tiendas de campaña, cada vez más fáciles de montar y con un mercado amplísimo adaptado a todas las necesidades. Otra posibilidad son las caravanas, que ofrecen la comodidad de una casa con ruedas, y también existe un híbrido entre tienda y roulotte: las tiendas-remolque. Y para quien pueda gastarse más dinero, están los bungalows.

Una vez escogida la “casa”, debemos acondicionarla y adquirir los artículos necesarios para hacerla habitable: colchones o sacos de dormir, ropa de cama, menaje, etc. Si no queremos gastarnos dinero comiendo fuera de casa, habrá que comprar una cocina portátil o utilizar un camping gas.

Todos estos utensilios, junto con los pasajeros, deben poder encajar en el coche, lo que puede resultar una tarea complicada. Tras el viaje llega el momento de instalarse, que también requiere tiempo y esfuerzo y luego está la vida diaria en el recinto: compartir lavabos y duchas, lavado de platos en zonas comunes, falta de intimidad, ronquidos en la noche… ¿Dónde está la gracia?.

Vivir al aire libre, el mejor de los lujos

Según los últimos estudios de la Federaciòn Española de Empresarios de Camping, el sector ha superado la crisis y está asumiendo cifras históricas de ocupación. La razón del éxito de los campings está en el cambio de estilo de vida que representan. Es un corte total con la rutina diaria. Durante una semana o quince días se aparcan las prisas y la rigidez de horarios para vivir en mayor libertad y en contacto con la naturaleza.

Estos son los principales argumentos de los aficionados al camping. Cuando entras en las instalaciones, te desprendes de las etiquetas, te calzas unas chanclas y el mundo cambia. “Por unos días, no hay reloj ni televisión”, afirma Carlos Ruiz, campista desde hace más de 20 años, “en el camping cada uno va a lo suyo y puedes disfrutar de la tranquilidad aún estando rodeado de gente”.

Para las familias con niños, las vacaciones en un camping presentan ventajas añadidas. En época de verano todas las instalaciones organizan actividades con monitor, lo que favorece el aprendizaje y el contacto con otros niños. Además, está la piscina, un reclamo infalible para grandes y pequeños.

La vida en el camping fomenta también las relaciones sociales. La proximidad de las parcelas y las actividades en zonas comunes hacen que, forzosamente, se establezca comunicación entre los campistas. Y quien desee tranquilidad absoluta, también puede conseguirla. Existen campings de alto estanding que no admiten niños y donde está prohibido cualquier tipo ruido.


Rockall, el islote disputado por Reino Unido, Irlanda, Islandia e Islas Feroe

$
0
0

Este diminuto peñón rocoso situado en el Atlántico Norte está ubicado sobre una cuenca sedimentaria de la corteza oceánica, bajo la que existen reservas de petroleo y minerales.

Su anchura máxima es de apenas 27 metros y sobresale del mar 23 metros en altura, con una superficie total de 570 metros cuadrados. Se encuentra a 430 kilómetros al noroeste de Irlanda, 460 kilómetros al Oeste de Gran Bretaña y 700 kilómetros al sur de Islandia.

Por sus características la roca es completamente inhabitable, pero ante el temor de que pudiera se utilizada por espías soviéticos, el Reino Unido desplazó al lugar a cuatro royal marines el 18 de septiembre de 1955 a bordo de un helicóptero, quienes hicieron oficial la anexión de la isla, izando la bandera británica y colocando una placa con la siguiente inscripción:

Por la autoridad de Su Majestad la Reina Isabel II, reina por la Gracia de Dios del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y de sus otros reinos y territorios, jefa de la Commonwealth, Defensora de la Fe, y de acuerdo con las instrucciones de Su Majestad fechadas el 14 de septiembre de 1955, se efectuó un desembarco este día en esta isla de Rockall desde el HMS Vidal. La bandera de la Unión fue izada y fue tomada posesión de la isla en nombre de Su Majestad.

Tres días más tarde el Almirantazgo británico anunciaba al mundo la singular anexión. No tardaron en llegar las protestas desde Irlanda, Islandia e Islas Feroe, que reclamaban para sí la soberanía sobre el peñón.

Situación de Rockall / foto Dominio público en Wikimedia Commons

La razón principal de la operación era que Reino Unido estaba a punto de probar el recién adquirido sistema de misiles nucleares guiados norteamericano, y las pruebas se harían en esa parte del Atlántico. Si los soviéticos desplazaban allí un contingente podían espiar fácilmente y recabar datos acerca del sistema. Si no hubiera sido por eso nadie se hubiera preocupado de Rockall, por lo menos hasta años más tarde, cuando estudios geólogicos encontraron potenciales reservas de petroleo en las inmediaciones.

No obstante, y a pesar de que ni Irlanda ni Islandia ni las Islas Feroe reconocen la soberanía británica sobre la roca, tampoco han formulado nunca ninguna petición ni protesta al respecto, limitándose a ignorar el asunto oficialmente.

Izando la bandera en 1955 / foto Dominio público en Wikimedia Commons

De hecho los acuerdos firmados entre Irlanda y Reino Unido sobre sus zonas económicas exclusivas pasan el islote por alto, como algo irrelevante, sobre todo porque al estar considerado habitable, tampoco puede tener una zona económica exclusiva.

Eso sí, de vez en cuando navíos militares irlandeses patrullan la zona. En ese sentido en octubre de 2012 el diario irlandés Independent publicó una fotografía del patrullero Róisin junto a la isla, afirmando que simplemente estaba ejerciendo derechos soberanos de Irlanda en el lugar.

El buque irlandés Róisin patrullando en Rockall / foto Irish Defence Forces en Flickr

Los británicos tampoco se tomaron muy en serio el asunto, y ya en 1955 el desembarco fue objeto de chanzas y burlas en la prensa inglesa (algo parecido a lo que le ocurriría a España con el islote Perejil), y se vió como el epíteto más o menos ridículo del fin del imperio británico.

Rockall es famoso por ser el lugar donde se ha medido la ola más alta de la historia. Ocurrió el 8 de febrero de 2000, cuando el barco oceanográfico RSS Discovery registró una ola de 29,1 metros en medio de una tempestad con vientos de fuerza 9 y olas de 18 metros de altura de media.

Royal Marines haciendo guardia en el pequeño faro / foto Secret Scotland

En 1972 se instaló en lo alto un pequeño faro, apenas una baliza, en lo alto de la roca. La existencia del faro posibilitó la incorporación del lugar al condado de Inverness ese mismo año, reforzando las pretensiones británicas sobre el fondo marino de la zona. Y en 1975 se descubrió allí un nuevo mineral, denominado Bazirita.

Por si quedaban dudas acerca de la soberanía, el ex miembro del SAS Tom McClean permaneció en la isla desde el 26 de mayo hasta el 4 de julio de 1985. Y en 1997 Greenpeace la ocupó durante un breve período de tiempo, para protestar contra la explotación petrolífera, algo que fue ampliamente ignorado por el gobierno británico. Lo que sí parece es que se llevaron la placa colocada en 1955.

El record de permanencia en la isla lo posee el explorador Nick Hancock, que pasí allí 45 días en solitario, teniendo que desistir de su intento por alcanzar los 60 días tras perder buena parte de sus provisiones a causa de una tormenta.

Desde 2007 el Reino Unido intenta extender su soberanía sobre el lugar hasta un área de 350 millas náuticas (564 kilómetros) en torno al islote.

Fuentes: The Guardian / Secret Scotland / The Irish Times / GrindTV / The Telegraph / Wikipedia

Johann Conrad Dippel, el alquimista que inspiró la historia de Frankenstein

$
0
0

Si hay un monstruo clásico por excelencia -con permiso de Drácula- es el ideado por Mary Shelley en aquella legendaria reunión con sus amigos en Villa Diodati, junto al lago Lemán, en 1816 y que plasmó en su novela Frankenstein, luego iconográficamente popularizado por Boris Karloff en el medio cinematográfico.

“Una lúgubre noche de noviembre ví coronados mis esfuerzos. con una ansiedad rayana en la agonía, reunía mi alrededor los instrumentos capaces de infundir la chispa vital al ser inerte que yacía ante mí. Era ya la una de la madrugada; la lluvia golpeaba triste contra los cristales y la vela estaba a punto de consumirse cuando, al parpadeo de la llama medio extinguida, ví abrirse los ojos amarillentos y apagados de la criatura; respiró con dificultad y un movimiento convulso agitó sus miembros”.

Pero todo tiene sus raíces y la historia de Frankenstein, en este caso el doctor no su criatura, pudiera estar basada en un personaje real que vivió por aquellos contornos y muy bien pudo inspirar a la escritora cuando ya desesperaba ante las instancias de su marido y lord Byron para que aportase el cuento de terror que todos se habían comprometido a hacer para superar la pésima meteorología que les impedía salir de casa. Me refiero a Johann Conrad Dippel.

Dippel no fue contemporáneo de aquel grupo sino que vivió más de un siglo antes, aunque ciertamente su lugar natal fue el castillo de Frankenstein, un edificio del siglo XIII situado en lo alto de una colina cinco kilómetros al sur de Darmstadt, en el estado alemán de Hesse, y que a principios del siglo XIX ya estaba en ruinas -lo que resultaba aún más sugestivo en esa época romántica-.

Boris Karloff en Frankenstein/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Nació allí en 1673 y por eso añadió los gentilicios Franckensteinensis y Franckensteina-Strataemontanus cuando inició su vida de estudiante, primero en la escuela y después en la Universidad de Giessen.

En ésta se licenció en teología a la edad de veinte años, publicando varios trabajos cuyo tono heterodoxo le supusieron no pocos problemas (quizá por eso firmaba con el pseudónimo Christianus Democritus) al defender postulados pietistas.

El pietismo era una rama luterana surgida en el siglo XVII, aunque se difundió sobre todo en el XVIII, que abogaba por apartarse del culto institucionalizado en favor de la experiencia religiosa personal, de manera que todos los fieles son sacerdotes y, así, se favorece una mayor participación de los laicos en la interpretación de la Biblia.

Los tiempos cambiaban y el pietismo resultaba atractivo a ilustrados, científicos y pensadores, por eso muchos de ellos se vieron influidos en mayor o menor medida; el caso más conocido fue Kant.

Ruinas del Castillo de Frankenstein/Foto: Nathan Sleeter’s Blog

Pero Dippel, que se fue labrando un nombre por esas controversias, también experimentó dificultades más mundanas. A pesar de que sus detractores le acusaron de lucrarse a costa de la fe, en el sentido de que sus libros se vendían bastante bien y llegó a reunir numerosos defensores, su capacidad administrativa no estaba al mismo nivel de la teológica y a menudo se vio envuelto en deudas.

Una condena de siete años por herejía y el deambular por Europa, junto con una nueva licenciatura en medicina por la Universidad de Leiden, calmaron las cosas y abrieron una nueva etapa en su vida, la de alquimista.

En aquellos tiempos la alquimia aún estaba considerada una parte de la ciencia y se relacionaba estrechamente con la química en la búsqueda de una mayor comprensión de los misterios de la Naturaleza. Así que hacia 1700 tenemos a Dippel dedicado a ese tipo de estudios y experimentos.

En su caso, el interés no era conseguir aquel viejo sueño de siglos anteriores, la transmutación de los metales para obtener oro, sino crear vida y para ello inventó un elixir con cuyo trueque intentó adquirir el castillo de Frankenstein, aunque su oferta fue rechazada.

Johann Conrad Dippel/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El producto fue bautizado como Aceite de Dippel y estaba compuesto básicamente por la destilación de huesos de animal machacados y pulverizados, mezclados con carbonato de potasio. Curiosamente se usaría durante mucho tiempo como antiséptico, insecticida e incluso se aplicó para envenenar pozos de agua en la campaña italiana del norte de África durante la Segunda Guerra Mundial, ya que al no ser letal no contravenía el Protocolo de Ginebra sobre prohibición de gases y tóxicos.

Con el tiempo perfeccionaría la sustancia y, en colaboración con el pintor Johann Jacob Diesbach, la aplicaría en 1731 para obtener un pigmento denominado Azul de Prusia. O eso dice la leyenda, pues el uso de dicho color en el arte parece ser un poco anterior, de 1706.

En cualquier caso, ambos fundaron una fábrica de colorantes en París. Por leyendas que no quede, como veremos, pues también está la de que trabajando con nitroglicerina voló una de las torres del castillo, aunque lo cierto es que entonces aún no se conocía ese explosivo y además ningún documento relacionado con su biografía menciona tal capítulo.

Portada original de Frankenstein/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Y, por supuesto, la más jugosa: estudioso de la anatomía humana, Dippel acostumbraría a desenterrar cadáveres para analizarlos y realizar con ellos otro de esos experimentos típicos de los alquimistas de antaño y que hoy nos suenan estrambóticos: transferir el alma de un cuerpo a otro. “Recogí huesos de los osarios y turbé con dedos profanadores los tremendos secretos del cuerpo humano” contaba Víctor Frankenstein, el protagonista de la famosa novela.

Aunque Dippel trató el tema de la transferencia de almas por escrito en su obra Enfermedades y remedios de la vida de la carne (¡proponía usar un embudo!), no hay prueba alguna de que lo llevara a la práctica. Pero el rumor se difundió por los alrededores y fue expulsado del lugar.

No era la primera proscripción que recibía, pues por sus ideas religiosas tenía vetada la entrada en Suecia y Rusia. Sin embargo, parece plausible que hiciera experimentos con animales muertos y se sabe que era aficionado a la taxidermia.

A Dippel le quedó el estigma para siempre. Cuando se instaló en Wittgenstein continuaron los rumores de que había vendido su alma al diablo y que robaba cadáveres de los enterramientos para su macabras investigaciones. “¿Quién puede imaginar los horrores de mi trabajo secreto mientras andaba entre las humedades impías de las tumbas o torturaba a los animales vivos con el fin de dar vida al barro inanimado?” vuelve a decir Frankenstein por boca de su creadora.

Mary Shelley en 1840 (Richard Rothwell)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Es probable que la escritora oyera estas morbosas historias cuando visitó el castillo muchos años después acompañada de su marido, el célebre poeta Percy Shelley, y su hermanastra Claire Clairemont, de camino hacia Ginebra para encontrarse con Lord Byron y su secretario, el doctor Polidori.

Además, en las ruinas mismas del castillo se reunía eventualmente el Kreis der Empfindsamen, un círculo literario local que hacía lecturas públicas y el matrimonio Shelley muy bien pudo asistir a alguna, en la que saldría a relucir el tema.

O quizá lo oyó por boca de los estudiantes de la cercana Universidad de Giessen, que no olvidarían a su enigmático predecesor. Otra teoría dice que las leyendas le llegaron a Mary por vía familiar: su madrastra, Mary Jane Clairemont, fue la traductora de los cuentos de uno de los hermanos Grimm, Jacob, y habría sido éste el transmisor original.

El caso es que hay un parecido evidente entre las actividades de Johann Conrad Dippel y Víctor Frankenstein: ambos desarrollaron una carrera científica poco ortodoxa, los dos practicaban con cadáveres -fueran humanos o animales- y estaban interesados en la creación de vida a partir de materia inanimada.

Es cierto, eso sí, que resulta difícil determinar con exactitud cuánto hay de uno en el otro. Puede que Dippel sólo fuera un punto de partida, como pasó con Vlad Tepes respecto al conde Drácula en la novela de Bram Stoker.

Villa Diodati en el siglo XIX/Imagen: BBC

No obstante, Mary Shelley dejó escrito que todo había empezado con un desasosegador sueño que tuvo (aunque ya sabemos que los sueños procesan la realidad vivida): “Cuando apoyé la cabeza sobre la almohada no me dormí, aunque tampoco puedo decir qué pensaba. Mi imaginación, espontáneamente, me poseía y me guiaba, dotando a las sucesivas imágenes que surgían en mi mente de una viveza muy superior a los habituales límites de la ensoñación. Ví -con los ojos cerrados, pero con la aguda visión mental-, ví al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al ser que había ensamblado. Ví el horrendo fantasma de un hombre tendido; y luego, por obra de algún ingenio poderoso, manifestar signos de vida y agitarse con movimiento torpe y semivital”.

Johann Conrad Dippel fue alejándose poco a poco de la religión para centrarse en la ciencia. Como decía antes, se instaló en Wittgenstein, en Renania del Norte-Westfalia, donde montó un laboratorio, hoy reconvertido en el Hotel Restaurante Dippelshof, y continuó sus experimentos.

De nuevo la similitud con Frankenstein: “En una cámara solitaria -una celda más bien- de lo alto de la casa, apartada de las demás, y separada por una galería y una escalera, tenía mi taller de inmunda creación: los ojos se me salían de las órbitas, atentos a los detalles de mi trabajo. La sala de disección y el matadero me proporcionaron muchos de mis materiales…”

Aquel singular personaje falleció en el Castillo de Wittgenstein el 25 de abril de 1734, irónicamente poco después de asegurar que había dado definitivamente con un elixir capaz de prolongar considerablemente la vida. “Tras días y noches de increíble trabajo y fatiga, logré averiguar la causa de la generación y la vida (…) La vida y la muerte me parecían barreras ideales que yo sería el primero en romper, derramando un torrente de luz sobre nuestro mundo en tinieblas”.

Tenía sesenta y un años y parece que la causa del óbito fue un ictus; pero ni en ese trance se sustrajo a la leyenda: según se dijo, el ataque fue originado por un envenenamiento al probar sus brebajes consigo mismo.

Fuentes: Frankenstein o el moderno Prometeo (Mary Wollstonecraft Shelley)/El año del verano que nunca llegó (William Ospina)/The World’s Most Mysterious Castles (Lionel y Patricia Fanthorpe)/Johann Konrad Dippel, 1673-1734 (E.E. Ainsley y W.A. Campbel en US National Library of Medicine)/Wikipedia

Las bolas de piedra tallada de Escocia, artefactos prehistóricos de función todavía desconocida

$
0
0

Una característica común a las petroesferas, bolas prehistóricas de piedra tallada que se han encontrado en diferentes formas y tamaños en numerosas partes del mundo, es la incógnita sobre su función.

De todas ellas las descubiertas en Escocia principalmente, con algunos pocos ejemplos hallados en el resto de Gran Bretaña y en Irlanda, son quizá las más interesantes e intrigantes.

No solo por su abundancia, más de 400 ejemplares hasta el momento, sino por su forma y decoración. Se las denomina genéricamente como bolas de piedra tallada y todas tienen un tamaño parecido, de entre 7 y 9 centímetros de diámetro, aunque están hechas de diferentes tipos de roca.

Todas presentan una serie de protuberancias o bultos, que van desde solo 3 hasta los 160 de la más prolífica. La mayoría presentan 6 abultamientos, pero las hay también con tres, cuatro, cinco, siete, ocho, nueve, diez y más, hasta apenas una decena que presentan entre 70 y 160.

Están decoradas con motivos geométricos, espirales, círculos concéntricos, y líneas rectas, algunos tan detallados que solo un artesano experimentado habría sido capaz de hacerlos. En ocasiones la combinación de protuberancias y líneas da lugar a poliedros regulares, como las que tienen forma de dodecaedro. En general, todas presentan una acusada simetría.

Foto Johnbod en Wikimedia Commons

La datación que los expertos manejan para estos artefactos se situa en torno al 3000-2000 a.C., a finales del Neolítico, extendiéndose su producción por lo menos hasta la Edad del Bronce.

Son conocidas desde muy antiguo, ya que la mayoría fueron encontradas de manera fortuita por campesinos en sus campos al trabajar la tierra. Éstos solían venderlas a coleccionistas, que pagaban solo por las que tenían un aparente valor artístico, por lo que se cree que muchas menos elaboradas pudieron desecharse o ser destruidas.

Distribución de los hallazgos / foto Dorothy N. Marshall

Solo unas pocas aparecieron en el contexto de excavaciones arqueológicas, como las cinco encontradas en el yacimiento neolítico de Skara Brae en las Islas Orcadas.

Pero la gran mayoría procede de Aberdeenshire, un municipio del noreste de Escocia, de lugares donde también aparecieron símbolos pictos, por lo que las primeras interpretaciones consideraron las bolas como artefactos de este antiguo pueblo.

Curiosamente su distribución también coincide con el de un tipo de círculos de piedras de los que hay 71 ejemplares en colinas de la zona, y cuya característica principal es que las piedras se colocan reclinadas en lugar de erectas. La orientación de estos círculos, en los que se han hallado restos humanos, coincide con la puesta del sol en el solsticio de invierno.

Dibujo de una de las piedras, hallada en Towie, Escocia / foto Dominio público en Wikimedia Commons

La función de las bolas sigue siendo desconocida para los investigadores. Algunos opinan que puedieron tener un uso ritual simbólico, otros que eran objetos indicadores de poder social, y en este sentido su distribución también coincide con las cabezas de maza que se usaban en ritos ceremoniales. Demasiadas coincidencias. E incluso hay quien piensa que se utilizaron como armas de guerra, aunque la ausencia de daños o desperfectos en ellas invalidaría esta hipótesis.

Una teoría interesante es la que, en vista de su tamaño uniforme, las considera pesas para usar en balanzas o básculas primitivas, pero a pesar de ello su peso varía dependiendo del material con que estan hechas, por lo que tampoco es muy factible.

También se ha propuesto su uso como objetos para pedir la palabra en las reuniones y discusiones, teniendo el sujeto que sostener la bola en alto antes de hablar. Y una teoría más las considera útiles para trabajar la piel.

Uno de los ejemplares del Museo Británico / foto Johnbod en Wikimedia Commons

Más dificil de sostener es la idea de que las bolas de piedra muestran evidencias del conocimiento de los cinco sólidos platónicos siglos antes de que el propio Platón los describiera. Sí es cierto que muchas de ellas presentan configuraciones que se asemejan a los sólidos, pero esto también pudo surgir de manera natural al distribuir las protuberancias sobre la esfera.

Finalmente, y vista la coincidencia de su distribución con los círculos mencionados, hay quien sugiere que se pudieron utilizar como rodamientos para transportar aquellas grandes piedras, y por tanto estarían pensadas para ser utilizadas en conjunto y no de manera individual.

Lo que si parece claro es su origen en esa zona del noreste escocés, con los hallazgos en otros lugares más lejanos explicados por tratarse de objetos pequeños y fáciles de transportar.

Hoy existen colecciones de estas bolas de piedra tallada en el Museo Británico, el Museo Ashmolean y en otras instituciones escocesas.

Fuentes: Carved Stone Balls (Dorothy N. Marshall) / A Scottish Neolithic carved stone ball with enigmatic surface details (Alan Saville et al.) / Scottish Archaeological Research / Wikipedia.

Operación Upshot-Knothole, la prueba nuclear retransmitida por televisión

$
0
0

El pasado 26 de mayo se comentó mucho el aniversario del nacimiento de John Wayne (1907), pero también las lamentables circunstancias de su muerte.

Aunque ésta se produjo en 1979, por cáncer de estómago, se cree que la causa fue el rodaje en 1956 de la película El conquistador de Mongolia, que tuvo lugar en el desierto de Utah, demasiado cercano al lugar donde tres años antes se habían realizado varias pruebas nucleares.

De hecho, el resto del reparto y buena parte del equipo falleció de la misma enfermedad y el propio Wayne había superado ya un cáncer de pulmón en 1964 a costa de perder un pulmón y dos costillas, si bien no se ha podido probar fehacientemente la relación entre esos óbitos y el sitio. Ese punto geográfico radiactivo tiene por siniestro nombre Nevada Test Site.

Las pruebas nucleares se suelen llevar a cabo bajo tierra o en lugares apartados, caso del océano y desiertos. En EEUU el primer sitio donde se hizo explotar una bomba atómica -bautizada como Trinity– fue Alamogordo, Nuevo México.

Después se optó por el Pacífico durante un lustro, hasta que en 1951 se estableció un nuevo emplazamiento terrestre en el desierto de Nevada, una reserva federal que pertenece al condado de Nye y está situada a un centenar de kilómetros de Las Vegas (durante un tiempo, uno de los pasatiempos que se organizaban en la ciudad eran excursiones al desierto para ver los hongos nucleares).

El estallido de Trinity/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Allí, en un área despoblada de tres mil quinientos kilómetros cuadrados, se realizaron cuarenta y un misiones que supusieron la detonación de cientos de bombas atómicas desde su inauguración el 27 de enero de ese año con la Operación Ranger, en la que se probaron cinco bombas atómicas en once días.

La que abrió la serie fue Able y apenas tenía medio kilotón. Luego vendrían otras novecientas veinticinco, de las que ochocientas veinticinco serían subterráneas (a partir de 1962 lo fueron todas).

Ubicación del Nevada Test Site/Imagen: Finlay McWalter en Wikimedia Commons

En 1953 fue el escenario de la Operación Upshot-Knothole, una serie de pruebas que se situó cronológicamente entre la llamada Operación Ivy, realizada el año anterior y en la que se probó por primera vez una bomba de hidrógeno conocida como Mike (aparte de King, la de fisión más grande fabricada hasta la fecha, con quinientos kilotones), y la Operación Castle, en 1954, localizada en el Pacífico y famosa porque una de las seis bombas detonadas, Bravo, resultó más potente de lo esperado y su lluvia radiactiva mató a unos pescadores japoneses que faenaban cerca.

Lo novedoso de la Operación Upshot-Knotlhole no era tanto el número de pruebas -once, un récord hasta el momento- como el hecho de que para una de ellas se utilizó un cañón. Se trataba de la bomba Grable, de quince kilotones, que fue disparada desde un cañón atómico M65 de 280 mm al que los soldados denominaban popularmente Atomic Annie.

El cañón M65 y la explosión de la bomba Grable/Foto: Federal Government of the United States en Wikimedia Commons

Es curioso el nombre porque, si bien derivaba del apodo Anzio Annie que las tropas estadounidenses daban a los cañones ferroviarios Krupp K5 con que los alemanes les bombardearon durante el desembarco en la playa italiana de Anzio en 1944, lo cierto es que la primera bomba probada en la operación también se conocía como Annie y fue la verdadera estrella de aquel episodio porque su detonación se retransmitió por televisión a todo el país.

Annie estalló el 17 de marzo y el proceso fue grabado mediante un cinescopio, es decir, una cámara cinematográfica que registra solamente las imágenes, sin sonido, para inmediatamente pasarlas en directo vía televisiva.

Todo un espectáculo para el espectador porque no se limitaba únicamente a la explosión; en las inmediaciones se había preparado un escenario ad hoc, siguiendo un proyecto de estudio de la Administración Federal de Defensa Civil denominado Operation Doorstep (Operación Umbral).

Paisaje del Nevada Test Site con cráteres de las explosiones subterráneas/Foto: Federal Governement of the United States en Wikimedia Commons

La idea era analizar los efectos de una explosión nuclear sobre una población, así que se levantó un decorado: casas, automóviles, maniquíes… Se construyeron dos casas, una a mil cien metros del epicentro de la explosión y otra más alejada, a dos mil trescientos.

Asimismo, se colocaron cincuenta coches y se hicieron ocho refugios antinucleares básicos, pensados para uso no militar sino doméstico -la Guerra Fría ya hacía estragos-.

Cuando Annie explotó se pudieron comprobar algunas curiosidades, como que los vehículos eran sitios relativamente seguros para ponerse a cubierto de la onda expansiva siempre que se dejaran bajadas las ventanillas para evitar su colapso, que estuvieran situados a unas diez manzanas de distancia mínima y que la bomba fuera pequeña.

Asimismo, las casas se habían hecho pensando en minimizar el efecto de la onda térmica de la bomba y se comprobó que, fuego aparte, el sótano de la vivienda situada más cerca del epicentro podía proteger a sus habitantes únicamente unos segundos, mientras que el de la vivienda más lejana daba más opciones de superviviencia.

Mapa de detonaciones en Nevada Test Site/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La Operación Upshot-Knothole se completó a lo largo de dos meses más con otras diez bombas: Nancy, Ruth, Dixie, Ray, Badger, Simon, Encore, Harry, la mencionada Grable y Climax, que cerró la serie el 4 de junio de 1953. Las pruebas se terminaron oficialmente el 23 de septiembre de 1992 con la explosión de Divider.

Un último dato. Harry, la octava bomba de la Operación Upshot-Knothole, también era conocida como Dirty Harry (Harry el Sucio) porque su nube radiactiva resultó altamente contaminante y se extendió más de lo esperado, doscientos veinte kilómetros, llegando hasta la localidad de St. George, en el vecino estado de Utah… que fue donde rodaron El conquistador de Mongolia.

Instante en que detonó Dirty Harry/Foto: US Air Force en Wikimedia Commons

Fuentes: Nuclear Weapon Archive/A History of U.S. Nuclear Testing and Its Influence on Nuclear Thought, 1945-1963 (David M. Blades y Joseph M. Siracusa)/Downwind. A People’s History of the Nuclear West (Sarah Alisabeth Fox)/Making a Real Killing. Rocky Flats and the Nuclear West (Len Ackland)/Whole World on Fire. Organizations, Knowledge, and Nuclear Weapons Devastation Lynn Eden)/Wikipedia

El insólito camuflaje de los barcos soviéticos durante el sitio de Leningrado

$
0
0

Aunque hoy esté olvidado, al menos en buena medida y en el mundo occidental, hubo un tiempo -la primera mitad del siglo XX- en que Boris Alekseevich Smirnov-Rusetsky era un apreciado artista.

Algunos de sus cuadros pueden contemplarse en museos y otros se siguen vendiendo por internet. Pero apenas se encuentra información sobre su vida y la que hay es casi telegráfica.

Aun así hemos podido encontrar un episodio en ella que resulta cuando menos curioso: sus diseños para camuflar buques de guerra durante la Segunda Guerra Mundial.

Boris nació el 21 de enero de 1905 en San Petersburgo, pero en 1917 se trasladó con sus padres a Moscú.

Cinco años más tarde estaba en la universidad moscovita estudiando Ingeniería Financiera, aunque para entonces su verdadera afición ya empezaba a desbordar cualquier corsé: el arte.

En 1919 había acompañado a su padre en una comisión de servicio a Kuskovo, en las afueras de la ciudad, y allí fue donde al parecer se despertó en él esa vena artística.

Empezó dibujando, como suele ser costumbre, y mostró maneras lo suficientemente prometedoras como para que sus progenitores aceptaran matricularle en una escuela de dibujo.

Boris confirmó esa aptitud y en 1923 presentaba su primera exposición de pintura en la capital rusa; comenzaba a labrarse un nombre casi de forma paralela al nacimiento del nuevo estado, la URSS, que afrontaba ya el final de su trágica guerra civil post-revolucionaria.

Boris Smirnov-Rusetsky en la Armada/Foto: 22Sobaki

Metido ya en los círculos artísticos, en 1926 Boris se unió a tres colegas (Petr Fateev, Vera Pshesetskaya y Alexander Sardan) para fundar un cuarteto llamado Cuádriga al que poco después se sumaron otros como Sergey Shigolev y Victor Chernovolenko.

Estaban influenciados en el plano filosófico por la célebre Helena Petrona Blavatsky, más conocida como Madam Blavatsky, una ocultista, escritora y teósofa que estuvo muy de moda en el siglo XIX.

Helena Petrovna Blavatsky/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Pero siendo artístas plásticos las principales influencias tenían que venir también por esa línea y lo hicieron de la mano de dos pintores que habían alcanzado bastante popularidad: Mikalojus Konstantinas Čiurlionis, que también era músico y fue uno de los pilares del simbolismo y el art nouveau en Lituania, y Nikolái Konstantínovich Roerich, que además del arte practicaba la arqueología, la filosofía, la literatura… (aquí le dedicamos un artículo a uno de sus viajes, el que organizó patrocinado por el estado en busca del mítico reino tibetano de Shambala).

Čiurlionis y Roerich tenían un estilo orientalista en temas y tratamiento que, como decía, además llevaba una pátina teosófica. Por lo visto fue Roerich el que sugirió al grupo cambiar de nombre y pasar a llamarse Amaravella, palabra sánscrita que podría traducirse de varias formas, aunque todas en el mismo sentido: Playa de la inmortalidad, Brote de inmortalidad, Morada de los inmortales…

Roerich en 1916/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Le hicieron caso y el nuevo grupo adoptó como seña de identidad estilística esa nostalgia por tiempos pasados y por la cosmogonía mitológica de la vieja Rusia. En historia del Arte se les conoce más bien como los cosmistas rusos, si bien el movimiento cosmista iba más allá de Amaravella; digamos que eran sus paladines en pintura, pero en dicho movimiento militaban también, entre otros, Nikolái Fiódorovich Fiódorov (que buscaba la inmortalidad e investigaba cómo resucitar a los muertos), Konstantín Tsiolkovski (cuya ilusión era la exploración espacial y defendía el pampsiquismo) o Vladímir Vernadski (creador del concepto Noosfera, conjunto de los seres inteligentes y el medio en que viven).

De todos los componentes de Amaravella, Boris fue quien más descolló y quien se convirtió en mayor representante. Ahora bien, lo verdaderamente interesante y curioso de su carrera, al menos en lo concerniente a este artículo, llegó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la aplicación de su genio a las circunstancias: la protección de la Flota del Báltico.

No es fácil distinguir un submarino bajo ese escondite/Foto: 22Sobaki

Boris quedó atrapado en el sitio de Leningrado, donde había sido incorporado a la armada, que estaba bloqueada en el puerto con dos viejos acorazados, el Marat y el Revolución de Octubre, como buques más importantes, aparte de otras unidades como el crucero Kirov o el destructor Feroz.

Los aviones alemanes solían bombardearlos con la idea de acallar sus cañones, pues aunque no podían zarpar sí hacían uso de la artillería para colaborar en la defensa. Por eso Boris recibió el encargo de diseñarles un sistema de camuflaje .

Uno de los bocetos de Boris/Foto: 22Sobaki

La cosa no era fácil; ¿cómo hacer pasar desapercibidos barcos de guerra de esas dimensiones que además están anclados en puerto? No se podía recurrir a la clásica pintura en zig-zag ni a usar colores miméticos ni a ocultarlos bajo vegetación (aunque alguno se convirtió en un improvisado jardin arbóreo), así que la propuesta del artista fue la que vemos en los bocetos adjuntos: cubrirlos con una amalgama de redes, planchas, andamiajes y materiales diversos que, a la vista, los fusionaban con los cobertizos y estructuras arquitectónicas levantadas en los muelles o con maderos flotantes, como se aprecia en este otro bosquejo.

Imagen: 22Sobaki

El Marat sufrió daños gravísimos e incluso llegó a encallar en el trayecto a Kronstadt, a donde se dirigía para ser reparado, pero no se perdió, recuperó su nombre original de Petropavlovsk, fue reparado y devuelto al servicio, participando en algunos combates; tras la guerra, sirvió como buque-escuela hasta su desguace en 1953.

Por su parte, el Revolución de Octubre, antes llamado Gangut, también sobrevivió a las bombas e igualmente pasó a ser buque-escuela, terminando sus singladuras en 1959.

El acorazado Marat, camuflado/Foto: 22Sobaki

Pese a que probablemente aquellas dos naves se salvaron gracias en parte a Boris Smirnov-Rusetsky, al acabar el conflicto cayó en desgracia ante el régimen y estuvo varios años preso, trabajando en la fábrica de vidrio de Leningrado, donde aún se conservan piezas hechas por él.

Le rehabilitaron en 1956 y regresó a Moscú, donde retomó su carrera artística y organizó varias exposiciones individuales por todo el país e incluso el extranjero, hasta su fallecimiento en San Petersburgo el 7 de agosto de 1993.

Fuentes:
22Sobaki/Nicholas and Helena Roerich. The Spiritual Journey of Two Great Artists and Peacemakers (Ruth A. Drayer)/Wikipedia

Robert Cornish, el científico que resucitaba perros y no le dejaron probar con humanos

$
0
0

En 1984 Tim Burton estrenó Frankenweenie, un divertido cortometraje de poco más de media hora -que veintiocho años después convertiría en largometraje de animación- en el que parodiaba el clásico Frankenstein de James Whale, sustituyendo al doctor y al monstruo por un niño al que se le había muerto atropellado el perro y lo revivía tras ver en una clase de ciencias cómo la electricidad podía mover un músculo sin vida. La deriva posterior del animal corría pareja a la de la criatura que encarnaba Boris Karloff pero ya es otra cuestión.

El caso es que ese argumento, que parece apriorísticamente disparatado y simple materia de guión cinematográfico, había ocurrido en la vida real unas décadas antes en el experimento de un científico llamado Robert E. Cornish.

Cornish alcanzó cierta fama por una propuesta a la comunidad científica que dejó anonadado a todo el mundo: se declaraba capaz de revivir cadáveres y ofrecía la posibilidad de demostrarlo en una prueba con algún reo al que se aplicase la pena capital.

Sparky, el protagonista de Frankenweenie

Sin embargo, no se trataba precisamente de un chiflado televisivo ni de un impostor desesoso de hacer dinero; Cornish era un genio y aquello no era sino la culminación de una línea de investigación que llevaba tiempo practicando.

Nacido el 21 de diciembre de 1903, era lo que comúnmente se llama un niño prodigio, un brillante estudiante que con sólo dieciocho años se licenció cum laude en la Universidad de Berkeley (California), alcanzando el título de doctor a los veintidós.

Las reseñas biográficas cuentan que trabajó en proyectos diversos, algunos tan desconcertantes como el que buscaba desarrollar unas lentes que permitieran leer bajo el agua y otros cuya excentricidad sólo se explica por el abismo que se abría ante la ciencia tras el salto científico y tecnológico que se había dado al acabar la Primera Guerra Mundial y que favorecía la consecución de patentes (o sea, dinero).

Cornish trabajando

Pero la entrada de Cornish en la Historia se debe al interés que empezó a tener en la reanimación de cuerpos sin vida, algo que constituyó toda una moda del momento. De hecho, a EEUU llegaban películas rodadas en la Unión Soviética sobre esa vía de investigación, acometida con vistas a aplicar en el ámbito militar: la recuperación de soldados caídos. En realidad esos trabajos eran falsos, realizados con una finalidad propagandística: levantar la moral de la tropa.

La verdad es que esas películas resultaban impresionantes si uno no era muy puntilloso o suspicaz. Una de ellas, titulada Los experimentos en el renacimiento de los organismos, mostraba pulmones respirando fuera del cuerpo y, sobre todo, una cabeza seccionada de un perro moviéndose con vida propia.

El científico que la protagonizaba no era ningún charlatán de feria sino ni más ni menos que el doctor Sergei Brukhonenko, un pionero en el desarrollo de técnicas de cirugía experimental (él sería el primero en realizar una intervención a corazón abierto en la URSS, en 1957) e inventor de un aparato denominado autojektor, una bomba para impulsar la sangre a latido (o sea, una especie de corazón artificial) que sentó las bases de las que se usan hoy.

Cornish se tomó completamente en serio la cuestión. Así, partiendo también de los estudios precedentes de George Washington Crile -un eminente cirujano que había llevado a cabo la primera transfusión sanguínea directa y era la autoridad número uno en cuestiones relacionadas con el sistema circulatorio-, se le ocurrió intentar revivir animales muertos. Él mismo sacrificaba a los perros con los que iba a experimentar.

Primero hacía circular la sangre usando, a falta de un corazón activo que la bombease, el teeterboard: una especie de balancín sobre el que depositaba el cuerpo y cuya inclinación basculante facilitaba que fluyera por las venas y arterias. Después inyectaba, al más puro estilo Reanimator, una solución que combinaba suero salino, oxígeno, adrenalina, eparina (sustancia anticoagulante extraída del hígado), fibrina (una proteína coagulante) y sangre. Simultáneamente insuflaba oxígeno soplando por un tubo de goma introducido en la garganta del animal por la boca.

El “teeterboard” de Cornish

Era el año 1932 y aquello se prolongó durante largos meses sin resultados, llegando a la conclusión de que el tiempo transcurrido desde el óbito hasta el inicio de la reanimación era excesivo y debía reducirlo. Entonces compró cinco fox terriers que se convertirían en los emblemas de su trabajo, bautizados todos con el mismo nombre: Lazarus (Lázaro, en alusión al personaje bíblico que Cristo resucita); se distibuían por la numeración adjunta.

Si hacemos caso a la prensa de la época, que asistió a una demostración pública, el 22 de mayo de 1934 logró revivir a los tres primeros, que llevaban cinco minutos muertos tras morir asfixiados con nitrógeno, aunque volvieron a fallecer enseguida. Pero con Lazarus IV, la cosa fue distinta. Un artículo del New York Times narra cómo el perro volvió a la vida, aunque en un estado muy precario, ciego y tembloroso, sin apenas capacidad motriz. Aún así, se mantuvo vivo varios días y ello sirvió de acicate para insistir. Al año siguiente repitió éxito con Lazarus V, que sobrevivió más tiempo aún pese a los graves daños cerebrales, que le hacían estar en un estado semiinconsciente.

Recorte de prensa sobre el experimento

Por lo que dijo, la evolución de los perros fue aceptablemente buena, mejorando físicamente a lo largo de más de dos semanas, ignorándose qué pasó luego con ellos. Es difícil saber hasta dónde llega la realidad y dónde empieza la leyenda porque el artículo no era de primera mano sino tomado de larevista llamada Modern Mechanix (ya hablamos de ella en el artículo Combate contra pulpos, el deporte más extravagante del siglo XX). Eso y el saber el trato dado a los perros llevó al Instituto de Biología Experimental de la Universidad, donde Cornish trabajaba, a prohibirle continuar en sus instalaciones.

Eso no le arredró y siguió trabajando en casa. Viendo la mala imagen dejada con los canes su primera intención fue cambiarlos por cerdos, que despertaban menos concienciación en la gente y, sobre todo, eran más parecidos a los humanos. Porque el siguiente paso estaba claro: traspasar la técnica al Hombre.

Tomó la decisión en 1947, después de ampliar los estudios con los perros y tras el paréntesis bélico de la Segunda Guerra Mundial, durante la cual colaboró en la venta de bonos de guerra mediante la distribución de una película producida años atrás por la Universal Pictures y titulada Life returns (Six hours to life, según otra versión).

Carátula del DVD de la película Life returns/Imagen: FreeDVDcover

Life returns era distinta a la de Brukhonenko porque estaba realizada en clave de ficción, con un guión y actores. El argumento remite a la citada Frankenweenie de Tim Burton: un niño pierde a su perro y convence a su padre y a un científico para que intenten resucitarlo. El científico es el propio Robert E. Cornish interpretándose a sí mismo y el último tramo del film muestra imágenes reales suyas trabajando en su laboratorio con Lazarus. Al parecer, la Universal quedó horrorizada de lo mala que era y renunció a poner su nombre; asimismo, la British Board of Film Censors la prohibió.

Pero los perros ya quedaban atrás; era el turno del Hombre; por supuesto, el problema de revivir a un ser humano estaba en la necesidad de encontrar un voluntario que antes aceptara morir. Se solventó gracias a Thomas McMonigle, un convicto condenado a muerte que ofreció su cuerpo para después de la ejecución; no tenía nada que perder, evidentemente. Sin embargo, ante la idea de que los abogados obligaran a liberar al reo si sobrevivía -era un infanticida-, el estado de California denegó el permiso y McMonigle no pudo pasar a la posteridad, falleciendo en la cámara de gas de San Quintín en febrero de 1948.

Otro recorte, esta vez sobre la propuesta de la prueba en humanos

Apenas hay referencias sobre qué pasó después. Parece que Cornish insistió en sus investigaciones pero ya al margen de la comunidad científica, que empezaba a verle con suspicacia, y cayendo en la tentación de la prensa sensacionalista para poder financiarse. Curiosamente, algunas técnicas actuales como la animación suspendida (suspensión o ralentización de los procesos vitales con fines médicos, como la realización de operaciones a corazón abierto), tienen sus raíces en aquel tipo de proyecto extravagante. Cornish, por cierto, murió relativamente joven, a los sesenta años de edad, el 6 de marzo de 1963.

Fuentes:
Elephants on Acid. The most outrageus experiments from the history of science (Alex Boese)/Can Science Raise the Dead? (J. E. Ford en Popular Science)/Golden Horrors. An Illustrated Critical Filmography of Terror Cinema, 1931–1939 (Bryan Senns)/Famous Dogs in History/Wikipedia

Henri Giraud, el general francés que se fugó de su prisión en las dos guerras mundiales

$
0
0

Henri Honoré Giraud fue una de las personalidades destacadas de la Francia de la Segunda Guerra Mundial, hasta el punto no sólo de considerársele entre los padres de la Cuarta República sino que poco antes había sido copresidente del CFLN (Comité Français de la Libération Nationale) junto a De Gaulle, quien a la postre logró postergarle y asumir todo el protagonismo.

Pero la faceta que nos interesa aquí de Giraud es su extraordinaria habilidad para evadirse de las prisiones alemanas en las que estuvo recluído.

Este personaje, turbio y ambiguo, había nacido a principios de 1879 en París, hijo de una familia humilde. Aunque su padre se dedicaba a la venta de carbón, hizo un esfuerzo por proporcionarle una buena educación y tras su paso por varias escuelas ingresó en la academia militar de Sait-Cyr en 1898.

Al graduarse fue destinado al norte de África, hasta que con el estallido de la Primera Guerra Mundial le llevó de vuelta a Francia.

Estaba al mando de un regimiento de zuavos cuando resultó gravemente herido en combate, cayendo en manos del enemigo el 30 de agosto de 1914. Las heridas le provocaron una infección que derivó en pleuresía, inflamación de la pleura que provoca terribles dolores al respirar, y estuvo dos meses recuperándose en el hospital Origny-Sainte-Benoite.

Giraud cuando era capitán en la I Guerra Mundial/Foto: ECPAD

Transcurrido ese tiempo debió mejorar lo suficiente como para llevar a cabo su primera hazaña: fugarse en compañía de otro oficial. Regresó a territorio francés en una odisea que le llevó a atravesar los Países Bajos para trasladarse desde La Haya a Inglaterra y luego arribar a su país en barco.

Felicitado por todos, Giraud fue incorporado al Estado Mayor del Quinto ejército, a las órdenes del general Louis Franchet d’Espèrey, retornando al frente. Participó en la batalla de Chemin des Dames y en la captura del fuerte Malmaison, para luego luchar en los Balcanes. Terminada la guerra, se hallaba aún en Constantinopla cuando le reclamó el general Henri Mordacq para que colaborase en su proyecto de reforma militar.

Después encontró nuevo destino en la misma tierra donde había empezado, el protectorado de Marruecos, donde, habiendo alcanzado ya el grado de teniente coronel, sirvió bajo el mando del famoso general Hubert Lyautey en la Guerra del Rif: fue a Giraud a quien se rindió Abdelkrim, el vencedor de los españoles en Annual, la primavera de 1926. Ello le proporcionó la Legión de Honor y un par de años de tranquilidad al frente de la L’École de Guerre, hasta 1929.

Abdelkrim/Foto: Yabiladi

Entonces volvió a África para pacificar la frontera marroquí con Argelia, donde los bereberes se habían alzado en armas. Para entonces había alcanzado el generalato -de brigada- y como tal permaneció en Orán hasta que en 1936 pasó a serlo de división y se le nombró gobernador militar de Metz. Allí se cruzó por primera vez -pero no última- con Charles de Gaulle, de quien era superior y con el que quedó clara de inmediato su mala relación.

No fue el único con el que tuvo desavenencias. Por esas fechas fue sondeado por Eugène Deloncle, un político fundador de La Cagoule (La Campana), una organización terrorista de extrema derecha que aspiraba a llevar a cabo en Francia un alzamiento armado contra la Tercera República similar al que protagonizaba Franco en España (de hecho colaboraba con él enviándole armas), con el objetivo de instaurar una dictadura militar.

Giraud le prometió apoyo pero sólo en caso de que se produjera una revolución comunista. De todas formas, Deloncle fue descubierto y detenido en 1937, y el general salió indemne al no haberse comprometido de forma explícita.

Eugéne Deloncle arrestado/Foto: Free

Llegó entonces la Segunda Guerra Mundial. Siguiendo su ideario conservador, Giraud se mostró contrario a la participación francesa, un compromiso adquirido con la invasión alemana de Polonia. También estuvo en desacuerdo con la táctica planteada por De Gaulle de usar divisiones blindadas ofensivamente.

No obstante, al estar al mando del Séptimo Ejército, en mayo de 1940 tuvo que dirigirse a la frontera con los Países Bajos, siguiendo el Plan Dyle-Bréda del general Gamelin para proteger esa zona de una posible invasión enemiga.

La invasión alemana de Francia en mayo de 1940/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En aquellos momentos, tras la caída de Polonia, las operaciones germanas se detuvieron un tiempo -lo que se conoció como la Guerra de broma- y sólo hubo un tímido ataque a Francia por el Sarre, pues Bélgica y Holanda eran neutrales. Pero después la Wehrmacht irrumpió violentamente y Giraud tuvo que emplearse a fondo para tratar de contenerlos en Breda.

Las bajas galas obligaron a fusionar los restos del Séptimo y el Noveno y se le dio el mandó a él; lo que no sabía es que el Noveno en realidad ya no existía al haber sido aniquilado. Buscándolo, Giraud cayó prisionero del general Von Kleist.

Dada su graduación no le enviaron a un campo sino a Königstein, una fortaleza habilitada como prisión para mandos, de ahí que fuera popularmente conocida como la Bastilla de Sajonia.

Era -y sigue siendo- un castillo macizo, de gruesos muros, ventanas enrejadas y un patio, que estaba ubicado desde el siglo XIII en lo alto de una escarpada montaña cerca de Dresde; es decir, en pleno corazón de Alemania, lo que dificultaba aún más cualquier evasión, aunque eso no desanimó a Giraud e inmediatamente se puso a pensar en un plan de escape.

El castillo de Königstein hoy en día/Foto: Fritz-Gerald Shröeder en Wikimedia Commons

Curiosamente, desde su encierro envió su apoyo al gobierno del mariscal Pétain, manifestando que, en su opinión, la derrota se debía a factores extramilitares relacionadas con la política de la Tercera República: democracia, parlamentarismo, sindicalismo y, en suma, pérdida de autoridad.

Todo ello lo expresó en una carta a sus hijos que fue ampliamente difundida. Quizá por ello se le concedió la Gran Cruz de la Legión de Honor.

Ahora bien, una cosa era ser profundamente conservador, e incluso sentir cierta simpatía por el régimen teutón, y otra permanecer cautivo. A lo largo de dos años, en una inaudita muestra de tenacidad y paciencia, se dedicó a aprender alemán, a memorizar un mapa de la región y a acumular alambres.

Finalmente, el 17 de abril de 1942, contando con la ayuda de otros compañeros, serró los barrotes de su ventana y se descolgó desde ella usando el cable formado por los alambres reunidos, de manera que pudo salvar el precipìcio de cuarenta metros.

Giraud paseando por la prisión/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Se había afeitado su lustroso bigote y agenciado ropas de civil, lo que le permitía pasar desapercibido. Así, consiguió llegar al pueblo de Bad Schandau, donde le esperaba un contacto del SOE (Special Operations Executive, organización de espionaje y resistencia creada por Churchill, que tenía trece mil agentes repartidos por Europa), quien le ayudó a llegar en tren a Suiza.

Fue un largo y tenso viaje de ochocientos kilómetros que no acabó allí porque desde el país alpino atravesó Alsacia a pie y alcanzó la Francia de Vichy, la no ocupada por los alemanes.

Aquella fuga causó sensación. Primero en Alemania, donde la Gestapo le había buscado desesperadamente con la orden de matarlo mientras Hitler montaba en cólera y reprochaba su torpeza al embajador germano en Francia, Otto Abetz; y segundo en este país, donde su heroicidad se celebró entusiásticamente por parte de la Resistencia y De Gaulle solicitó que se le faciltara a Giraud la llegada a Inglaterra.

Y es que el gobierno de Vichy no vio la hazaña de Giraud con tan buenos ojos porque lo comprometía ante los alemanes y, de hecho, la reunión de éste con el primer ministro Pierre Laval fue muy tensa debido a que, según dijo el político, la evasión había frustrado la negociación para liberar a doscientos mil prisioneros franceses.

Giraud se ofreció entonces a regresar a Königstein si el mariscal Pétain se lo pedía por escrito pero, pese a las presiones teutonas, no ocurrió tal cosa.

Pierre Laval/Foto: Bibliothèque nationale de France en Wikimedia Commons

Giraud se estableció en Lyon, donde se negó a colaborar con la Resistencia, a la que consideraba cercana al comunismo, pero aceptando los contactos con los Aliados, que ya planeaban desembarcar en el norte de África y querían contar con su experiencia en esa zona.

Usando el pseudónimo de King-Pin se reunió en Gibraltar con Eisenhower, quien le pidió que tratase de convencer a las fuerzas del Gobierno de Vichy de Marruecos, Argelia y Túnez para que no se resistieran ante la inminente Operación Torch.

Decepcionado porque esperaba tener el mando absoluto de la operación, que se le concedió a los generales D’Astier y Aboulkier, Giraud rehusó participar. Al final la Resistencia se hizo con el poder en Argel y el almirante François Darlan aceptó la autoridad de los Aliados. Eso supuso la ocupación de toda Francia por la Wehrmacht y un pique entre Darlan y De Gaulle, quien no se fiaba de él por su simpatía con el régimen de Vichy.

Giraud como presidente del CFLN, recibido en Inglaterra/Foto: Bert Hardy en Wikimedia Commons

Cuando un monárquico asesinó a Darlan y Giraud fue nombrado para sustituirle la cosa empeoró; recordemos que no congeniaba precisamente con De Gaulle y encima mandó detener a los miembros de la Resistencia. Pese a todo, les resultaba útil a los aliados y le dejaron hacer, consiguiendo que derogara la legislación de Vichy.

Fue a partir de ahí cuando compartió la cabeza del CFLN citado al principio pero sus reticencias continuas a colaborar terminaron por irritar a los aliados, que se decantaron abiertamente por De Gaulle.

Destituído, Giraud optó por jubilarse, sobrevivió a un atentado y, tras la guerra, participó en política sin demasiado éxito porque ésta ya tenía un único protagonista: Charles de Gaulle.

Falleció en 1949 dejando dos libros: Un seul but: la victoire. Alger 1942-1944 (Un único objetivo: la victoria. Argel 1942-1944) y Mes evasions (Mis evasiones).

Fuentes: Combatientes en la sombra. La historia definitiva de la Resistencia francesa (Robert Gildea)/International Encyclopedia of Military History (James C. Bradford)/American Grand Strategy in the Mediterranean during World War II (Andrew Buchanan)/Parades and Politics at Vichy (Robert O. Paxton)/Wikipedia/Chemins de Mémorie (Ministérie de la Defénse)


El hacha de sílex que rompió la concepción bíblica sobre la antigüedad de la humanidad

$
0
0

La historia comienza con un encuentro fortuito a bordo de un tren de Surrey a Londres, posiblemente en el año 1854, sin que ninguno de sus dos protagonistas revelase nunca la fecha exacta.

Ambos, Joseph Prestwich y John Evans, eran hombres de negocios, el primero dedicado al comercio de vino y el segundo a la fabricación de papel. Pero tenían una pasión en común, la geología, de la que charlaron animadamente durante todo el trayecto, así como sobre arqueología, que era el principal interés de Evans. Fue el comienzo de una amistad que duraría 40 años, hasta la muerte de Prestwich.

Ambos formarían una de las parejas más famosas de la historia de la arqueología, y pocos años más tarde, en 1859, iban a cambiar el mundo para siempre, adelantándose a Darwin y su publicación de El origen de las especies por seis meses y estableciendo la evidencia de la antigüedad del hombre. Esto es, que la raza humana había aparecido sobre la Tierra muchos miles de años antes de lo que afirmaba la tradición basada en la Biblia.

Apenas una década atrás Austen Henry Layard excavaba la ciudad de Nínive y descubría las tabletas de arcilla que contenían el Poema de Gilgamesh, traducido luego en 1872 por George Smith, y que hacían saltar por los aires la concepción bíblica de la Historia.

Terrazas de grava de Abbeville / foto Boucher de Perthes

En el medio de toda esa efervescencia Prestwich y Evans, junto con el geólogo Charles Lyell, visitaban en 1859 los yacimientos de Abbeville en Francia. Aquí había encontrado ya hacía casi un siglo antes John Frere bifaces y hachas prehistóricos, procedentes de depósitos donde los trabajadores afirmaban que también había huesos fósiles de animales extintos. Pero la mentalidad predarwiniana de la época ignoró los hallazgos y las teorías de Frere de que aquellas herramientas habían sido hechas por hombres muy antiguos que no conocían el uso del metal.

Años más tarde, entre 1836 y 1846, Boucher de Perthes siguió los pasos de Frere encontrando (en realidad comprando las piezas a los trabajadores de las terrazas de grava del río Somme cerca de Abbeville) nuevas herramientas de sílex y huesos fósiles, llegando igualmente a la conclusión de que debían de tener una gran antigüedad. Pero aun así, faltaba una prueba concluyente, una evidencia de tales afirmaciones que se hallase in situ, en un nivel geológico inalterado. De hecho Boucher sería ampliamente ignorado y ridiculizado, incluso por Darwin.

Según James Sackett, el hecho de los descubrimientos de Perthes necesitasen ser verificados antes de que los miembros de la Academia de Ciencias francesa aceptaran sus postulados residía, no tanto en la evidencia en sí misma, sino en la forma en que Perthes la interpretaba y la había publicado. No iban a aceptar así como así las pruebas de un burócrata excéntrico y autodidacta.

La fotografía original del descubrimiento / foto The Geological Society

Serían precisamente Prestwich y Evans quienes iban a encontrar esa prueba definitiva. Lo que buscaban era una herramienta de sílex, que apareciese en un contexto sin adulterar, y en un nivel geológico similar al de los huesos de animales extintos como el mamut.

El 27 de abril de 1859, mientras recorrían los yacimientos de Abbeville con Boucher de Perthes haciendo de guía, recibieron un telegrama anunciando que en Saint-Acheul, cerca de Amiens, había sido hallada una hacha de sílex. Inmediatamente tomaron el primer tren y al caer la tarde se presentaban en el lugar.

Del momento en que procedieron a examinar el hacha in situ, acompañados por testigos científicos, existen fotografías (hoy en la biblioteca municipal de Amiens), siendo la primera vez en la historia que se utilizaba esta tecnología (tenía unos 30 años en aquel momento) en un descubrimiento arqueológico prehistórico.

Retrato de Joseph Prestwich / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Este ejemplar se perdió luego, mezclado entre los numerosos bifaces y hachas que irían extrayendo en los años siguientes. De hecho, estaría perdido casi un siglo y medio, hasta que los profesores Clive Gamble y Robert Kruszunski lo identificaron, gracias a las descripciones de Prestwich, en la colección del Museo de Historia Natural de Londres.

Hoy está considerado como la herramienta de la Edad de Piedra más importante en cuanto a lo que significó para el establecimiento de la edad geológica de la humanidad. Por primera vez se hallaba una evidencia concluyente de que el hombre tenía más de 6.000 años de antigüedad, habiendo coexistido con los grandes mamuts de la era glacial 400.000 años antes.

Con el tiempo los arqueólogos descubrirían herramientas líticas mucho más antiguas, de hasta dos millones y medio de años de antigüedad, pero aquel pequeño hacha fue el comienzo de todo.

John Evans / foto autor desconocido en Wikimedia Commons

Prestwich realizaría muchos más descubrimientos geológicos importantes a lo largo de su vida, y tras su muerte en 1896 su enorme colección de fósiles y otros artefactos fue donada al Museo de Historia Natural de Londres, donde hoy se expone.

Evans llegó a convertirse en la máxima autoridad europea en herramientas líticas, publicando en 1872 su obra Ancient Stone Implements, considerado el más importante tratado sobre la materia. Presidió la Sociedad Geológica de Londres y fue miembro del Insituto de Francia, muriendo en 1908. Uno de sus hijos, Arthur John Evans, seguiría sus pasos y descubriría el palacio minoico de Cnosos en la isla de Creta.

Fuentes: John Evans, Joseph Prestwich and the Stone that shattered the time barrier ( Clive Gamble y Robert Kruszynski) / Rediscovery of flint axe that shattered the theory of Creationism (Kathryn Hadley) / Finding Time for the Old Stone Age (Anne O’Connor) / Boucher de Perthes and the Discovery of Human Antiquity (James Sackett) / Wikipedia.

Todo lo que hay que saber antes de invertir en opciones binarias con brokers por internet

$
0
0

Aunque si bien es cierto que no son algo nuevo de estos últimos años, debido a la facilidad que hoy en día tenemos en internet, son cada vez más las personas las que se deciden por apostar en este mercado. Con ellas podemos sacarnos un dinerillo extra de vez en cuando, incluso convertirlo en más de un sueldo si sabemos cómo movernos.

En los siguientes puntos vamos a analizar todo lo relacionado con este mercado:

¿Qué son las opciones binarias?

Se consideran un tipo de operación financiera que se basan en intentar predecir el futuro de un determinado activo en el tiempo. A la hora de trabajar con brókers binarias que tengan acciones se suele establecer un tiempo de entre 1-60 minutos aproximadamente (aunque si bien es cierto que en algunos brókers se da la opción de ampliar el tiempo todavía más).

Si el usuario cree que el precio del activo va a subir, lo más lógico es que elija la opción de “CALL”; por otra parte, si piensa que va a bajar de precio en el mismo intervalo de tiempo, entonces se decantará por la opción de “PUT”. Cuando finalmente haya concluido el tiempo que se haya establecido, bien podemos sacarle hasta un 90% de rentabilidad del capital invertido o bien, si no hemos acertado, podemos perder el total de la inversión (el 100%). También es cierto que ciertos brókers, dependiendo del trato que tengamos con ellos, pueden ofrecernos una devolución de entre el 5-15% de lo que hayamos perdido.

¿Por qué se le llama “mercado de opciones binarias”?

Reciben este nombre porque el inversor tan solo se encontrará con dos resultados para la misma operación.
Cuando la operación haya terminado, esta puede tener dos resultados: o bien Out The Money (Fuera del dinero), o bien In the Money (En el dinero).

La verdad es que abrir una operación en el mercado de las opciones binarias es muy sencillo; prácticamente cualquiera puede hacerlo. Ahora bien, es mucho más fácil perder el dinero que ganarlo. Es por ello, por lo que conviene formarse antes, probar con cuentas “demo” para empezar a trazar la primera estrategia que será la que finalmente nos dará dinero.

Es un mercado de riesgo, pero lo cierto es que algunas estrategias nos ayudarán a minimizarlo. Además de las cuentas “demo”, también podemos buscar promociones o bonos de bienvenida. También podemos empezar invirtiendo un máximo del 5% del valor de nuestra cuenta por cada transacción. De esta forma, en el caso de que finalmente se produjeran pérdidas, el trader tendrá mayores posibilidades de recuperarse. Este porcentaje lo podremos disminuir aunque tengamos una experiencia mínima.

¿Hace falta experiencia en el bróker para trabajar con las inversiones de opciones binarias?

Si. Por mucho que te puedan decir lo contrario, no podemos entrar en este mercado sin tener ni idea de lo que estamos haciendo. Las inversiones en opciones binarias pueden generar muchos beneficios a quienes tienen la experiencia necesaria en el mercado, a los que saben en que momentos invertir y que cantidad económica deben de poner, así como a aquellos que crean estrategias adecuadas para cada momento. Cómo ya hemos comentado, si una persona invierte en el mercado sin estar capacitado, es posible que tenga que afrontar pérdidas importantes, incluso tachar a este mercado de “timo”.

¿Con qué activos se trabaja en el mercado de acciones binarias?

Los activos con los que se pueden trabajar en este mundo variarán de un bróker a otros, pero estas son las 4 opciones básicas:
Acciones: En este mercado podemos trabajar con acciones de diferentes entidades, como puede ser, por ejemplo, Microsoft o Google. La idea de estas inversiones es que se predigan el comportamiento de las mismas en un tiempo; si aciertas, entonces te llevarás el 90% de la rentabilidad. Estas inversiones se caracterizan por lograr una rentabilidad muy alta en muy poco tiempo con una mínima inversión (efecto de apalancamiento).

Materias primas: Estos productos tienen la particularidad de ser cotizados en mercados internacionales. Trabajar con estos activos es algo complicado, ya que son volátiles: es decir que el precio puede variar de forma considerable de la noche a la mañana. Por lo general, las principales materias primas con las que se trabaja suele ser el oro, la plata o el petróleo.

La buena noticia es que hay mucha información sobre ellos; es por esta razón, por lo que el inversor tendrá todas las herramientas para poder atinar en su predicción.

Divisas: De la misma manera que las materias primas, las divisas también están en constante movimiento, aunque no suelen haber bajadas o subidas demasiado extremas. El inversor que, por ejemplo, invierta en euros, tendrá que escoger un “par de divisas” para empezar a trabajar (cómo el par euro/dólar, euro/libra, euro/yen). Se trabaja con dos monedas, nunca con una sola.

Antes de apostar por los pares de divisas, es importante conocer las características de cada operación, para ir directamente a las que más nos convengan.

¿Qué ventajas tiene apostar por el mercado de opciones binarias?

Facilidad: Operar con ellas es fácil, ya que tan solo tenemos que prever el comportamiento de un determinado activo. Saber cómo hacerlo ya no es tan fácil.

Mínimos depósitos: Podemos empezar a trabajar con las opciones binarias con un depósito mínimo desde los 100 o los 200$/€. Cada transacción mínima tendrá un valor de 10-30$, dependiendo de cada bróker. Esto nos indica que podemos empezar con este mercado, pero sin tener que arruinarnos desde el primer momento.

Comodidad: Podemos operar en este mercado desde cualquier parte, incluso en nuestra cama estando en pijama. También puedes trabajar con ellas desde tu teléfono móvil o cualquier otro soporte relacionado, siempre y cuando tengas conexión a la red.

Facilidades: Promociones, bonos de bienvenida, cuentas “Demo”… son tan solo algunos de los recursos que nos lo pondrán fácil para empezar.

Todo un mundo de rentabilidad te está esperando en el mercado de las opciones binarias.

Informe Oslo, el misterioso documento sobre investigaciones armamentísticas nazis remitido a los británicos anónimamente en 1939

$
0
0

Apenas un mes después de iniciarse la Segunda Guerra Mundial la embajada británica en Oslo recibía una misteriosa carta sin firma en la que se ofrecía información detallada sobre el armamento de última generación que estaba desarrollando Alemania.

Aquello sembró el desconcierto en los servicios secretos porque no procedía de ningún agente conocido y a priori sonaba a trampa. Sin embargo, se siguieron sus instrucciones y una semana más tarde llegó un completo documento que ha pasado a la Historia como el Informe Oslo.

Fue el capitán Hector Boyes, capitán de la Royal Navy que ejercía de agregado naval en la legación, el destinatario de la epístola inicial. El 4 de noviembre de 1939 debió quedarse de piedra al leer el texto, en el que se le proponía, si estaba interesado, incluso una forma encubierta de manifestar el visto bueno: cambiar el saludo que hacía la emisión de la BBC para Alemania, la expresión “Hullo, hier ist London” (Hola, Londres al habla), repitiendo dos veces el saludo.

Hans Ferdinand Mayer, autor del informe/Foto: Aftenposten

Como a primera vista no había nada que perder, así se hizo y una semana después llegaba a la embajada un paquete conteniendo el citado informe, siete folios escritos a máquina, detallando las investigaciones del régimen nazi en materia de electrónica armamentística y las empresas colaboradoras en diversos programas, con menciones expresas a las longitudes de onda de los radares y las contramedidas antiaéreas en las que trabajaban los alemanes.

Asimismo, incluía estadísticas de producción de bombarderos Junkers y fecha de construcción del que debía ser el primer portaaviones de la Kriegsmarine (aunque el informe lo llamaba Franken, por lo que quizá se confundiera con el buque cisterna homónimo). Más importante era la reseña al diseño de pequeños cohetes guiados por control remoto y la descripción de la base aérea de Rechlin, donde se ubicaban los laboratorios de investigación de la Luftwaffe.

Otra parte del informe explicaba los dos nuevos tipos de torpedos desarrollados para los submarinos, unos acústicos y otros magnéticos, así como el funcionamiento de los proyectiles de artillería mediante fusibles eléctricos, que sustituían a los medios mecánicos clásicos. Además, adjuntaba una de esas piezas: una válvula termoiónica o de vacío, capaz de actuar sobre señales eléctricas y que se usaría como sensor para las espoletas.

Dibujo de válvulas termoiónicas/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Remitido al MI6 (servicio secreto británico para asuntos del extranjero), sorprendentemente en Londres no se le concedió credibilidad y únicamente un joven físico llamado Reginald Victor Jones, que luego sería subdirector de la nueva sección científica de Inteligencia, alertó de que la información era correcta desde un punto de vista técnico, al menos en su mayor parte (había algunos errores como una producción exagerada de Junkers o la citada confusión del Franken, que luego se supo que se debían a que el autor no siempre disponía de datos de primera mano).

Consecuentemente, sólo podía interpretarse de dos formas: o era un truco propagandístico para mostrar la superioridad tecnológica teutona y sembrar el desánimo en Gran Bretaña o realmente habían dado con un informador contrario al nazismo y, por tanto, de gran valor. El mando británico se inclinó por la primera opción: trucos de la Abwehr, el servicio de inteligencia alemán; hacía poco que habían picado en un anzuelo del SD (Sicherheitsdienst, la contrainteligencia de las SS) y les había costado varios agentes, por lo que no querían arriesgarse otra vez.

Reginald Victor Jones/Foto: Aftenposten

Al fin y al cabo los britanicos acababan de desplegar en Francia su BEF (British Expeditionary Force) mostrándole a Hitler que estaban dispuestos a pararle y, en efecto, su presencia parecía haber resultado tan disuasoria que la Wehrmacht no se atrevía a enfrentárseles y se conformaba con la invasión de Polonia. En cuestión de pocos meses quedaría claro el error de ese análisis en las playas de Dunkerque.

Lo cierto es que sin saber quién era el autor del informe resultaba difícil tomar una decisión con seguridad. ¿Quién podía tener tales conocimientos sobre la investigación alemana? Más aún ¿por qué quería informar de ello al enemigo? Estas preguntas carecían de respuesta hasta que en la primavera de 1940 el ejército alemán se puso otra vez en marcha, entrando en Dinamarca. Resulta que éste era el país que, debido a su neutralidad, usaba el informador para enviar sus mensajes.

Soldados del BEF embarcando para Francia/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Se llamaba Hans Ferdinand Mayer. Alemán, nacido en Pforzheim en 1895, había estudiado Matemáticas, Física y Astronomía en las universidades de Karlsruhe y Heidelberg, obteniendo el doctorado por un trabajo sobre electricidad dirigido por todo un premio Nóbel, el doctor Philip Lenard. En 1922 Mayer entró en Siemens para trabajar sobre circuitos eléctronicos para comunicaciones y en 1936 se convirtió en director del laboratorio de investigación de la compañía en Berlín.

Gracias a ese cargo tenía acceso a amplia información acerca de los trabajos que se desarrollaban en el país en cuanto a aplicaciones armamentísticas de la electrónica, contando asimismo con libertad para viajar. Y se daba la circunstancia de que Mayer no sólo no era nazi sino todo lo contrario; la invasión de Polonia le persuadió de hacer lo posible por acabar con ese régimen.

El Hotel Bristol en 1930/Foto: Ukjent en Wikimedia Commons

Entonces se desplazó a Oslo a finales de octubre y redactó el informe en la habitación del Hotel Bristol, sacando varias copias mediante papel carbón. También escribió una carta a Henry Cobden Turner, un amigo británico al que había conocido trabajando en la General Electric Company en el período de entreguerras y que le había ayudado a sacar del país a una niña judía repudiada por su padre nazi. Ahora le pedía mantener contacto a través de otro que era danés, Niels Holmblad. Así fue cómo llegaron los documentos a la embajada. Una de las copias se exhibe actualmente en el Imperial War Museum de Londres.

Sin embargo, la invasión de Dinamarca en abril de 1940 frustró la posibilidad de seguir con el plan y encima Mayer fue detenido por la Gestapo en 1943, acusado de escuchar la BBC y criticar al gobierno. Le recluyeron en Dachau pero la intervención de su antiguo profesor, el mencionado Lenard, que era un nazi devoto, le salvó de una pena mayor y fue trasladado, pasando por varios campos de concentración; su nivel intelectual ayudó a que su cautiverio fuera más llevadero, destinado a radiocomunicaciones. Obviamente, la Gestapo no llegó a enterarse de que había hecho el Informe Oslo.

Los científicos de la Opearción Paperclip/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Al acabar la guerra marchó a EEUU como parte de la Operación Paperclip, originalmente denominada Overcast, la que facilitó el traslado a ese país de científicos germanos que habían trabajado en cuestiones armamentísticas. Allí investigó en la Base Aérea de Wright-Patterson para la USAF. Luego fue profesor de Ingeniería eléctrica en la Universidad de Cornell y en 1950 retornó a Alemania, reincorporándose a Siemens.

Reginald V. Jones reveló la existencia del Informe Oslo en 1947 pero seguía sin conocer su autoría y no la supo hasta 1953, aunque en una conversación con Mayer acordaron mantener el secreto para evitar posibles represalias de pronazis. De hecho, ni su familia lo supo hasta 1977, en que él mismo se lo dijo; lo dejó reseñado en su testamento con la condición de hacerlo público sólo a su muerte y la de su esposa. Mayer falleció en Múnich en 1980 y Jones esperó hasta el fallecimiento de ella, en 1989, para desvelar públicamente el enigma.

Fuentes: The Oslo Report 1939—Nazi Secret Weapons Forfeited (Frithjof A.S. Sterrenburg en V2ROCKET)/Operaciones secretas de la Segunda Guerra Mundial (Jesús Hernández Martínez)/La guerra secreta. Espías, códigos y guerrillas, 1939-1945 (Max Hastings)/Operation Crossbow. The Untold Story of the Search for Hitler’s Secret Weapons (Alan Williams)/Inteligence in War (John Keegan)/Wikipedia

La tumba monumental del poeta astrónomo Arato, oculta bajo un campo de naranjos y jamás abierta

$
0
0

Hacia el año 310 a.C. nacia en la ciudad de Solos Arato, uno de los poetas más renombrados de la Antigüedad. La antigua Soli griega, que los romanos renombraron Pompeyópolis, está situada hoy en la provincia turca de Mersin, al sur del país en la costa cilicia.

Había sido fundada en torno al año 700 a.C. por colonos procedentes de la isla de Rodas o de la ciudad de Argos en el Peloponeso, siendo capaz de mantener su autonomía cuando en el 449 a.C. fue incorporada al imperio persa.

En 333 a.C. la conquista por Alejandro Magno instauró una democracia y, a su muerte, entró a formar parte del Imperio Seléucida. Será en este contexto cuando nace Arato, de cuyos primeros años de vida apenas se conocen datos.

Se sabe que en algún momento se desplazó a Atenas para estudiar con el filósofo estoico Zenón de Citio, el cual le introdujo al entorno del rey macedonio Antígono Gónatas, quien quedó tan impresionado que le invitó a su corte de Pela para oficiar su boda en el año 276 a.C.

Durante su estancia en Pela, en la que ejerció su principal profesión como médico, compuso varias obras de gramática, filosofía y poesía, entre ellas un himno a Pan en el que glorificaba la figura de Antígono y su victoria sobre los celtas en el año 277 a.C. Pero sería más conocido por sus poemas didácticos sobre temas de anatomía, farmacología y astronomía. Por desgracia todas sus obras se han perdido, salvo una, los Fenómenos.

Arato de Solos / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Redactado hacia el año 275 a.C. los Fenómenos son una obra maestra de la poesía helenística, tanto que se convirtieron en el poema más famoso de la Antigüedad después de la Iliada y la Odisea. La primera parte del poema, que deja claro el estoicismo de su autor, contiene un catálogo con las descripciones y posición de las constelaciones, junto con historias acerca de su origen mitológico, e incluso habla sobre los movimientos de la Luna y el Sol y su influencia sobre los hombres.

La segunda parte recoge consejos prácticos para predecir el tiempo meteorológico, basándose en la observación del cielo y los fenómenos naturales.

Durante toda la Antigüedad los Fenómenos serían objeto de comentarios, críticas, reediciones y traducciones, extendiéndose ampliamente por el mundo mediterráneo. Incluso Cicerón y Virgilio aportarían sus propias versiones latinas del poema, admirando la forma en que Arato había conseguido transformar algo a priori tan poco poético como la ciencia en poesía.

Edición en latín de los Fenómenos, año 1600 / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Al mismo tiempo, y a pesar de los muchos errores que contiene, tuvo un gran impacto en la historia de la astronomía, ya que contribuyó a preservar para la posteridad las ideas de Eudoxo de Cnido, el considerado padre de la astronomía matemática, y la doctrina meteorológica de los peripatéticos. Durante la Edad Media el texto siguió circulando en griego, latín y árabe (siendo uno de los pocos poemas griegos que se tradujeron a esta lengua), perdiendo solo importancia tras la traducción del Almagesto de Claudio Ptolomeo por Gerardo de Cremona en el siglo XII.

Incluso en los Hechos de los Apóstoles, el quinto libro del Nuevo Testamento, se pone en boca de San Pablo la cita del quinto verso de los Fenómenos. Hoy en día el cráter lunar Aratus lleva su nombre.

Arato moriría en Pela hacia el año 240 a.C. y sus restos serían trasladados a su ciudad natal Solos, donde se le construyó una tumba monumental merecedora de tan gran e importante poeta.

Se encuentra situada muy cerca del antiguo puerto de la ciudad, enterrada bajo un campo de naranjos próximo a las columnas de la vieja ciudad. Hace pocos días el diario turco Hurriyet Daily News se hacía eco de las dificultades para excavarla, ya que se halla en un terreno privado de la actual ciudad de Mezitli, cuya expropiación parece que es altamente costosa.

Por ello permanece oculta al mundo guardando sus secretos sin que nunca se haya podido abrir, salvo por un cartel que, en turco y en inglés, informa a los turistas de su existencia.

Fuentes: Biographical Encyclopedia of Astronomers / Oxford Reference / Hurriyet Daily News / Revisión del texto, léxico, traducción y comentario de “Los Fenómenos de Arato” de Germánico (José María Bernardo Nicás Montoto) / Wikipedia.

Libro recomendado: Fenómenos (Arato de Solos).

Los bombardeos sufridos por Suiza en la Segunda Guerra Mundial pese a su neutralidad

$
0
0

¿Qué rasgo tuvieron en común países como España, Bélgica, Holanda, Suecia, Dinamarca, Noruega, Irlanda o Suiza durante la Segunda Guerra Mundial? El hecho de ser neutrales en el conflicto, al margen de sus simpatías políticas por uno u otro bando. Sin embargo, la neutralidad declarada no siempre basta para mantenerse a salvo cuando se imponen las necesidades estratégicas y algunos de los citados lo experimentaron en su propio suelo, siendo invadidos por Alemania: Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Noruega… Incluso Suiza, generalmente considerada el paradigma de esa categoría, tuvo que vivir episodios bélicos dentro de sus fronteras, tanto aéreas como terrestres.

Suiza había adoptado una posición de neutralidad oficial en 1815, aunque ya se orientaba en esa dirección desde el siglo XVII. Hasta esta centuria, los trece cantones que se habían logrado separar del Sacro Imperio Romano Germánico en 1499 y formaban la Eidgenossenschaft o Antigua Confederación eran independientes entre sí; pero su pujanza militar, antaño toda una referencia de la que se nutrían los ejércitos europeos, había declinado con el surgimiento de los grandes estados nacionales del continente.

En 1798 la Confederación Helvética resultante de la Paz de Westfalia siglo y medio antes fue ocupada por el ejército revolucionario francés, que impuso una artificial República Helvética; tan impopular que hubo un fuerte movimiento de resistencia en toda la región que obligaría a Napoleón a conceder una amplia autonomía.

Bandera de la República Helvética/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Tras la caída definitiva del Emperador en 1815, el Congreso de Viena restituyó a los suizos su independencia y algunos territorios arrebatados (los cantones de Valais, Neuchâtel y Ginebra) mientras todas las potencias les reconocían su deseo de ser considerados neutrales, tal como habían expresado dos años antes a raíz de la derrota francesa en Leipzig. El origen de la neutralidad suiza ya la tratamos en un artículo de forma específica.

A lo largo del siglo XIX -y pese a algunos altibajos-, Suiza se fue perfilando a los ojos del mundo como país neutral por autonomasia, aceptándolo así todos sus vecinos hasta el punto de que allí instalaron sus sedes diversos organismos internacionales de referencia como la Cruz Roja (1854), la Unión Telegráfica Internacional (1868) o la Unión Postal Universal (1874). También se eligió Ginebra para la conferencia de la que salió el convenio de asistencia a los heridos de guerra.

De esta forma llegó el siglo XX y con él los dos grandes conflictos bélicos que lo jalonaron en su primera mitad. Fiel a su estatus, Suiza permaneció neutral en la Primera Guerra Mundial, aunque ello no sólo no implicó desmilitarización sino que su ejército nacional tuvo que desplegarse en las fronteras para garantizar esa condición: fue movilizado un cuarto de millón de hombres, número que se fue reduciendo progresivamente a lo largo de los años siguientes a medida que se comprobaba el respeto a la integridad territorial del país.

Soldados suizos en un ejercicio durante la I Guerra Mundial/Foto: Switzerland 1914-1918

Ello no fue óbice para un incremento temporal originado por un momento crítico a finales de 1916, cuando corrió el rumor de que Francia se disponía a atacar a Alemania pasando por Suiza, algo que finalmente no ocurrió. De todas formas, se calcula que hubo cerca de un millar de acciones que, de una forma u otra, traspasaron las fronteras helvéticas, especialmente en los pasos de montaña y las zonas donde confluían los límites entre varios beligerantes.

Al llegar la paz, Suiza se convirtió en refugio de exiliados políticos en la misma medida que ilustres artistas impulsaban desde allí algunos movimientos vanguardistas y las ciudades más importantes eran escenario del espionaje internacional. Entonces se empezaron a agudizar los extremismos políticos en el continente y volvieron a soplar vientos de guerra. Éstos se confirmaron en septiembre de 1939 con la invasión alemana de Polonia y la consiguiente respuesta de Francia y Gran Bretaña.

Suiza volvió a movilizar a su gente, reuniendo medio millón de soldados y milicianos para asegurar sus fronteras, temiéndose la posibilidad de ser ocupados también por la Wehrmacht. De hecho, los germanos tuvieron un plan en ese sentido, la Operación Tannenbaum, pero nunca se llevó a cabo por considerarlo innecesario (Suiza no constituía un peligro), aparte de que buena parte de los suizos eran germanófilos.

Suiza, rodeada por las potencias del Eje/Imagen: ArmadniGeneral en Wikimedia Commons

No obstante, al igual que en la guerra anterior, se produjeron varios incidentes y enfrentamientos que supusieron violaciones fronterizas. Hay que tener en cuenta la ubicación geoestratégica del país en aquellos momentos: una pequeña isla en medio de los Alpes rodeada por territorio de las potencias del Eje (Austria, Italia, la Francia ocupada, Alemania misma) a cuyo espacio aéreo nadie estaba dispuesto a renunciar; siempre se podía aducir un error de navegación y, en cualquier caso, la aviación suiza no era precisamente su punto fuerte.

Así, el espacio aéreo helvético fue profanado una y otra vez por las fuerzas aéreas de uno y otro bando. Primero los aviones de la Luftwaffe sobrevolaron Suiza durante la invasión de Francia, registrándose cerca de dos centenares de casos de los que once acabaron con derribo por parte de la Fuerza Aérea local; lo irónico fue que para ello se usaron Messerschmidt Bf-109 adquiridos a Alemania, que presentó una protesta formal.

Unidades suizas de Messerschmidt Bf-109/Foto: Luftwaffephotos

Dadas las amenazas de Hitler, los suizos cambiaron de táctica y obligaban a los pilotos intrusos a aterrizar en sus aeródromos. Por tanto, su suelo se utilizó a menudo para aterrizajes forzados o de emergencia pero no sólo de aviadores germanos: cientos de tripulaciones aliadas terminaron la guerra retenidos entre aquellas montañas, algo siempre preferible a ser internados en un campo de concentración teutón.

Sin embargo, no todos los incidentes fueron tan limpios. En 1940 la RAF atacó Ginebra, Renens, Basilea y Zúrich antes de percatarse del error. En el otoño de 1943 fueron los estadounidenses los que se equivocaron y soltaron sus bombas sobre el pueblo de Samedan, como pasaría al año siguiente en otros sitios como Koblenz, Cornol, Niederweningen y Thayngen. También habría acciones en 1945 en Chiasso, Stein am Rhein, Taegerwilen, Vals, Rafz y Brusio, esta última el 16 de abril de 1945, poniendo fin a esos incidentes que, por suerte, no provocaron víctimas.

Carta informativa sobre los bombardeos por error/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Ahora bien, con esa continua repetición de errores era cuestión de tiempo que llegara la tragedia. Lo hizo el 1 de abril de 1944, cuando una escuadrilla norteamericana bombardeó por confusión la ciudad de Schaffhaussen, provocando la muerte de cuarenta personas y destruyendo su tejido fabril; en marzo del año siguiente las perjudicadas fueron Basilea, donde cayeron bombas incendiarias, y Zúrich, en la que fallecieron cinco ciudadanos tras ser confundida con Friburgo (una corte marcial presidida por el famoso actor James Stewart, que era capitán, encausó y finalmente absolvió a la tripulación responsable).

En EEUU algunos de sus militares opinaban que los suizos se merecían los bombardeos por simpatizar con los nazis, aunque el gobierno optó por disculparse e indemnizar a Suiza con una riada de millones de dólares que fue pagando desde 1944 hasta 1949. El país alpino admitió las explicacioness pero, a la vez, se mostró dispuesta a no consentir ni uno más, advirtiendo de que en lo sucesivo intervendría contra cualquier avión que invadiera sin permiso su espacio aéreo y retendría a sus tripulantes.

Fuentes: The Swiss and the Nazis. How the Alpine Republic Survived in the Shadow of the Third Reich (Stephen Halbrook)/Target Switzerland. Swiss Armed Neutrality In World War II (Stephen Halbrook)/Britain, Switzerland, and the Second World War (Neville Wylie)/The Challenge of Neutralit. Diplomacy and the Defense of Switzerland (Georges André Chevallaz)/Between the Alps and a Hard Place. Switzerland in World War II and the Rewriting of History (Angelo M. Codevilla)/Wikipedia

Viewing all 8229 articles
Browse latest View live