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Monte Sierpe, una alargada franja artificial compuesta de 6.000 hoyos cercana a las líneas de Nazca

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Muy cecana a las más famosas líneas de Nazca, esta alargada franja de hoyos ha sido objeto de múltiples teorías, incluyendo las inevitables referencias alienígenas.

El lugar, al que también se denomina gráficamente como Cerro Viruela y Band of Holes en el mundo anglosajón, está situado en lado norte del valle de Pisco, en Perú. Se trata de una banda que comienza en el borde del valle y se extiende a lo largo de 1 kilómetro medio hasta la cima de una colina, con una anchura de 14 metros en su parte más estrecha, y de 21 en la más amplia.

Está formada por hoyos, con bordes altos, muy juntos y siguiendo una orientación norte-sur sobre un terreno muy irregular. Los hoyos tienen 1 metro de diámetro y entre 50 centímetros a 1 metro de profundidad.

Conocidos desde muy antiguo por las gentes locales, no se sabe exactamente para que servían estos hoyos ni quien los construyó. Fueron descubiertos para el mundo occidental en 1931 cuando Roberto Shippee tomó una fotografía de la banda desde su avión, que se publicó ese mismo año en la revista National Geographic.

Fueron inspeccionados en 1953 por Victor Wolfgang von Hagen, que llegó a la conclusión de que debían ser tumbas nunca utilizadas. Comprobó que se disponían en filas de siete a nueve a hoyos, avanzando en ángulo de 50 grados hacia la ladera del Monte Sierpe.

Foto American Museum of Natural History

El arqueólogo John Hyslop determinó en 1984 que su función debió ser la de almacenamiento, y sus creadores los Incas, comparando las estructuras con otras similares que había encontrado en la costa peruana, en Quebrada de la Vaca y Tambo Colorado. Ello lo convertiría en el mayor almacén de víveres del imperio inca.

En 2015 Charles Stanish y Henry Tantaleán, de la Universidad de California (UCLA), que realizaban excavaciones en el cercano valle de Chincha, se acercaron a inspeccionar la banda, según recoge la revista Archaeology Magazine. En un principio pensaron que los hoyos pueden haber formado parte de una antigua estructura defensiva, ser una especie de indicador para seguir una dirección determinada, o incluso un geoglifo similar a las líneas de Nazca.

Tras investigar la historia arqueólogica del lugar encontraron que, a pesar de que numerosos arqueólogos la habían visitado desde 1933, ninguno había realizado excavaciones ni por tanto se había encontrado ningún tipo de artefacto, objeto, o restos de ninguna clase.

Ellos encontraron restos de cerámica de época inca prehispánica, lo que unido a la existencia de tumbas incas similares a las de Valle de Chincha en la base del monte, les hizo sospechar que los hoyos eran obra incaica.

Hallaron que los hoyos fueron excavados de diferentes maneras, algunos en montículos artificiales de tierra y otros compuestos por pequeñas estructuras de roca en la superficie. Ninguno de ellos estaba excavado en la roca volcánica de la colina, como afirman quienes defienden la hipótesis extraterreste.

Es más, descubrieron que la banda se divide en varios grupos o bloques, cada uno con un patrón diferente para los hoyos.

Utilizando imágenes aéreas crearon un mapa de la banda, estimando su composición entre 5.000 y 6.000 hoyos. Un trabajo que creen pudo ser realizado fácilmente por un equipo de 100 trabajadores durante 30 días. Un grupo más pequeño, de 10 trabajadores, podría haber completado la obra en unos 300 días, aunque su impresión es que los hoyos fueron excavados gradualmente durante un largo período de tiempo.

Durante su estudio del lugar hallaron asimismo los restos de una antigua carretera inca y de varias colcas, almacenes de la época inca. Esto junto a la cerámica encontrada sugiere que el origen de la banda de hoyos dataría de la primera mitad del siglo XV, tras la conquista inca del pueblo Chincha, los nativos de la región.

En cuanto a la función, la similitud de la distribución de los hoyos con la estructura en forma de tablero de ajedrez de un almacén descubierto por el arqueólogo de la Universidad de Harvard Gary Urton en Inkawasi, hace pensar a Stanish que pudieron servir para medir los tributos pagados a los incas en especie.

Foto Charles Stanish

Refuerza esta teoría el hecho de que el Monte Sierpe está a apenas 7 kilómetros de Tambo Colorado, que fue un gran centro administrativo inca en el siglo XV en el valle de Pisco. La banda de hoyos estaría situada sobre la carretera que va del fondo del valle a Tambo Colorado, un lugar perfecto según Stanish para pararse a medir los tributos.

Siguiendo esta hipótesis opina que cada bloque de hoyos habría pertenecido a una familia diferente, quienes tenían la obligación de llenar sus hoyos con productos como calabazas, frijoles o maíz.

El hecho de que no se haya encontrado nada similar en otros lugares se explicaría por el hecho de que la banda de hoyos habría sido el invento que los administradores locales del valle encontraron para la medición de tributos.

No obstante y dado que no se han realizado análisis todavía en busca de restos orgánicos, esta teoría sigue siendo, por el momento, solo una hipótesis.

Fuentes: Archaeology Magazine / A 2,300-year-old architectural and astronomical complex in the Chincha Valley, Peru / Ars Technica / Wikipedia


Qué hacer y ver en un fin de semana en Ibiza

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Foto dominio público en pixabay.com

Seguro que más de uno echa de menos la playa y ve el verano demasiado lejano aún. Si este es tu caso, ¿por qué no hacer una escapada de fin de semana a Ibiza?

Seguro que no necesitas que te convenzan, pero por si acaso te queda alguna duda, te contamos qué puedes hacer en Ibiza durante un fin de semana:

Ir a la playa: si lo que quieres es relajarte y nada más, qué mejor forma de hacerlo que pasando el día en cualquiera de sus maravillosas playas de aguas cristalinas.

La playa d’en Bossa es la playa más conocida y más larga de Ibiza y se considera una de las mejores de la isla, ya que en ella puedes encontrar actividades acuáticas de todo tipo además de restaurantes y locales musicales (perfecta si tu plan es pasarte el día entero en la playa).

Si vas en familia, la cala de Sa Caleta es una de las mejores y más tranquilas de Ibiza, aunque los fines de semana tiende a llenarse enseguida.

Éstas son sólo algunas de las calas y playas a las que acudir durante tu fin de semana en Ibiza, ya que todas las playas de la isla merecen la pena y son demasiadas como para mencionarlas todas en este artículo. Lo mejor es ir cada día a una playa diferente para sacarle el máximo partido a tu fin de semana.

Visitar Dalt Vila: si quieres añadir algo de turismo cultural a tu escapada, no puedes irte sin visitar el casco antiguo de Ibiza capital, ya que sus antiguas murallas y la catedral siempre impresionan al visitante.

Las vistas cambian totalmente del día a la noche, por lo que merece la pena pasear por la zona en momentos diferentes del día.

Ir a la iglesia fortificada de Santa Eulalia: se trata de una iglesia fortaleza construida en la Edad Media con el objetivo de defender la isla de piratas turcos y norteafricanos.

Si eres amante de la Historia, este templo es uno de los puntos de interés que debes visitar.

Foto dominio público en pixabay.com

Naturaleza y arqueología: si quieres combinar excursiones por la naturaleza con el turismo cultural, lo mejor es visitar la cueva de Ses Fontanelles, conocida por sus pinturas rupestres realizadas durante la Edad de Bronce.

Durante el camino hasta la cueva podrás disfrutar de las vistas de los acantilados de la zona norte de la isla, por lo que es una buena ruta para quienes quieran hacer algo de senderismo.

Paseo en globo: sobrevolar la Isla Blanca en globo puede ser una de las actividades a realizar durante tu escapada, ya que podrás disfrutar de unas maravillosas vistas y desde una perspectiva única.

Ir al mercadillo de Las Dalias: se trata del mercadillo hippy más famoso de la isla y cuenta con más de 200 puestos, además de bares, restaurantes y hasta fiestas. Por lo que, si te gusta visitar los mercadillos, Las Dalias es parada obligatoria.

Foto dominio público en pixabay.com

Salir de fiesta: este artículo no estaría completo si no mencionásemos la oferta de ocio nocturno que la isla pone a tu disposición. Todas las discotecas organizan noches temáticas y van cambiando el estilo de música, por lo que hay opciones para todos los gustos.

Atardecer en Punta Galera: si eres amante de la fotografía, merece la pena ir a ver el atardecer a Punta Galera, ya que suele ser una buena oportunidad para sacar unas bonitas instantáneas.

Paseo en barco: esta actividad puede hacerse en gran cantidad de playas de la isla tanto contratando un paseo como alquilando un barco y estableciendo el rumbo tú mismo. Merece la pena.

Como ves, dispones de una gran variedad de planes y actividades que llevar a cabo en Ibiza, así que ¿por qué no escaparte un fin de semana?

Si no quieres tirar de tus ahorros para comprar los billetes de avión, puedes acudir a los minicréditos y disfrutar de tu fin de semana ibicenco con tranquilidad.

Pedro Antonio de Olañeta, el absolutista irreductible de la independencia sudamericana

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El 12 de julio de 1825 Pedro Antonio de Olañeta alcanzaba el culmen de su carrera profesional: el rey Fernando VII acababa de nombrarle virrey del Río de la Plata.

Lamentablemente, el agraciado no pudo disfrutar de su nuevo cargo; de hecho, ni siquiera llegó a asumirlo porque cuando llegó la noticia a América llevaba más de tres meses muerto.

A esta curiosa circunstancia se sumaba otra: Olañeta había caído en la batalla de Tumusla contra el Ejército Libertador del Perú de Carlos Medinaceli Lizarazu y ambos jefes habían seguido trayectorias opuestas, empezando el primero con simpatías hacia los revolucionarios para luego defender la causa realista mientras que el segundo evolucionó justo al revés.

Pedro Antonio de Olañeta era peninsular de origen: nació en Elgueta (Guipúzcoa) en 1770 y a la edad de diecisiete años emigró con sus padres a América, estableciéndose entre Potosí y Salta.

Era una familia de comerciantes que logró abrirse camino y hacer fortuna, pasando a formar parte de la élite social de Tucumán, máxime cuando el joven Pedro se casó con su prima, que además era la hermana de Juan Guillermo Marquiegui, militar de Jujuy que luego se haría un nombre en las guerras que se avecinaban. El matrimonio tenía un alto nivel de vida, regentando una estancia (es decir, una hacienda o rancho).

Retrato de Olañeta/Imagen: Surazo

En realidad, Olañeta también había ingresado en las filas del ejército, en las milicias locales; por eso y por estar acostumbrado a dirigir a su cuadrilla de trabajadores, cuando en 1810 estalló la Revolución de Mayo no le faltaba experiencia en el mando.

Durante el mes homónimo, recibida la noticia de la caída de la Junta Suprema Central en España, se convocó un cabildo abierto y un congreso del que salió una Junta Patriótica, presidida por Cornelio Saavedra, que proclamó la independencia el día 25, decretando el libre comercio y enviando ejércitos al mando de los generales Antonio Balcarce y Manuel Belgrano a liberar otras zonas del virreinato: el Alto Perú (Bolivia) y la llamada Banda Oriental (territorios al este del río Uruguay, es decir, Paraguay y Uruguay), aún leales al Consejo de Regencia español a la par que recelosas del centralismo bonaerense.

Como decía antes, en un primer momento Olañeta saludó el movimiento pensando, como tantos otros entonces, que era una simple reacción contra el dominio napoleónico en defensa de la corona española, cuyo legítimo depositario debía ser Fernando VII.

Sin embargo, cuando quedó patente que aquello iba a tener una trascendencia mucho mayor, que se aspiraba a la independencia y que en ésta, como español peninsular, vería peligrar sus propiedades, tomó partido abiertamente por el bando realista.

La Revolución de Mayo (Francisco Fortuny)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Haciendo bueno ese dicho de que la conquista fue cosa de los propios americanos mientras que la emancipación la hicieron los españoles luchando entre sí, la guerra se extendió como un reguero de pólvora por todo el continente. Olañeta se incorporó como comandante a las tropas del general José Manuel de Goyeneche, que había sido representante plenipotenciario de la Junta Suprema de Sevilla para los territorios americanos y en cuyo nombre proclamó a Fernando VII como único monarca.

Goyeneche operó en la provincia de Jujuy, territorio colindante con el Alto Perú y cuya capital, San Salvador, llegó a ocupar en 1817.

En tierra jujeña se produjo un curioso enfrentamiento de gauchos contra gauchos, ya que los que mandaba el español se enfrentaban a los dirigidos por Martín Miguel de Güemes, uno de aquellos militares enviados allí por la Junta.

De hecho, Güemes fue el que logró el único triunfo contra los realistas (en Suipacha), imponiéndose en las demás las tropas de Goyeneche, que se ganó el título de conde de Guaqui por la victoria en ese lugar. No obstante, las hostilidades se prolongaron varios años y el destino preveía un enfrentamiento directo entre Güemes y Olañeta.

Martín Miguel de Güemes/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Fue en Salta, provincia al sur de Jujuy, cuya capital, harta de los impuestos ordenados por los revolucionarios, reclamó la presencia del ejército realista. Olañeta envió al coronel José María Valdés, quien ocupó la ciudad y cuando Güemes acudió a recuperarla le tendió una emboscada.

Güemes tuvo que huir malherido con el agravante de que era hemofílico, falleciendo unos días después. Póstumamente obtuvo la victoria, pues semanas más tarde sus hombres liberaron Salta. Pero, entretanto, Olañeta había alcanzado gran prestigio y ascendió a general de brigada.

Las cosas habían cambiado en la metrópoli. Los liberales habían forzado al rey a jurar la Constitución y, consecuentemente, enviaban un nuevo virrey al Río de la Plata: José de la Serna e Hinojosa. Mala cosa para un absolutista incondicional como Olañeta, que sin embargo se puso a sus órdenes durante un par de años hasta que en 1824 se rebeló contra su autoridad.

La Insurrección de Olañeta, como se la conoce históricamente, se produjo a principios de ese año, el 22 de enero, tras una serie de tiras y aflojas con la cúpula militar liberal y la inducción de su sobrino Casimiro, que también era su secretario. Se trataba éste de un prestigioso jurista de la Real Audiencia de Charcas, excombatiente en las filas del anterior virrey José de la Pezuela.

El rey Fernando VII (Vicente López)/Imagen: dominio púbico en Wikimedia Commons

Casimiro convenció a su tío para el golpe al enterarse de que, primero, el Consejo de Regencia de Urgel les animaba a sublevarse y, después, que la Santa Alianza, a través de los Cien Mil hijos de San Luis, había devuelto el poder absoluto a Fernando VII.

Los Olañeta renegaron oficialmente de La Serna y se llevaron los fondos reales depositados en Potosí, además de todos los tesoros eclesiásticos que encontraron para financiar su movimiento y formar un ejército propio. La división entre españoles propició la labor de Bolívar, que avanzó sobre Jauja y el 6 de agosto de 1824 derrotó en la sangrienta Batalla de Junín al teniente general José de Canterac, que había tenido que dividir sus fuerzas para perseguir a Olañeta.

Y es que éste se había echado al monte con cuatro mil soldados, siendo además apoyado por Francisco Javier Aguilera (gobernador de Santa Cruz de la Sierra, que se llevó otro millar de efectivos) y su cuñado Guillermo Marquiegui, entre otros. Al grito de “¡Vivan la religión, el Rey y la nación!, los sublevados no tuvieron reparos en establecer contactos con Bolívar y negociar al parecer el reparto del territorio.

Por lo visto, la idea de Casimiro Olañeta era que el Alto Perú, considerado ya indefendible para España, al menos quedara independiente del resto del Perú y del Río de la Plata, con su tío como virrey. De hecho, los absolutistas propagaron el rumor de que ésa era la intención de La Serna. En cualquier caso, la inflexibilidad de Olañeta tío en las conversaciones con el Libertador impidió el acuerdo.

El virrey José de la Serna/Imagen: Foto historico en Wikimedia Commons

El virrey envió al general Jerónimo Valdés, un reconocido liberal que propuso un acuerdo en Tarapaya cediendo a las reivindicaciones absolutistas; en realidad sólo trataba de ganar tiempo para que Canterac desarticulara a los revolucionarios en El Callao y Lima. Logrado esto se reemprendió la campaña contra Olañeta en junio.

Los absolutistas habían conseguido reunir cinco mil hombres y desbarataron a los liberales en Tarabuquillo mientras se las arreglaban para escapar manteniendo las distancias. La mayoría de las acciones fueron de envergadura menor pero cuando la balanza empezaba a inclinarse del lado de Valdés llegó la noticia de Junín y con ella la orden de regresar a Cuzco.

De esta forma, Olañeta quedó dueño del Alto Perú, recibiendo felicitaciones de Bolívar. A finales de año el ejército realista fue derrotado en Ayacucho a pesar de que ambos bandos españolistas aparcaron temporalmente sus diferencias para hacer frente al enemigo común: Olañeta había enviado refuerzos pero los mandos liberales carecían de motivación sabiendo que en España había triunfado Fernando VII y les esperaban consejos de guerra, así que aquel desastre supuso, en la práctica, el final del dominio efectivo español en Perú.

Representación anónima de la batalla de Ayacucho/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En enero de 1825 Casimiro Olañeta acompañaba a Sucre en su entrada al alto Perú; sería elegido miembro de la Asamblea Nacional en Chiquisaca y se convertiría en uno de los firmantes de la Declaración de Independencia aquel verano. Es más, llegaría a ministro en varios gobiernos y sería pieza fundamental en la labor legisladora de Bolivia, falleciendo como presidente de la Corte Suprema de Justicia.

Mientras, su tío rechazó la oferta que le hicieron los libertadores para que se sumara a la construcción del nuevo país. Hubo paz durante cuatro meses pero, evidentemente, el gobierno naciente no se podía permitir un ejército hostil operando en su territorio; el 1 de abril de 1825 se libró la Batalla de Tumusla, en la que Carlos Medinaceli se pasó al bando contrario dejando solo a su antiguo superior y derrotándole. Olañeta, herido en combate, murió al día siguiente. No llegó a saber que Fernando VII le había nombrado virrey.

Fuentes: Historia general de España y América (Luis Suárez Fernández)/Historia Contemporánea de América Latina (Tulio Halperin Donghi)/Ni con Lima ni con Buenos Aires. La formación de un estado nacional en Charcas (José Luis Roca)/El complejo proceso hacia la independencia de Charcas (1808-1826). Guerra, ciudadanía, conflictos locales y participación indígena en Oruro (María Luisa Soux)/Galería de españoles celebres contemporáneos (Nicomedes Pastor Díaz)/Historia de la independencia de Bolivia (Jorge Siles Salinas)

El bosque indio de 19.000 metros cuadrados formado por un solo árbol

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Observando una imágen de satélite de una zona del estado indio de Andhra Pradesh, al este de la reserva forestal de Kadiri, veremos algo que parece un gran bosque.

Ciertamente su tamaño, comparado con el de las casas cercanas, es considerable, pero en realidad tal masa boscosa está formada por un solo y único árbol.

Se trata del conocido como Thimmamma Marrimanu, toda una celebridad en la India, donde este tipo de árboles llamados banianos o higueras de Bengala (ficus benghalensis) son muy importantes en el aspecto religioso.

Tanto que se le considera el árbol nacional del país. Las raíces se asocian con Brahma, el tronco con Visnú y las hojas con Siva. Las gentes atan lazos en sus ramas y colocan figuritas votivas en los huecos de sus raíces.

Los banianos, que incluyen además otras especies, son árboles que se desarrollan de una manera poco convencional, desde arriba hacia abajo. Inicialmente las semillas germinan en las grietas de la corteza de otro árbol, pero también en muros o paredes de edificios, y van creciendo hasta que las raíces aéreas forman un pseudotronco que termina por engullir al árbol huesped o destruir el muro.

Foto The World of Interesting Facts

Sus ramas se van extendiendo de manera horizontal y creando nuevas raíces aéreas, las cuales por efecto del peso acaban tocando tierra y formando troncos suplementarios. Existen muchos banianos en el subcontinente indio que alcanzan dimensiones considerables, como el Thimmamma Marrimanu o el Gran Baniano del Jardín Botánico de Calcuta (hoy oficialmente Kolkata), cuya copa tiene una circunferencia de 330 metros.

La extensión de la copa o dosel arbóreo del Thimmamma Marrimanu cubre la increíble superficie de 19.107 metros cuadrados (0,019 kilómetros cuadrados), razón por la cual parece constituir un auténtico bosque y figura en el libro Guinness de los Records como el especimen arbóreo más grande del mundo.

Bajo las ramas del árbol hay un templo dedicado a Thimmamma, quien según la leyenda se habría inmolado en el lugar al morir su esposo en 1434. Se cree que el árbol creció justo en el lugar donde se levantó la pira funeraria, de uno de sus troncos. En tal caso su edad rondaría los 550 años.

La tradición local afirma que las parejas sin hijos que acudan al templo concebirán al cabo del año, por lo que es un lugar especialmente concurrido, pero también que una maldición caerá sobre aquellos que corten sus hojas.

Foto Avalokarts

Los peregrinos son especialmente numerosos sobre todo durante el festival del Maha Shivaratri (la gran noche de Siva) que se celebra en la noche del día trece del mes Phalguna (entre febrero y marzo) del calendario hindú. Esa noche bajo el Thimmamma Marrimanu tiene lugar una gran jatara (vigilia nocturna acompañada de música y danzas) a la que acuden miles de personas. Los lugareños afirman que bajo la copa del árbol se pueden reunir hasta 20.000 personas.

Foto Avalokarts

El Thimmamma Marrimanu todavía sigue creciendo y expandiéndose, favorecido por hallarse situado en un entorno de campos agrícolas con poca competencia arbórea en su alrededor. Razón por la cual ha llegado a tener tan impresionante extensión, con unas 4.000 raíces-tronco que se retuercen arriba y abajo en todas direcciones.

Fuentes: Anantapur / Mother Nature Network / GoRoadTrip / Smithsonian / Wikipedia.

Nissan desarrolla un dispositivo de seguridad para percebeiros

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Foto: Nissan España

Uno de los principales riesgos a que se enfrentan los percebeiros en su ya de por si dificil labor es la impredecibilidad del mar. Tradicionalmente han sido solo la vista y el oido sus armas para detectar el peligro inminente, pero ya sabemos que los sentidos no siempre son fiables.

Ahora Nissan, después de un año de investigaciones, ha conseguido aplicar la tecnología Safety Shield (escudo de protección inteligente) que emplea en sus vehículos a un dispositivo que funcione como un sexto sentido, detectando y avisando a los percebeiros de cualquier cambio en el mar que pueda suponer una amenaza para su vida.

El conjunto utiliza un sistema LIDAR de infrarrojos para analizar la espuma de las olas y predecir, mediante un algoritmo, cuando está a punto de llegar una ola peligrosa. Para ello se usa un láser de precisión apuntando desde tierra a la superficie marina que cataloga los tipos de olas que se aproximan.

El objetivo principal es detectar la falsa mar, olas que vienen desde muy lejos arrastrando enormes cantidades de agua y que son dificiles de detectar a simple vista.

Foto Nissan España

Cuando procede se genera una alerta que se envía en tiempo real a un receptor instalado en la espalda del traje de neopreno del percebeiro, dándole tiempo para tomar las precauciones adecuadas.

Las alertas son de tres tipos, visuales, sonoras y físicas, dependiendo de la gravedad. Así, una alerta básica visual formada por la unión de varios LED avisa de cuando van a romper las olas. A ella se suma la alerta de audio, con frecuencias de sonidos personalizadas en función del riesgo. Y se completa con un módulo de vibración en la zona lumbar. La combinación de los tres tipos permite enviar avisos cuando hay riesgo de olas peligrosas, e incluso una señal de cancelación si las condiciones para faenar son realmente peligrosas.

En caso de que un percebeiro caiga al mar arrastrado por las olas, el dispositivo envía de manera autónoma una señal de emergencia.

El sistema se desarrolló en conjunto con científicos, oceanógrafos y percebeiros de la Cofradía de Cangas en Galicia, y las pruebas realizadas tanto en la costa gallega como en la piscina de olas del CSIC dieron buenos resultados.

Ahora los resultados de la investigación han sido cedidos al profesor del CSIC Josep Lluís Pelegrí, con la finalidad de que se pueda adaptar más situaciones y usos que permitan salvar vidas.

Fuente: Percebeiros by Nissan.

La inaudita teoría que sugiere la visita de monjes budistas japoneses a los indios zuñi en 1350

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Hace un par de días tratamos aquí la historia de Abubakari II, el mansa de Malí que organizó una expedición transatlántica desde África y que algunos voluntaristas creen que pudo llegar a la costa de Brasil.

Aunque no hay ninguna prueba de que lo consiguiera porque de su flota no se volvió a saber. Hoy vamos a ver otra teoría precolombina que se basa en una serie de indicios y similitudes culturales entre el budismo japonés y los indios Zuñi de Nuevo México que, sin embargo, no se adscriben a ningún viaje conocido ni proyectado desde el país asiático.

Los zuñi forman parte de los indios anasazi, también conocidos como Pueblo, un grupo que se divide en varias tribus como los hopi, los kere, los jemez y los tañoanos, y que habita un territorio en disputa histórica con los navajos.

Todos ellos tuvieron intenso contacto con los españoles, que se acercaron allí en varias expediciones entre los siglos XVI y XVII, como las de Fray Marcos de Niza y Vázquez de Coronado, porque habían oído de sus ciudades construidas (viven en casas de piedra y barro, no en tiendas) y esperaban encontrar civilizaciones comparables a las mesoamericanas.

Lo que en realidad vieron fue una gente dedicada a la agricultura en media docena de localidades, más bien pobres. El contacto no fue pacífico y tras una serie de enfrentamientos, los recién llegados fundaron allí una misión.

Fue el principio de una nueva etapa de encuentros y desencuentros que, sin embargo, en lo sucesivo ligaría la región a la cultura hispana. Las Siete ciudades de Cíbola no aparecieron por ninguna parte pero el Virreinato de Nueva España amplió enormemente sus fronteras.

Pueblo zuñi en 1873/Foto: Pinterest

Ahora bien, se ha señalado el parecido entre diversos elementos de la cultura zuñi, tanto lingüísticos como religiosos e incluso sociales, y la nipona. Ello ha llevado a proponer la hipótesis de un contacto entre ambas civilizaciones, anterior a la llegada de los españoles, por parte de misioneros budistas desplazados a la costa oeste norteamericana a principios del siglo XIV. Por supuesto, la cosa no pasa del plano meramente teórico y probablemente ahí se quedará, pero puede resultar interesante echar un rápido vistazo al porqué de ese planteamiento.

En la época en que se habrían producido los hechos, los zuñi eran más numerosos. Constituían una docena de asentamientos con, probablemente, varios miles de habitantes en total. Habían llegado a aquel lugar, el valle del río Zuñi, tres o cuatro milenios antes, estableciéndose gracias a su conocimiento del cultivo de maíz y entablando relación con otros pueblos de los alrededores como los mogollon o los anasazi, con los que se cruzaron.

Monjes budistas japoneses en los años veinte-treinta/Foto: Rubylane

En ese contexto se situaría la llegada de los japoneses. Alguno se preguntará cómo acabaron allí; los defensores de esa hipótesis creen que buscaban el Itiwana, el centro del universo, un punto de origen del budismo, un sitio tranquilo, pacífico y estable que contrastaba con lo que dejaban atrás.

Lo cierto es que, en aquellos momentos, esa religión se encontraba en plena expansión proselitista y los avatares políticos, combinados con una serie de catástrofes naturales, darían un impulso extra a la aventura. Sería en torno al año 1350.

Así, un grupo de monjes se las habría arreglado para atravesar el océano y, gracias a la corriente que luego los españoles bautizarían con el nombre de Tornaviaje, desembarcar en el litoral de la actual San Francisco, emprendiendo desde ahí el camino a pie hacia el interior de ese nuevo mundo y toparse con los zuñi en un área que ocupa lo que ahora es el centro-oeste de Nuevo México y el este-centro de Arizona.

Fruto de ese intercambio cultural serían diversas facetas que hoy caracterizan a estos indígenas. La primera es estrictamente material y comprobable a simple vista: los motivos decorativos de la cerámica son extraordinariamente similares, especialmente el adorno de forma floral que para los zuñi es la roseta sagrada y para los japoneses el sello imperial, el crisantemo; claro que la representación de una flor admite múltiples posibilidades y los críticos creen que en realidad representan especies diferentes. Además, cada uno de los ocho clanes tiene su propio símbolo y decora su producción alfarera con él.

Cerámica zuñi con decoración floral/Foto: Puebloarts

También está la lingüística. El idioma zuñi es distinto a los de otros pueblos del entorno y de América entera, con la particularidad extra de que probablemente se conserva así desde hace siete mil años. Dicen los filólogos especialistas que algunas estructuras se asemejan al japonés, como las sílabas formadas por la vocal A y las consonantes K e Y o ciertos términos muy parecidos conceptual y cacofónicamente (Bitsu=dios indígena/Butsu=Buda, kwe=clan/kwai=sociedad) o muchas palabras con idéntico significado y acepción casi igual (montaña, por ejemplo, se dice yala y yama respectivamente).

Aparte de esto, hay dos vocabularios diferenciados por sexos, siendo las aportaciones orientales las conservadas por las mujeres mientras que los hombres se nutrieron de aportaciones de otros pueblos del entorno. De hecho, el contacto con otras tribus como los hopi, los keresan o los pima hizo que tengan algunas palabras en común, especialmente en lo referente al tema religioso.

Pero incluso su fe presenta características propias. Frente a cierto monoteísmo generalizado -matizado con múltiples deidades naturales-, los zuñi creen en una especie de trinidad compuesta por la Madre Tierra, el Padre Sol y la Madre Luna, más otras figuras sagradas menores.

Se trata de una mitología basada en el kachina, común a otros pueblos vecinos, según el cual todo lo existente en la Naturaleza -incluidos los conceptos abstractos- es susceptible de poseer aura divino; ellos identifican cuatro centenares de kachinas.

Y cabe señalar el carácter reverencial concedido a la libélula en ambas culturas, tal como explica Luis Pancorbo en Los dioses increíbles: diosa benefactora asociada al maíz para los zuñi, símbolo de la victoria para los japoneses (que llamaban a su país Akitsu Shimu, Islas de la Libélula).

Muñecas kachina de los zuñi/Fotos: Gourdkivaarts

A priori, no se ve rastro de budismo en ello y ésa sería quizá la principal cojera de la teoría, pues, si el objetivo de los monjes budistas era propagar su culto, en apenas doscientos años éste se había perdido o diluido, tal como pudieron comprobar los españoles, que pasaron a hacer lo mismo con el cristianismo obteniendo mejores resultados.

Sin embargo, el ritual zuñi del Uwanaga, que se celebra en enero y se basa en meter miedo a los niños para que se porten bien con la amenaza de un monstruo enmascarado que se comerá a los traviesos, tiene una insólita correlación con el Namehage nipón, de desarrollo análogo. Claro que, vuelven a decir los escépticos, también el cristianismo y otras religiones poseen tradiciones por el estilo para acabar el año y empezar el nuevo.

Por último están las relaciones sociales y la cuestión antropométrica. Las relaciones de parentesco entre los nativos americanos son básicamente matrilineales pero en los zuñi se combinan con las patrilineales, estas últimas típicas de Japón.

Se hicieron mediciones de cráneos, análisis de una dolencia renal frecuente en ambos sitios y un estudio de las coronas dentales de varias tribus del sudoeste, revelando éste diferencias entre los zuñi analizados y los demás, y hallándose concomitancia solamente con los indios de la península californiana.

En este caso, la comparación con individuos japoneses no resultaba coincidente más que en un rasgo, la presencia de la llamada cúspide de Carabelli, estando los otros bastante más alejados.

Mapa de la reserva Zuñi/Imagen: Kmusser en Wikimedia Commons

Asimismo, el predominio del grupo sanguíneo B, mayoritario en los pueblos aborígenes americanos, resultaba ser prácticamente testimonial en los zuñi, ascendiendo a algo más del diez por ciento en Japón.

Para que no todo sea tan adverso, los defensores de la hipótesis del contacto nipón subrayan que en el registro arqueológico aparecen huesos de melocotón, un fruto que fue introducido en Europa desde China y que los españoles llevarían al Nuevo Mundo, por lo que la explicación a esos vestigios volvería a mirar directamente a Oriente; la palabra zuñi para referirse al melocotón es mo’chiga, parecida a la japonesa momo.

En fin, no hay evidencias claras de nada y la teoría, propuesta originalmente -y en solitario- por la antropóloga Nancy Yaw Davis, lleva ya treinta y tres años (desde su publicación en 1994) en el candelero sin que se haya podido confirmar de ninguna manera y con toda la comunidad científica en contra.

Seguramente el ADN sería su sentencia definitiva si alguien se molestase siquiera en probarlo. Eso sí, la hipótesis es curiosa donde las haya.

Fuentes: Pueblos Originarios/Los dioses increíbles (Luis Pancorbo)/The zuni enigma (Nancy Yaw Davis)/Ashiwi. Pueblo of Zuni / Wikipedia.

En 2016 se descubrieron 1.730 nuevas especies de plantas

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A lo largo del pasado año se descubrieron en el mundo 1.730 nuevas especies de plantas desconocidas para la ciencia hasta ahora, algunas con propiedades medicinales y alimenticias.

En su informe anual, realizado por segundo año consecutivo, sobre el estado de las plantas en el mundo, el Real Jardín Botánico de Kew revela interesantes datos sobre la flora mundial.

El Real Jardín Botánico de Kew, del que ya hablamos en nuestro artículo sobre los 8 bancos de semillas que salvarán al mundo de una catástrofe, es uno de los centros punteros en investigación botánica, además de una de las instalaciones más visitadas del Reino Unido.

Su principal misión es la conservación y clasificación de todas las especies botánicas del planeta para las generaciones futuras.

En el informe de este año resaltan el descubrimiento durante 2016 de 1.730 nuevas especies de plantas, muchas de ellas con potencial de ser utilizadas en alimentación, medicina o como fuente de materiales constructivos.

También advierten que algunas de las recién descubiertas están en peligro de extinción.

Tessmannia korupensis / foto Real Jardín Botánico de Kew

Entre las novedades hay 11 nuevas variedades de Manihot en Brasil, un género al que pertenecen la yuca, la mandioca o la casava. También siete nuevas especies de té rooibos en Sudáfrica, seis de las cuales están en peligro de extinción. Y diversas variedades de Aloe Vera, muy utilizada en la industria farmaceútica.

Una de las nuevas especies de begonia / foto Real Jardín Botánico de Kew

Una nueva especie de buganvilla africana procedente de las montañas de Etiopía que alcanza los 3 metros de altura, una de crossopelatum en Mozambique que constituye un nuevo género de dicha familia de plantas hasta el momento solo conocida en el Caribe, 29 nuevas especies de begonia en los bosques de Malasia, o la Tessmannia korupensis, un árbol que alcanza los 39 metros de altura encontrado en Camerún, son algunas de las novedades.

Sokinochloa australis / foto Real Jardín Botánico de Kew

Una de las más curiosas en la Sokinochloa australis, encontrada en Madagascar, y que florece durante 2 o 3 años pero solo cada 50 años. Precisamente el informe de este año se centra en esa isla africana, destacando que el 83 por ciento de sus 11.138 especies nativas no se encuentran en ningún otro lugar de la Tierra.

Y quizá uno de los descubrimientos más sorprendentes e inesperados es el de la Barleria mirabilis, una nueva especie de árbol perteneciente a la familia del acanto. Las hojas que aparecen talladas en los capiteles corintios de los edificios clásicos griegos y romanos son hojas de acanto. Sin embargo, esta nueva especie se descubrió en Tanzania.

Barleria mirabilis / foto Real Jardín Botánico de Kew

El informe se completa con datos y gráficos interesantes sobre la flora mundial. Por ejemplo, que por lo menos 28.187 plantas están registradas a día de hoy como de uso medicinal, que más de 6.000 especies están documentadas como invasivas, o que más de 30.000 están sujetas a acuerdos internaciones de comercio con el objetivo de protegerlas de la extinción.

Fuente: State of the World’s Plants 2017 – Royal Botanic Gardens

Que ver y hacer en Oviedo en un fin de semana

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Plaza de la catedral / foto Shutterstock

¿Se puede ver Oviedo en un fin de semana? Depende de cada uno, pero en términos generales sí, es posible. Otra cosa es tomarse su tiempo para disfrutar de cada rincón y cada momento como se merece, tranquilamente y sin prisas, que es como se debería visitar cualquier ciudad.

Pero pongamos que no tienes más que un fin de semana y quieres sacarle todo el jugo a tu visita a la ciudad, llevarte un buen recuerdo y no desfallecer en el intento. ¿Dónde ir, qué visitar?

Evidentemente algunos sitios son imprescindibles, y los verás citados en todas las guías y artículos al respecto. Otros son menos conocidos, pero igualmente interesantes. Algunos están bien para ir en familia, y otros solo en pareja. Estos son nuestros favoritos.

Los monumentos prerrománicos

Santa María del Naranco / foto Shutterstock

Levantados entre el siglo VIII y el X, los monumentos prerrománicos de Oviedo son expresión de un estilo único en el mundo. Antes de nada conviene pasarse por el Centro de Recepción de Visitantes situado en las antiguas escuelas del Monte Naranco, donde nos informarán acerca de horarios y visitas guiadas. Lo ideal es dejar el coche en el aparcamiento público situado a media subida del monte, y desde ahí apenas quedan un par de cientos de metros hasta Santa María y San Miguel de Lillo.

Opcionalmente podemos continuar hasta la cima del Naranco en el vehículo, desde donde podemos disfrutar de una impresionante panorámica, no solo de la ciudad sino también de la cordillera cantábrica que separa Asturias del resto de la península.

Merece la pena acercarse también a San Julián de los Prados (Santullano), iglesia situada en la salida de autopista hacia Gijón y Avilés, para contemplar sus magníficas pinturas interiores.

La plaza del Fontán

Plaza del Fontán / foto Shutterstock

Es uno de los rincones más pintorescos de la ciudad, formada por un conjunto de casas porticadas que dejan un patio interior en el que se disponen las terrazas de varias sidrerías y restaurantes. Muy concurrida en primavera y verano, pero también en invierno si el tiempo lo permite. Ideal para degustar unas sidras con especialidades del Cantábrico.

El Bulevar de la Sidra

La calle Gascona, a la que se llega tomando a la izquierda frente a la catedral, tiene posiblemente la mayor concentración de sidrerías en el menor espacio de Asturias. Es el mejor sitio para el aperitivo, la comida o la cena, por la variedad y el ambiente. Ojo, quien no esté acostumbrado a beber sidra debe saber que es conveniente acompañarla con abundante comida, y que no hay ninguna prisa en apurar la botella.

La ruta de las estatuas

Maternidad de Botero / foto Shutterstock

Oviedo está plagado de estatuas, barrios, calles y rincones nos sorprenden con ejemplos de todos los estilos y tamaños. Solo en el centro, entre la calle Uría y la plaza de la Escandalera, nos podemos encontrar con la de Woody Allen, con el perro Rufo, el controvertido culis monumentalibus de Úrculo, la Maternidad de Botero y los Asturcones de la antigua Cajastur.

La catedral

No puede faltar en la lista una visita a la catedral y a la Cámara Santa, que guarda tesoros artísticos que se remontan a tiempos anteriores al reino astur, como el Arca Santa o la Caja de las Ágatas. La Cámara Santa está declarada Patrimonio de la Humanidad, y en ella también se pueden contemplar las cruces de la Victoria y de los Ángeles, símbolos de Asturias y de la ciudad de Oviedo.

La estatua de Mafalda en el Campo de San Francisco

Estatua de Mafalda / foto Shutterstock

Desde hace pocos años se ha instalado en uno de los bancos del principal parque ovetense, frente al estanque, una estatua de Mafalda, el famoso personaje de Quino, que hará las delicias de los más pequeños.

La cueva de La Lluera

La única cueva prehistórica abierta al público en el municipio. Si se tiene tiempo, abre a partir de juliio y hasta finales de septiembre los viernes, sábados y domingos. Está situada en la parroquía de San Juan de Priorio, y contiene representaciones artísticas de pinturas paleolíticas. Ojo, hay que reservar porque el acceso está limitado.

Ruta por la Judería

TourAsturias organiza visitas guiadas por la antigua judería de Oviedo, quizá uno de los aspectos más desconocidos de la capital asturiana. El recorrido discurre por la calles de Cimadevilla, La Rua, Plaza de Trascorrales, el Fontán, pasando por el Teatro Campoamor, donde se úbicaba el antiguo cementerio judio, y finaliza en la Plaza de Porlier, el principal núcleo de asentamiento judío. Os recomiendo echar un vistazo a Flaimitudemun para conocer más rutas por Oviedo.

Eventos culturales en Lata de Zinc

Para quien busque un espacio de cultura joven y alternativa, la sala Lata de Zinc, situada en el barrio de Otero, es uno de los centros culturales más activos de la capital, programando eventos literarios y musicales casi a diario.


Attu, la única batalla de la Segunda Guerra Mundial librada en territorio estadounidense

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A priori pudiera parecer que un lugar tan apartado como el archipiélago de las Aleutianas careciera de interés para los contendientes de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, la posesión de ese territorio insular se reveló como un objetivo estratégico fundamental tanto por parte de sus propietarios, los EEUU, como de sus enemigos japoneses y, de hecho, allí se libraron algunos importantes combates agrupados genéricamente bajo la denominación de Batalla de las Islas Aleutianas.

Uno de ellos se llevó a cabo en Attu y constituye el único ejemplo de lucha en suelo estadounidense durante aquel conflicto.

A mediados de 1942 el alto mando de Japón era consciente de su inferioridad material frente a EEUU, algo que se agravaba con la extensión de los dominios norteamericanos por el Pacífico, que le permitían disponer de bases naturales para su aviación y su marina.

Uno de esos sitios eran las Islas Midway, un atolón ubicado en pleno centro del océano, no lejos de Hawai. Aunque había sido descubierto en 1799 por el navegante español Miguel Zapiaín (que lo bautizó con el nombre de Patrocinio), en 1867 el marino William Reynolds las anexionó a EEUU consciente de su utilidad estratégica para la navegación, aunque seguramente jamás imaginó el grado que alcanzaría en ese sentido.

Las Aleutianas durante la batalla/Imagen: Mundo SGM

Porque, en efecto, en la primavera de 1942 el almirante Yamamoto tomó la decisión de intentar tomar las Midway y disponer así de un impagable portaaviones natural desde el que poder operar con más posibilidades e incitar al enemigo a un enfrentamiento decisivo que acortara la guerra, pues el nipón, que había vivido en EEUU, sabía que, a la larga, éste impondría su inagotable capacidad industrial. Y para dicho duelo era necesario contar con un buen punto de abastecimiento en medio de la nada.

El Pacífico durante la guerra; las Midway, en el centro del océano/Imagen: Keyword Suggests

Por supuesto, Yamamoto también sabía que los americanos no se iban a quedar de brazos cruzados dejándose arrebatar las Midway tranquilamente, así que concibió un plan de diversión que arrastrara a su flota lejos de allí; el lugar elegido fue el Archipiélago de las Aleutianas, un conjunto de más de trescientas islas volcánicas que se encuentran en el extremo noroeste de Norteamérica, formando una especie de arco entre Alaska y la península rusa de Kamchatka y separando el Mar de Bering del Océano Pacífico.

En total unos 37.800 kilómetros cuadrados habitados sobre todo por inuit y que, irónicamente, los rusos vendieron a EEUU el mismo año en que Reynolds ocupaba Midway.

El almirante Isoroku Yamamoto/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

La escuadra destinada a las Aleutianas estaba compuesta por los portaaviones Ryujo y Junyo, los cruceros pesados Maya y Takao, los acorazados Ise, Fuso y Yamashiro, el crucero ligero Abukuma y otros buques de transporte y abastecimiento con fuerzas de desembarco.

El primer ataque se produjo el 3 de junio de 1942 con un bombardeo sobre la isla de Unalaska; dos días después, tropas japonesas conquistaban la isla de Kiska y a la jornada siguiente repetían éxito con Attu, sin encontrar apenas resistencia.

De pronto, Japón llevaba la guerra a territorio enemigo y no sólo le privaba de lo que era otra base apreciable para potenciales ataques sobre el archipiélago japonés sino que, a la inversa, era una cuña desde la que podía atacarse el continente. Resonaban entonces las palabras que, ese sentido, había formulado en 1935 el general William Mitchell ante el Congreso, diciendo que Alaska era “el lugar estratégico más importante del mundo”.

EEUU tuvo que apretar los dientes y controlar los nervios mientras preparaba la recuperación de las Aleutianas. En agosto, las isla de Adak pasó a ser el punto desde el que se empezó a bombardear a los invasores y en marzo de 1943 una escuadra al mando del contraalmirante Charles McMorris les cortaba las vías de suministro al derrotar a los barcos del vicealmirante Boshirō Hosogaya en la Batalla de las Islas Komandorski.

El 301º Batallón de Infantería Independiente del Ejército del Norte del coronel Yasuyo Yamasaki quedaba aislado y con serias dificultades de abastecimiento. Todo estaba dispuesto para la operación de reconquista a cargo de fuerzas de EEUU y Canadá.

El coronel Yasuyo Yamasaki/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Así, el 11 de mayo de 1943, tras un intenso cañoneo naval, las 7ª y 17ª División de Infantería al mando del general Albert Brown se lanzaron al asalto en la denominada Operación Cangrejo.

Lo hicieron desde dos puntos, norte y sur, pero no debió ser precisamente agradable para los atacantes: como no había suficientes lanchas de desembarco era necesario esperar a que regresasen de las playas para volver a salir, ralentizando desesperantemente la operación y haciendo que muchos soldados, empapados, se quedaran ateridos de frío esperando a los demás en aquellas adversas condiciones climatológicas -es el Ártico, al fin y al cabo-.

Desembarco aliado en Attu/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Ello favoreció a los japoneses, que pudieron organizarse y les recibieron con dureza provocando que fueran necesarias dos semanas para poder asegurar una posición y empezar a avanzar. Una marcha lenta, de todas formas, pues los vehículos se atascaban en la tundra y los francotiradores disparaban desde las colinas.

No obstante, poco a poco Yamasaki fue quedando embolsado en Chichagof Harbor, aunque estaba confiado porque contaba con la información de que en Tokio se preparaba una contundente escuadra que partiría en su socorro inminentemente.

De haberlo hecho quizá las cosas hubieran cambiado, ya que realmente era poderosa: los cruceros Mogami, Kumano, Suzuya, Tono, Chikuma, Agano y Ōyodo, los acorazados Musashi, Kongō y Haruna, once destructores, varios transportes de tropas…

Pero su partida se fue retrasando y el 29 de mayo Yamasaki, asumiendo que la ayuda no llegaría a tiempo, lanzó a sus efectivos a un ataque masivo a la desesperada. Su idea era tomar Engineer Hill, donde los aliados habían concentrado su artillería, para volver los cañones en su contra.

Mapa de operaciones en Attu/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Casi dos millares y medio de soldados, al grito clásico de “¡Banzai!”, cayeron sobre los estadounidenses por sorpresa causándoles muchas bajas y llegando a una salvaje lucha cuerpo a cuerpo en la que no había cuartel; los asiáticos incluso ensartaron con sus bayonetas a los heridos del hospital de campaña (luego se supo que cientos de japoneses sólo contaban con ese arma, habiendo agotado su munición).

Pero no dejaba de ser un suicidio en la práctica y la mayoría terminaron muertos, capturándose únicamente a 28; entre ellos figuraba un solo oficial, el propio Yamasaki. El campo de batalla se llama hoy Massacre Valley.

Japneses muertos en la carga banzai del 29 de mayo/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Todavía quedaron pequeños grupos aislados que siguieron defendiéndose tenazmente hasta ser aplastados definitivamente a mediados de verano. Visto el resultado en Attu y teniendo en cuenta que la Armada Imperial no sólo no había podido imponerse en Midway (fue derrotada un año antes, al poco de ocuparse las Aleutianas) sino que el mismo Yamamoto acaba de morir al ser derribado el avión en el que sobrevolaba las Islas Salomón, el mando nipón resolvió no resistir en el otro territorio insular ocupado, Kiska.

El 28 de julio evacuó sigilosamente a su minúscula guarnición (nueve hombres) aprovechando una densa niebla. Aún así, las minas, el frío y el fuego amigo (una constante toda la campaña) ocasionaron 313 bajas a los norteamericanos cuando desembarcaron, en parte al estallar una mina al paso de un destructor; sus aviones habían pasado una semana bombardeando una isla vacía.

Hablando de bajas, los aliados superaron el medio millar de muertos y algo más de mil heridos en combate, más otros mil y pico enfermos por el frío. Los japoneses sufrieron 2.351 fallecidos y los 28 prisioneros citados.

Fuentes: Thousand-Mile War. World War II in Alaska and the Aleutians (Brian Garfield)/Aleutian Campaign In World War II. A Strategic Perspective (Mayor John A. Polhamus)/A Battle History of the Imperial Japanese Navy, 1941- 1945 (Paul S. Dull)/Alaska at War, 1941-1945. The Forgotten War Remembered (Fern Chandonnet)/Wikipedia.

Libro recomendado: The Capture of Attu: A World War II Battle as Told by the Men Who Fought There (Robert J.Mitchell).

El acueducto subterráneo de Eupalino, una obra maestra de ingeniería de la Antigüedad

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Tras tres años de restauración y la instalación de un sistema de alumbrado, el túnel del acueducto de Eupalino, una de las joyas de la ingeniería antigua, vuelve a abrir al público en la isla griega de Samos.

Samos era, a mediados del siglo VI a.C. una ciudad próspera que se había labrado una alta reputación en el mundo helénico por sus logros culturales. Bajo el gobierno del tirano Polícrates se convirtió en la ciudad-estado más poderosa del Egeo.

En esa época, entre 538 y 522 a.C. se llevaron a cabo las construcciones más destacadas y fastuosas de la isla: el templo de Hera, el palacio luego reaprovechado por Calígula, y el túnel-acueducto de Eupalino.

El comercio y la navegación, así como el poderío militar de Samos, aseguraban su riqueza. Pero le faltaba algo, asegurar el suministro de agua potable a la ciudad. Por eso Polícrates le encargó al ingeniero Eupalino de Megara, que también se ocuparía de la ampliación del puerto y otras obras, la construcción de un túnel que conectase el manantial de Agiade al otro lado del monte Ampelos (o Kastro) con el Pitagoreo (nombre que se da hoy al yacimiento arqueológico de la antigua ciudad y puerto de Samos).

El manantial estaba situado en el extremo oeste de la montaña, por lo que el túnel debía atravesar la montaña de un lado a otro para alcanzar las murallas de la ciudad.

Foto Dominio público en Wikimedia Commons

La canalización debía ser subterránea, pues Polícrates temía que sus enemigos pudiesen rendir la ciudad cortando el abastecimiento de agua si se realizaba en superficie. De esa manera, y manteniendo oculta su entrada en la montaña, se aseguraba por lo menos pornerles las cosas difíciles.

El túnel, cuya construcción se estima que duró entre 8 y 10 años, tiene 1.036 metros de longitud y está considerado como el segundo conocido en la Historia que fue excavado comenzando desde ambos extremos. El primero, del que ya hablamos en un artículo anterior, fue el Túnel de Ezequías en Jerusalén, construído en el año 701 a.C. y que hoy se puede visitar.

Sin embargo, los israelitas no siguieron un enfoque metódico, lo que se refleja en los múltiples errores y correcciones que tuvieron que realizar en la direccionalidad de los túneles. Todo lo contrario que en el caso de Eupalino, quien era un concienzudo y experimentado ingeniero, y halló una brillante solución para hacer coincidir ambos extremos.

Foto Tomisti en Wikimedia Commons

Heródoto, que posiblemente lo visitó unos 100 años después de concluído, afirma en su Historia:

Algo más de lo regular me voy dilatando al hablar de los samios, por parecerme que son a ello acreedores, atendida la magnificencia de tres monumentos, a los cuales no iguala ningún otro de los griegos. Por las entrañas de un monte que tiene 226 metros de altura abrieron una mina o camino subterráneo, al cual hicieron dos bocas o entradas. Empezaron la obra por la parte inferior del monte, y el camino cubierto que allí abrieron tiene de largo siete estadios, ocho pies de alto, y otros tantos de ancho. A lo largo de la mina, excavaron después un conducto de 28 codos de profundidad y de tres pies de anchura, por dentro de la cual corre acanalada en sus arcaduces el agua, que tomada desde una gran fuerte, llega hasta la misma ciudad. El arquitecto de este foso subterráneo, que sirviera de acueducto, fue Eupalino el megarense, hijo de Naustrafo. (Historia, III-60)

El método empleado por Eupalino para hacer coincidir los túneles desde ambos extremos tuvo en cuenta tanto las posibles desviaciones horizontales como verticales, y es ciertamente brillante. Se ha especualdo sobre la posible participación de Pitágoras, natural de Samos, y que en aquellos momentos todavía debía residir en la ciudad, pero no existen pruebas al respecto.

Eupalino calculó primero el posible punto de encuentro de ambas excavaciones, ordenando a los obreros que llegados a él modificasen la dirección de ambos túneles, uno a la izquierda y el otro a la derecha (siguiendo la dirección de avance, en el plano los dos hacia la misma dirección). De ese modo, aun cuando fuesen paralelos y estuviesen a cierta distancia, siempre terminarían convergiendo en un punto.

Secciones horizontal y vertical del túnel / foto FocalPoint en Wikimedia Commons

Pero aun existía el problema de la profundidad, cabía la posibilidad de que uno fuese más profundo que el otro y no se cruzasen. Por ello modificó la altura de ambos de la siguiente manera: el túnel norte mantuvo su suelo horizontal, mientras que el techo iba incrementando progresivamente su altura. En el túnel sur hizo lo contrario, mantuvo la línea del techo horizontal mientras que el nivel del suelo descendía progresivamente. De ese modo ambos túneles iban aumentando su altura hasta el encuentro previsto.

Curiosamente las investigaciones modernas demostraron que este último ajuste no hubiera sido necesario, ya que prácticamente no existía error en la dirección de ambos túneles.

La obra se divide en tres secciones: una canalización de 900 metros de longitud que va desde el manantial hasta la ladera norte de la montaña, el túnel de Eupalinos (1.036 metros) que cruza la montaña a unos 180 metros por debajo de la cumbre, y otra canalización de 500 metros que va de la salida el túnel hasta las antiguas murallas de la ciudad.

Foto Tomisti en Wikimedia Commons

La entrada del túnel en la parte del monte se ocultó excavando en la roca una abertura o acceso de 1,90 metros de altura por 63 centímetros de ancho, que daba acceso a una galería en cuyo fondo se abrieron varios pozos y una cisterna de la que partía el túnel de 1,50 metros de altura. En éste existe, cada 63 metros una señal vertical que lleva inscritos un número y el nombre del responsable de los trabajos en ese sector.

En el fondo del tunel se disponía la canalización hecha de terracota que llegaba hasta la salida sur, y de ahí partían las tuberías hasta las murallas de la ciudad. Desde allí la conducción se dividía en varios canales que abastecían las diferentes fuentes, cuya situación todavía no ha sido hallada por los arqueólogos.

El túnel no tiene prácticamente gradiente, su punto de salida está a la misma altitud que el de entrada, a unos 55 metros sobre el nivel del mar. Sin embargo la canalización dentro del mismo tiene una profundidad de casi 4 metros a la entrada y de 8,90 metros en la salida. Se calcula que se tuvieron que extraer unas 12.500 toneladas de roca caliza para instalar los 5.000 tubos de arcilla que forman la canalización.

Esquema del túnel / foto Tom M. Apostol

El proyecto fue tan colosal para la época que enseguida alcanzó gran fama. Hay que recordar que en aquel momento los griegos no tenían brújulas ni instrumentos topográficos, y que el primer compendio matemático, el de Euclides, no se escribiría hasta 200 años más tarde.

El acueducto continuó ininterrumpidamente en funcionamiento durante 1.100 años hasta quedar en desuso en el siglo V d.C. En su interior se han encontrado objetos romanos, indicio de que estos lo utilizaron, y también existe un pequeño altar de época bizantina cerca del centro del túnel, ya que sería aprovechado como refugio por los habitantes de Samos en las numerosas incursiones y ataques sufridos.

Entrada norte / foto Dan Hughes

Olvidado y abandonado durante la dominación turca, sería redescubierto a finales del siglo XIX. El arqueólogo francés Victor Guérin excavó en 1853 parte del extremo norte del conducto subterráneo, pero no llegó a entrar al tunel. En 1882 se restaurarían la mitad sur, el conducto norte y una parte del conducto sur, donde construyeron una pequeña estructura que hoy sirve de entrada.

En 1883 Ernst Fabricius, del Instituto Arqueológico Alemán exploró el túnel y publicó su primera descripción, junto a un esquema topográfico del mismo.

Tuvo que pasar un siglo para que el Instituto Arqueológico Alemán pudiera volver a realizar excavaciones en los años 70 del siglo XX, cuando el gobierno griego despejó la entrada sur y cubrió el canal interior para evitar accidentes y que los turistas pudieran visitarlo sin peligro. Desde entonces había permanecido abierta al público tan solo una primera sección de 130 metros, por motivos de seguridad.

Ahora, tras tres años de obras, se ha restaurado el túnel completo y se ha vuelto a abrir al público en su totalidad.

Fuentes: The Tunnel of Eupalinos (Dan Hughes) / Evolution of Water Supply Through the Millennia (Andreas N. Angelakis et al.) / The Tunnel of Eupalinus and the Tunnel Problem of Hero of Alexandria (Alfred Burns) / Eupalinos and His Tunnel (B. L. Van der Waerden) / The Tunnel of Samos (Tom M.Apostol) / Ekathimerini / Wikipedia.

Cuando los hombres no almorzaban: el origen del lunch en el mundo anglosajón

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¿Hay discriminación por sexo en la alimentación? ¿Existen comidas exclusivas para mujeres? ¿Que un hombre tome algo a determinadas horas puede considerarse una muestra de afeminamiento?

Estas preguntas son una broma, claro, pero tienen un trasfondo de verdad si uno echa la vista atrás en el tiempo y se fija en el celebérrimo lunch británico, que antaño realizaban únicamente las mujeres.

El lunch, que aquí denominaríamos almuerzo, es una comida que se toma a media mañana, entre el desayuno y la principal aunque eso depende del sitio del que hablemos.

En España constituye la comida más importante del día, quedando lo inmediantemente anterior como un mero tentempié -el clásico café y pincho-; pero en otros lugares se hace antes y resulta más consistente en cantidad y variedad, como en Inglaterra; siempre depende del país.

El propio término deriva etimológicamente del inglés nuncheon, equivalente a lo que llamamos comúnmente snack: algo ligero para picar entre horas y que en sus comienzos, al menos en los documentados, consistía en un pedazo de pan o queso. Parece evidente que su propósito era calmar el apetito durante la jornada laboral y, de paso, recuperar fuerzas en una época en la que predominaban los oficios físicos.

Llevarse algo al trabajo se hizo costumbre pero cuando los avances en los transportes permitieron a los trabajadores desplazarse más lejos y pasar la jornada entera en el centro, sin regresar a casa para comer, se hizo necesario facilitarles comidas in situ, quedando así el lunch estrechamente vinculado a la idiosincrasia de la vida laboral y su horario.

Lunch al estilo neoyorquino/Foto: dominio público>

Pero vamos con la parte interesante de la historia del lunch. En primer lugar, hay que tener cierto cuidado con la nomenclatura, ya que, por ejemplo, antes se usaba la palabra cena para referirse a la comida principal, la que se tomaba a mediodía.

En inglés se dice supper porque viene de sopa, alimento que era la base en otros tiempos, pero en ese idioma hay otro término que es dinner, derivado del francés disner que, a su vez, procede del latín disjejeunare (una comida rápida por la mañana; es obvia la similitud cacofónica con desayunar).

El caso es que la cena, entendida de esa forma, se hacía temprano por adaptarse al ritmo diurno, la dificultad de trabajar o vivir cuando caía el crepúsculo y, abundando en esto, con la necesidad de ahorrar en iluminación artificial; al menos por parte de la mayoría. Así resistió durante siglos hasta que en el tránsito de la Edad Moderna a la Contemporánea, mejoradas las condiciones, tendió a ir retrasándose y creando un vacío desde lo primero que se tomaba por la mañana.

Muchas horas para estar con el estómago vacío y más teniendo en cuenta que hasta la época victoriana los desayunos no eran tan pantagruélicos como ahora ni mucho menos, así que empezó a ponerse en práctica el almuerzo. Y así llegamos a donde queríamos, al siglo XIX, en el que retomamos lo que decíamos al principio del artículo: ¿quién almorzaba habitualmente? La respuesta es: las damas.

Damas victorianas/Imagen: Etsy

Es decir, las mujeres de cierta alcurnia. Al menos en el mundo británico, se juntaban entre ellas en lo que constituía un evento social, aprovechando para tomar un almuerzo ligero. No son conjeturas; los testimonios de la época así los confirman, y no me refiero sólo al choteo que tuvo que aguantar el Príncipe de Gales, el futuro rey Jorge IV, cuando decidió compartir el almuerzo con las damas, ganándose soterradamente la acusación burlesca de ser un afeminado, pues los hombres sencillamente no almorzaban.

También tenemos un ejemplo decimonónico en el Mrs Beeton’s Book of Household Management (Libro de gestión doméstica de la señora Beeton), en el que su joven autora, Isabella Mary Maison, alias Isabella Beeton, recopilaba recetas, consejos domésticos y todo tipo de cosas acerca de cómo llevar un hogar.

Publicado en 1861, fue un éxito típico de la Inglaterra victoriana con millones de ejemplares vendidos en sucesivas reediciones. Entre las más de novecientas recetas que incluye hay algunas diseñadas específicamente para el lunch.

Portada del libro de Isabelle Beeton/Foto: Wellcome Images en Wikimedia Commons

La cosa continuó hasta bien entrada la centuria siguiente y en 1945 encontramos un artículo de la revista Etiquette en el que describe el lunch como algo por y para mujeres, si bien admite que los fines de semana, festivos y vacaciones estivales suelen sumarse hombres.

Es más, en inglés hay o había una expresión de tono despectivo al respecto: ladies who lunch (damas que almuerzan). Se usaba para referirse a mujeres acomodadas, generalmente casadas y sin empleo fuera de casa, que se reunían por semana en algún establecimiento de postín para organizar tareas benéficas.

Según unos, el origen de la expresión se atribuye a John Fairchild, editor de la revista estadounidense de moda Women’s Wear; según otros, a la escritora Merle Rubine (“Las niñas de Condé Nast y Harper’s Bazaar lo han sabido durante años.

De la misma forma que las damas que almuerzan en el restaurante X…”). Una tercera opinión atribuye su popularización a la canción homónima del compositor Stephen Sondheim (el autor del musical Sweeney Todd), aunque es probable que éste la oyera a alguno de los anteriores.

Partitura de “The ladies who lunch”, de Stephen Sondheim/Imagen: Sheet Music Direct

En cualquier caso, cronológicamente la frase ladies who lunch habría surgido entre 1967 y 1970 e hizo fortuna, no sólo en el habla sino también conceptualmente, al representarse su idea en novelas, programas de radio e incluso una serie de televisiva con ese título y planteamiento.

Fuentes: Lunch. A history (Megan Elias)/What time is dinner? (Sherrie McMillan en History Magazine)/Dressing wholesale (Merle Rubine en The New York Magazine)/The Book of Household Management (Isabella Beeton)/The Ladies Who Lunch. A Middle Aged Woman’s Guide to Modern Morality (Ruth L. Kern)/Wikipedia

5 frases históricas que sus protagonistas nunca pronunciaron

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La Armada Invencible luchando con los ingleses/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

No hace mucho dedicamos un artículo a desvelar la falsedad de la famosa frase atribuida a María Antonieta, la de “que coman pasteles” y ya explicábamos entonces que la Historia está tachonada de citas muy conocidas puestas en boca de muchos de sus grandes protagonistas pero que a menudo son apócrifas, bien por error, bien por manipulación, bien porque en realidad fueron pronunciadas por otros. A continuación reseñamos cinco ejemplos muy conocidos.

1. Felipe II y los elementos

La Guerra Anglo-Española que se desarrolló entre 1585 y 1604 tuvo algunos episodios especialmente conocidos. El de mayor repercusión fue el intento de invadir Inglaterra mediante el traslado de los Tercios de Flandes, para lo cual Felipe II ordenó la organización de una grande y felicísima armada que debía darles escolta. Esa operación era tan compleja en todos los sentidos (coordinación, intendencia, meteorología…) que, dicen los expertos, incluso hoy tendría problemas para que tuviera éxito. En el siglo XVI salió mal y terminó con un tercio de las naves naufragadas al intentar regresar circunvalando las Islas Británicas en vez de por el Canal de la Mancha, donde el viento en contra y la flota inglesa les cerraba el paso.

Un rosario desgranado de barcos fueron arribando a las costas españolas. Entre ellos el de su almirante, el duque de Medina Sidonia, que tras atracar en Santander e informar al rey se ocupó de las labores de atención a los heridos y supervivientes. El monarca le autorizó a volver a Andalucía sin necesidad de rendirle cuentas personalmente porque si bien el duque asumía la responsabilidad del desastre, Felipe II hacía otro tanto y escribía una carta a Alejandro Farnesio, que estaba al mando de los Tercios, en la que decía textualmente “En lo que Dios hace no hay que perder ni ganar reputación, sino no hablar de ello”.

Felipe II en 1565 (Sofonisba Angussola)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En cambio, fue otra la cita que ha pasado a la Historia y que se ha reflejado en múltiples versiones: “Yo envié mis naves a pelear contra los hombres, no contra las tempestades”, a menudo sintetizada su última parte con la expresión “los elementos”. En realidad la popularizó a mediados del siglo XIX el periodista e historiador Modesto Lafuente en su Historia General de España, tomando como referencia una reseña del sacerdote y humanista Baltasar Porreño, que la había reflejado en su libro Dichos y hechos del rey don Felipe II en 1639; es decir, medio siglo después de la Invencible.

2. El general Cambronne en Waterloo

El 18 de junio de 1815 se libraba en el centro de Bélgica la batalla más famosa de las guerras napoleónicas, aquella que puso punto final definitivo al intento del Emperador de volver tras aquel primer confinamiento en Elba. El plan de Bonaparte era derrotar a sus enemigos por separado, antes de que pudieran unirse y superarle abrumadoramente en número, como había pasado en Leipzig. Empezó bien, barriendo a los prusianos en Ligny mientras paralelamente el mariscal Ney obligaba al ejército aliado (ingleses, escoceses, alemanes…) a retroceder en Quatre Bras, aunque a costa de considerables pérdidas. Wellington, que estaba al mando de ese contingente, eligió Waterloo para intentar frenar el avance de la Grande Armee porque la orografía favorecía una defensa cerrada y dificultaba el despliegue de las tropas francesas, superiores en número, ganando tiempo para que los prusianos de Blucher acudieran a reforzarle.

La Vieja Guardia en Waterloo (Daniel Horsechief)/Imagen: TaleWorlds

Al día siguiente, el desarrollo de la batalla fue más o menos como esperaba el británico, cuyos disciplinados cuadros lograron resistir primero el masivo cañoneo y luego las sucesivas cargas de la caballería gala mientras Blucher se acercaba a marchas forzadas hacia el flanco derecho del adversario. Al caer la tarde Napoleón intentó un último golpe de mano enviando a la Guardia Imperial a romper la linea aliada, pero también fue rechazada y con la llegada de los prusianos cambiaron las tornas. Los guardias formaron en dos cuadros, uno mandado por el propio Bonaparte, que optó por la retirada mientras el otro se quedaba protegiendo su marcha. Éste estaba al mando del general Pierre Cambronne.

Cambronne fue conminado a rendirse, circunstancia en la que habría pronunciado una de esa frases para la posteridad: “¡La Garde meurt, mais ne se rend pas!” (¡La Guardia muere pero no se rinde!). Sin embargo, parece ser que esas palabras no fueron más que la versión elegante para los libros de texto de los escolares franceses y que lo que realmente exclamó fue algo más acorde con el momento y que no es necesario traducir: “¡Merde!”. También hay quien dice que primero dijo uno y ante la insistencia enemiga soltó la segunda, que pasó a conocerse eufemísticamente como Le mot de Cambronne (la palabra de Cambronne).

3. Custer, Sheridan y los indios

Uno de los personajes más emblemáticos de la conquista del Oeste es el teniente coronel George Armstrong Custer, que alcanzó la fama por la derrota aplastante de su Séptimo Regimiento de Caballería ante los sioux en junio de 1876. Todo el mundo reconoce fácilmente su representación iconográfica -larga melena de bucles rubios, chaqueta de ante con flecos, pañuelo rojo, perilla-, aún cuando en esa batalla postrera se había rapado y probablemente no vestía la chaqueta. Custer se había labrado prestigio contra los indios, a pesar de que en la práctica apenas había tenido enfrentamientos directos con ellos (solían rehuir los combates) y que sólo en Washita la cosa pasó de meros tiroteos, siendo lo habitual las inacabables persecuciones en las que los perseguidos siempre lograban escabullirse.

Pese a ello, nadie tenía más experiencia que Custer con ese enemigo y por eso los generales Crook, Gibbon y Terry, apoyados por Sherman y Sheridan, solicitaron al presidente Ulysses Grant su incorporación a la campaña que el gobierno puso en marcha para devolver a las tribus a las reservas que habían abandonado. Huelga comentar que la acción de los indios respondía al enésimo incumplimiento de tratados con los blancos, plasmado en un descontento que se reflejaba en las Guerras Indias, los enfrentamientos entre ambas partes que jalonaron la historia de EEUU desde la época colonial hasta finales del siglo XIX.

Custer y Sheridan/Fotos: dominio público en Wikimedia Commons

En ese contexto, el catálogo de barbaridades desplegado por los contendientes fue amplio, aunque en el ciudadano medio sólo tenían el eco las salvajadas de los indios y por eso la opinión pública les era totalmente hostil. La frase que mejor representa esa animadversión se ha puesto tradicionalmente en boca de Custer: “El único indio bueno que conozco es el indio muerto”. Sólo que el excéntrico militar no la pronunció jamás; esas palabras -ni siquiera ésas exactamente- alcanzaron resonancia al expresarlas el general Phil Sheridan en respuesta al jefe penateka-comanche Tosawi (Broche de plata), que se autodefinió como indio bueno, a lo que el otro contestó “Los únicos indios buenos que jamás haya visto están muertos”. La prensa hizo el resto.

Paradójicamente ni Sheridan ni Custer odiaban a los indios y en una ocasión el primero declaró en una entrevista a un periódico que “les arrebatamos su territorio y sus medios de supervivencia, dimos al traste con su modo de vida, sus hábitos, introdujimos las enfermedades y la decadencia entre ellos y fue por esto y en contra de esto por lo que batallaron contra nosotros ¿Podría alguien esperar menos?”

4. Bismarck y los españoles

A priori parece un poco raro que Otto von Bismarck, artífice de la unificación alemana, posteriormente ministro de Prusia y canciller del país, tuviera tiempo de prestar atención a España. No obstante, hubo unos años en los que el destino de Europa estuvo estrechamente ligado a la situación política española y los gobiernos más poderosos del continente maniobraron para intentar encauzar ésta en su provecho. Fue en 1870, cuando la abdicación de Isabel II obligó a Prim a buscar otro rey.

Bismarck en 1871/Foto: Bundersarchive, Bild, en Wikimedia Commons

Entre los candidatos figuraban el viudo de la reina portuguesa María, Fernando de Sajonia-Coburgo-Gotha, el sultán de Marruecos y el duque de Aosta, Amadeo de Saboya, que a la postre sería el elegido. Antes, Francia presentó a su candidato, el duque de Montpensier, y rápidamente Alemania salió al paso proponiendo al príncipe Leopoldo de Höhenzollern-Sigmaringen (cuyo nombre impronunciable se adaptó castizamente como Olé olé si me eligen u Olla sorda sin laringe). Napoleón III y Bismarck se vetaron mutuamente y eso dio al segundo el pretexto perfecto para lo que buscaba desde hacía tiempo, una guerra contra los franceses que consolidara la unidad nacional.

Se supone que sería en ese contexto cuando el Canciller de hierro dijo aquello de “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a si misma y todavía no lo ha conseguido”. La cita es certera y muy descriptiva de nuestro país, sólo que… no aparece reflejada en ningún documento conocido y fuera de España resulta totalmente ignota. Hay otra versión que la sitúa en 1863, durante una recepción al embajador español y cambiando un poco la frase (“Ni siquiera ustedes, los españoles, son capaces de destruir su nación”). Al parecer, la referencia más antigua que se ha encontrado de ella se remonta al año 1974, durante el famoso Congreso del PSOE en Suresnes, donde Alfonso Guerra la pronunció durante un discurso.

5. Luis XIV o el Estado

Un monarca de la categoría de Luis XIV, bajo cuyo reinado Francia se encaramó a lo más alto del pódio europeo en múltiples facetas (militar, económica, cultural…) es una fuente potencial de leyendas y hay dos en torno a él que son muy conocidas. Una es el sobrenombre de Roi Soleil (Rey Sol), que en realidad no se le atribuyó en su tiempo sino mucho después, durante el reinado de Luis Felipe de Orleans (1830-1848). La historiografía del momento, deseosa de ensalzar la institución monárquica ante la difícil coyuntura revolucionaria, recuperó al insigne predecesor rodeándolo de más oropeles aún.

Luis XIV en 1654 (Justus van Egmont)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons)

Quizá los autores se inspiraron en su afición a disfrazarse de astro rey en la fiestas o en el mote de Rey Planeta que tenía un coetáneo de Luis, el español Felipe IV, en alusión a su imperio mundial. El caso es que a ese apelativo se suma una afortunada frase que resultaba igualmente gráfica sobre la monarquía absoluta que encarnó aquel rey: “El Estado soy yo”. La habría pronunciado el 13 de abril de 1655 ante el Parlamento, donde se habría presentado tras abandonar una cacería al saber que la reunión se celebraba sin contar con él, para reafirmar su autoridad.

Hay que tener en cuenta que menos de dos años antes se había producido el levantamiento de la Fronda, un motín popular contra la subida de impuestos decretada por el cardenal Mazarino, el primer ministro. Sin embargo, esas palabras tan famosas no figuran en las actas de la sesión parlamentaria y además el rey era muy joven -dieciséis años-, careciendo aún tanto de la fuerte personalidad que demostraría más adelante como de facultades expresivas. De hecho, se cree que la frase fue obra de sus enemigos políticos que aprovecharon unas palabras suyas expresadas de su puño y letra en Réflexions sur le métier de Roi pero mucho después, en 1679: “El bien del Estado es la gloria del Rey”.

Fuentes: Felipe II y su tiempo (Manuel Fernández Álvarez)/El rey imprudente. (Geoffrey Parker)/Son of the Morning Star. General Custer and the Battle of Little Bighorn (Evan S. Connell)/La batalla. Historia de Waterloo (Alessandro Barbero)/La fabricación de Luis XIV (Peter Burke)/Bismarck (Pedro Voltes)

Las más de 4.500 pinturas rupestres del desierto de Kalahari, algunas más antiguas que las de Lascaux y Altamira

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Las pinturas rupestres de las cuevas europeas de Lascaux y Altamira se encuentran entre las más impresionantes del mundo. Pero no son las más antiguas, ni tampoco las más prolíficas.

Si nos atenemos a la antigüedad hay que considerar las descubiertas hace tres años en la isla de Sulawesi, Indonesia, que se remontarían a hace unos 40.000 años. Los arqueólogos destacaron entonces la sorprendente similitud estilística de estas pinturas con las de las grutas del norte de España y sur de Francia.

Y si nos fijamos en la cantidad la palma se la llevaría la montaña Brandberg en Namibia, que alberga unas 45.000 pinturas rupestres aunque de una época bastante posterior, con unos 2.000 años de antigüedad.

Un lugar que combina ambos aspectos está también en África, en una zona insospechada por su aridez, en la parte del desierto del Kalahari que pertenece a Botsuana.

Se trata de Tsodilo, cuatro colinas aisladas, la mayor de las cuales se eleva 1.400 metros sobre el nivel del mar (400 metros sobre el entorno), que en sus 10 kilómetros cuadrados de superficie albergan unas 4.500 pinturas rupestres, las más antiguas datadas hace casi 24.000 años (las de Lascaux y Altamira se han datado hace 17.000 años).

Las colinas de Tsodilo en Google Maps

En las colinas, que reciben los nombres de Macho, Hembra (la más alta), y Niño (el cuarto montículo carece de nombre), hay numerosas cuevas en las que se han encontrado artefactos prehistóricos de hasta 70.000 años atrás, así como al menos 20 minas prehistóricas. Eso, junto a las pinturas, le ha valido al lugar la inclusión en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, quien en su web oficial lo considera una de las mayores concentraciones de arte parietal del mundo, y lo denomina el Louvre del desierto, añadiendo que:

La autenticidad del arte rupestre en términos de materiales, técnicas, escenografía y mano de obra es impecable y, aparte de algún impacto causado por el deterioro natural y los visitantes, sigue siendo tan original como en el tiempo de su creación.

El panel Laurens van der Post / foto W. Goodlet en Wikimedia Commons

La mayoría de las pinturas se encuentran en la colina Hembra, siendo el panel Laurens van der Post el conjunto más famoso de todos, llamado así por el escritor sudafricano del mismo nombre que fue el primero en describirlas en su libro The Lost World of the Kalahari, publicado en 1958.

Aunque fueron redescubiertas para el mundo occidental en 1898, las pinturas no recibieron protección legal hasta finales de la década de 1930. Y el estudio de las mismas no comenzaría hasta 1978, cuando el Museo Nacional de Botsuana inició la catalogación de las mismas, junto con excavaciones de las numerosas cuevas y minas.

Foto Joachim Huber en Flickr

Hoy existe un pequeño museo y una zona de acampada con duchas y servicios para los visitantes que se acercan al lugar, con la posibilidad de contratar guías para hacer un recorrido por las pinturas más destacadas (la mayoría de las 500 zonas con pinturas están en lugares de dificil acceso).

¿Qué hacía tan especial estas colinas? Es una pregunta que los investigadores se han hecho durante décadas, sobre todo teniendo en cuenta que ninguna otra colina de la zona presenta pinturas ni rastros de ocupación. La respuesta probablemente está en su consideración como lugar sagrado, lugar de nacimiento y muerte de los primeros dioses de los pueblos locales.

Los expertos estiman que las colinas fueron utilizadas con caracter ritual por pueblos cazadores-recolectores durante miles de años. Algunas pinturas , las más de 3.800 de color rojo, habrían sido creadas por los antepasados de los pueblos San (bosquimanos), hoy reducidos a apenas 95.000 individuos repartidos por Botsuana, Namibia, Angola, República Sudafricana, Zambia y Zimbabue.

Pinturas en Tsodilo / foto Shutterstock

Otras, las aproximadamente 200 de color blanco, se atribuyen a los Bantúes, un grupo de pueblos que se extendió desde el área centro-occidental de África hacia el este y el sur hace unos 1.500 años, ocupando el territorio de los bosquimanos.

La mayoría se encuentran en lugares abiertos, rocas y barrancos, expuestas a las inclemencias del tiempo y a la luz del sol, mientras que unas pocas aparecen al abrigo de cornisas o dentro de las propias cuevas. Los motivos representados son principalmente animales y diseños geométricos, con algunas pocas representaciones humanas e impresiones de manos.

Predominan las jirafas, antílopes, rinocerontes, cebras, elefantes y vacas representados como siluetas, mientras que las figuras humanas son más esquemáticas, sin indicios de ropas o utensilios y armas, aunque si diferenciados sexualmente.

Pinturas en Tsodilo / foto Shutterstock

Las pinturas blancas se concentran en su mayoría en el apropiadamente conocido como Abrigo de las Pinturas Blancas, en el que aparecen al menos 7 representaciones de jinetes y un carro con ruedas. Estos jinetes a caballo no pueden ser anteriores a 1852, año de la introducción de este animal en la zona.

Curiosamente, y a pesar de ser más antiguas, las pinturas rojas son más elaboradas que las blancas. Estas en ocasiones están realizadas encima de las rojas, superimpuestas.

La tradición de los nativos San actuales dice que Tsodilo es el lugar donde surgió la vida, y las representaciones de sus antepasados, las pinturas rojas, reflejan las huellas de los primeros animales, y su búsqueda de las primeras aguas.

La roca de la serpiente / foto Sheila Coulson

En el año 2006 la arqueóloga Sheila Coulson descubrió, mientras investigaba en una de las cuevas de Tsodilo, una roca que parece tener la forma de una gran serpiente que según incide sobre ella la luz del día o la del fuego de una hoguera parece tener escamas o moverse. Podría ser una coincidencia, pero al excavar cerca de la cabeza de la supuesta serpiente halló unos 13.000 artefactos líticos, la mayoría puntas de lanza, de hasta 70.000 años de antigüedad, lo que podría indicar que allí se llevó a cabo algún tipo de ritual.

Fuentes: Excavations at the Tsodilo Hills Rhino Cave (Lawrence H. Robbins et al.) / UNESCO / Tsodilo Hill, Botswana (Alec Campbell y Lawrence Robbins) / The Kalahari Environment (David Thomas y Paul A. Shaw) / World’s oldest ritual discovered. Worshipped the python 70,000 years ago /Wikipedia.

Historia de dos amantes, la novela erótica que daría fama al papa Pío II

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“El amor lo conquista todo; cedamos ante el amor”. Esta bella frase pertenece a una de las obras literarias más populares del siglo XV, todo un best seller de aquella época de cambio que fue la transición de la Baja Edad Media al Renacimiento.

Historia de duobus amantibus o Historia de dos amantes, que tuvo nada menos que teinta y cinco ediciones antes del año 1500 sin contar el millar de copias manuscritas.

Pero lo realmente curioso de ese texto es no tanto su éxito como su autor; se llamaba Aeneas Sylvius Piccolomini y pasaría a la posteridad con el nombre de Pío II, tras ser elegido Papa.

Eneas Silvio Piccolomini nació en 1405 en Corsignano, un pueblo de la Toscana rebautizado hoy como Pienza y que entonces era uno de los rincones estratégicos de aquel complejo puzzle de alianzas y enemistades que era el norte de Italia.

Su familia tomó parte en ese juego, combatiendo su padre al servicio de los Visconti milaneses. Gracias a ello pudo comprar unas tierras con las que intentar dejar atrás los problemas económicos que les atenazaban desde un tiempo atrás, algo indigno de su sangre nobiliaria.

Eneas sólo era uno más entre muchos hermanos (¡dieciocho!), aunque la mayoría fueron falleciendo y ello le permitió poder desplazarse a Siena para estudiar leyes, si bien luego seguiría en la universidad de Florencia. Tuvo ilustres maestros que le inculcaron el interés por las humanidades, pasando éstas a ser su gran afición de manera que se convirtió en un gran latinista que incluso componía poemas en esa lengua e impartía clases por cuenta propia.

Piccolomini presentando a Leonor de Portugal al emperador Federico III (Pinturicchio)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En 1431 fue contratado como secretario por el obispo Doménico Capranica, al que acompañó al Concilio de Basilea y en otros muchos viajes por Europa: Francfort, Borgoña, Inglaterra, Escocia… siempre ejerciendo labores diplomáticas en diversas cuestiones; entre ellas figuraba especialmente la mediación de conflictos, caso de la Guerra de los Cien Años o el Cisma de Oriente, aunque también intentó alentar un levantamiento escocés contra los ingleses en beneficio de Francia. Gracias a todo ello obtuvo reconocimiento y se le concedieron importantes dádivas.

Tras estar a punto de morir de peste en 1429 se fue a Estrasburgo al servicio del antipapa Félix V, cuya legitimidad había poyado; en esta ciudad engendró con una mujer casada un hijo (que apenas sobrevivió más de un año), al igual que había hecho antes en Escocia.

Él mismo reconocería sus muchas aventuras amorosas, tan intensas como efímeras ya que luego le “causaban gran fastidio” según sus propias palabras, y no hay que olvidar que había encaminado su vida hacia la vocación religiosa.

De hecho, luego le contrató el emperador Federico III para negociar su boda con la portuguesa Leonor, medió con los husitas y se le encargó tratar de conciliar primero a la Sente Sede con el Sacro Imperio Romano Germánico, lo que le hizo ganarse por fin la dignidad sacerdotal; tenía cuarenta años.

El papa Nicolás V, que había sido su compañero de estudios décadas atrás, le nombró obispo de Trieste en 1447 y de Siena dos años después. Luego, en 1456, Calixto III le ascendió al cardenalato en lo que fue una carrera realmente meteórica.

Probablemente ninguno de los dos imaginaba que poco más tarde, en 1458, Eneas sería elegido nuevo pontífice. Fiel a su currículum, continuó su labor conciliadora con los inacabables conflictos políticos italianos mientras, lógicamente, atemperaba sus anteriores posiciones contra el exceso de autoridad de la Santa Sede.

Pío II por Pinturiccio/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En el trono de San Pedro desarrolló una larga labor legisladora con muchas paladas de cal (canonización de San Vicente Ferrer, mediación entre Federico III y el rey húngaro Matías Corvino, fundación de la Universidad de Basilea o la declaración de la esclavitud como un crimen) y algunas de arena (favoreciendo con cargos y riqueza a sus familiares, rebautizando su localidad natal como Pienza en su propio honor u ofreciendo al sultán Mehmet II el Imperio Bizantino a cambio de su conversión al cristianismo, lo que ofendió al aludido y desató una guerra).

Pío II enfermó de fiebres cuando visitaba Ancona, a donde se había desplazado para animar a húngaros y venecianos, aliados contra los turcos, muriendo el 14 de agosto de 1464. Su legado es patente y visible en Corsignano, donde no se limitó a cambiarle el nombre sino que promovió la construcción de numerosos edificios al gusto renacentista.

Para ello contrató a los ilustres arquitectos Bernardo Gambarelli y León Battista Alberti, que erigieron el Duomo -consagrado por Pío II en persona en 1462-, uno de los principales atractivos del lugar junto con el Palazzo Piccolomini. Por ese embellecimiento urbanístico, Pienza forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO desde 1994.

El Palazzo Piccolomino de Pienza/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Ahora bien, lo que ha hecho a este papa ganarse un hueco especial en la Historia es su producción literaria previa. Como buen humanista tocó varios géneros, desde la crónica histórica (Historia rerum Federici III imperatoris, Historia Gothorum, Historia Bohemica) a la científica (Cosmographia), pasando por la político-religiosa (Commentarii de gestis Basiliensis Concilii) y la autobiografía (Commentarii rerum memorabilium quae temporibus suis contigerunt, escrita en tercera persona con el pseudónimo Scribe Gobellinus y publicada veinte años después de su óbito).

También la literatura, por supuesto, apartado en el que fue muy aplaudido. Compuso varias comedias y no pocos poemas de tono erótico. La citada Historia de dos amantes (también titulada en España Estoria muy verdadera de dos amantes) se enmarca también en esa línea, algo que a posteriori avergonzó al Papa, quien dijo al respecto: “No déis más importancia al laico que al pontífice; rechazad a Eneas, acoged a Pío”.

Sin embargo, la pieza circuló de mano en mano y en 1467 se hizo en Colonia la primera versión impresa, llegando hasta nuestros días llena de modernidad y traducida a múltiples idiomas (al castellano en 1496 por primera vez, influyendo de forma clara en algunas obras como La celestina).

Otra página del libro/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Escrita en Viena en 1444 inspirándose en la Elegia di Madonna Fiammetta de Bocaccio, Historia de dos amantes es una novela epistolar (es decir, narrada en forma de cartas) cuyo argumento transcurre en Siena, contando el amor entre Lucrecia y Euríalo, una mujer noble casada y uno de los hombres del duque de Austria.

Ambos están enamorados entre sí sin percatarse de que se trata de algo recíproco, intentando sincerarse a través de correspondencia. El amor es presentado de forma negativa, como una fuerza engañosa e incontrolable, propia de jóvenes, y que consume a quienes la padecen; por tanto, el tono es didáctico, de ahí que no tenga final feliz.

Curiosamente, algunos estudiosos -no todos- creen que los protagonistas estaban basados en personajes reales: ella sería una hija de Mariano Sozzini (el profesor de leyes que tuvo el joven Eneas en la universidad de Siena) y él Kaspar Schlick, canciller del Sacro Imperio Romano Germánico (durante el mandato de Segismundo de Luxemburgo), quien había sido mecenas del poeta en 1442.

Fuentes: La estoria muy verdadera de dos amantes y El libro de Fiametta (Mita Valvassori)/Teoría y análisis de los discursos literarios (VVAA)/Historias y ficciones. Coloquio sobre la literatura del siglo XV (R. Beltrán, J.L. Canet y J.L Sirera, eds.)/Cintia & Historia de dos amantes (Eneas Silvio Piccolomini; edición de José Manuel Ruiz Vila)/Wikipedia

Cuando la armada japonesa intervino en el Mediterráneo en auxilio de los británicos

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En el cementerio naval de Kalkara en Malta hay un monumento conmemorativo que recuerda a los 68 marinos japoneses allí enterrados, quienes perdieron la vida a bordo del destructor Sakaki, torpedeado en el Mediterráneo por un submarino austríaco.

La historia comienza el 30 de enero de 1902, cuando representantes de Reino Unido y de Japón firman en Londres un tratado de cooperación militar y ayuda mutua por el que ambos países se comprometían a auxiliarse en caso de guerra.

Las únicas excepciones recogidas en el acuerdo implicaban que Reino Unido no auxiliaría a Japón en caso de enfrentamiento con los Estados Unidos, y que Japón nunca entraría en una guerra estrictamente europea.

El acuerdo tenía como objetivo oponerse conjuntamente al intento de expansión rusa en China y el Pacífico, y se renovaría en 1905 y en 1911. De modo que, cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914 el acuerdo estaba en vigor. Con los británicos concentrados en las operaciones europeas la responsabilidad de controlar el Pacífico quedó en manos de los japoneses.

No se limitaron solo a patrullar, sino que cooperaron en la escolta de los buques británicos que transportaban a las tropas ANZAC (Australia, Nueva Zelanda y Canadá) a los treatros de operaciones del conflicto. También acosaron y persiguieron a los navíos de la Triple Alianza (Imperio Alemán, Austría-Hungría e Italia) que operaban en la zona, como ocurrió con el Escuadron del vicealmirante alemán Von Spee que se dirigía a la batalla de las Malvinas.

Crucero japonés Akashi / foto Dominio público en Wikimedia Commons

El Reino Unido, a pesar de la cláusula del acuerdo sobre la inhibición japonesa en caso de guerra en Europa, insistió repetidamente a su aliado en que declarase la guerra a Alemania. Japón aceptó, siempre y cuando se le garantizase que podría ocupar los territorios alemanes en el Pacífico.

El 23 de agosto de 1914 Japón declaraba formalmente la guerra a Alemania y, dos días después a Austria-Hungría. El 2 de septiembre fuerzas japonesas desembarcaban en China poniendo cerco a la ciudad de Tsingtao, bajo control alemán, y comenzaban la conquista de las posesiones germanas insulares (Islas Marianas, Carolinas y Marshall) sin apenas resistencia.

Contraalmirante Sato Kozo / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Durante el asedio de Tsingtao la armada japonesa lanzó, siendo los primeros en hacerlo en la historia, varios ataques aéreos desde portaaviones. El 7 de noviembre la ciudad se rendía, dejando el Pacífico en manos niponas.

Durante los años siguientes Reino Unido volvió a insistir repetidamente, esta vez conminando a Japón a intervenir en el teatro europeo, a lo que se resistieron alegando falta de capacidad militar. Pero por fin el 10 de febrero de 1917 cedieron y aceptaron el envío de una flota al Mediterráneo.

Dibujo del crucero Nishin flanqueado por submarinos japoneses en el puerto de Malta / foto Times of Malta

Así, el 16 de abril de ese año arribó a Malta, atravesando el canal de Suez, una flotilla japonesa compuesta por el crucero Akashi y otros ocho destructores, al mando del contraalmirante Sato Kozo escoltando al transporte británico Saxon. Durante el resto de la guerra la presencia japonesa se incrementaría hasta alcanzar el número de 20 navíos de distinta clase.

Desde Malta se encargaron de escoltar transportes de tropas aliados y realizar operaciones anti-submarinos, ya que los germanos estaban hundiendo navíos aliados a un ritmo realmente alarmante.

Entre otros episodios destacados, ayudaron en el rescate de tropas del transporte Transylvania, torpedeado frente a las costas francesas el 4 de mayo de 1917. 413 hombres murieron en el desastre, pero la intervención combinada de las armadas francesa, italiana (que ya había cambiado de bando) y japonesa, lograron poner a salvo a más de 2.500.

Destructor japonés Sakaki / foto Times of Malta

La armada japonesa apenas sufrió bajas en el Mediterráneo, salvo debidas a accidentes. La única excepción ocurrió el 11 de junio de 1917, cuando el destructor Sakaki fue alcanzado por un torpedo lanzado por el submarino austro-húngaro U27 frente a las costas de Creta. Murieron 68 marinos nipones.

Sin embargo y pesar de los daños sufridos, el buque se mantuvo a flote y consiguió volver a Malta para ser reparado. Los muertos fueron enterrados en el cementerio naval de Kalkara, donde se erigió un monumento conmemorativo, que todavía hoy sigue siendo mantenido por la comisión de tumbas de guerra de la Commonwalth.

En total los navíos japoneses en el Mediterráneo realizaron durante la Primera Guerra Mundial 788 operaciones, escoltando a más de 700.000 efectivos británicos y aliados, participando incluso en el transporte de tropas desde Egipto a Salónica, para la ofensiva de otoño de 1918.

Monumento memorial japonés en el cementerio naval de Kalkara, Malta / foto Times of Malta

Al finalizar la guerra la flota japonesa colaboró en la inspección de los navíos enemigos rendidos, e incluso en su concentración en Scapa Flow, Escocia, donde serían varados y destruídos. Marinos japoneses de la flota mediterránea participarían igualmente en los desfiles de la victoria en París y Londres en 1919.

El 15 de mayo de ese año 1919 los últimos barcos nipones en Malta ponían definitivamente rumbo a casa, llegando a Yokosuka el 2 de julio.

Diferentes autoridades, entre ellos Winston Churchill que en ese momento era Primer Lord del Almirantazgo, alabaron la labor japonesa y su dedicación. Se sabe que incluso los comandantes de algunos navíos se suicidaron por el método del Hara-Kiri, avergonzados al perder a alguno de los buques que escoltaban.

En cuanto a tratado de alianza entre Reino Unido y Japón, a pesar de los servicios prestados y de la insistencia de algunos destacados militares británicos, se canceló definitivamente en 1921.

Fuentes: Times of Malta / World War I: The Definitive Encyclopedia and Document Collection / Kaigun: Strategy, Tactics, and Technology in the Imperial Japanese Navy (David Evans y Mark Peattie) / Japan Times / Wikipedia.

Libro recomendado: The Naval War in the Mediterranean: 1914-1918 (Paul G. Halpern).


La historia de Oneida, una utópica comunidad del siglo XIX reconvertida hoy en empresa líder del acero inoxidable

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Oneida Limited es una de las principales empresas mundiales dedicadas al trabajo del acero inoxidable y la plata, en particular aplicado a la fabricación de cuberterías, menaje de cocina y vajillas, siendo el principal proveedor de América del Norte aunque opera en casi todos los continentes.

Lo verdaderamente curioso de esta compañía es su origen: se remonta a finales del siglo XIX en el seno de una extraña comunidad religiosa o falansterio asentada en la localidad estadounidense de la que tomó el nombre y que se hacía llamar Oneida Community.

Oneida se ubica en el estado de Nueva York. Es una pequeña ciudad fundada recientemente, en 1901, tras separarse de la vecina Lenox cinco años antes.

Un territorio que hoy pertenece al condado de Madison pero que antaño era propiedad de los indios oneida, integrantes de la Liga Iroquesa y aliados de los colonos durante la Guerra de la Independencia, a los que después se despojó de sus tierras; aún quedan integrantes de la tribu hoy en día.

El caso es que en 1848 se estableció en ese lugar John Humphrey Noyes, el creador del falansterio, junto con un grupo de adeptos. Procedía de Putney, de donde había tenido que irse precipitadamente con un puñado de adeptos ante las acusaciones de adulterio -de las que se libró pagando una fianza- y la amenaza de linchamiento por parte de los vecinos. También encontró problemas iniciales en Oneida, donde se denunciaba que propagaba el mormonismo, el paganismo e incluso el Islam.

Una muestra de los productos Oneida Ltd

En realidad, su comunidad obedecía a una de esas creencias algo estrambóticas que tanto abundan en EEUU: intentaron crear una modesta utopía iluminados directamente por Jesucristo, quien habría regresado a este mundo unas décadas después de su muerte, en el año 70.

Así, los ochenta y siete devotos que seguían aquella fe estaban dispuestos a alcanzar la perfección humana ya en este mundo terrenal, librándose del pecado, a través de una serie de preceptos basados en la vida comunitaria, en la que se compartía todo.

John Humphrey Noyes

En ese sentido resultaba llamativo su concepto de matrimonio complejo, en realidad un eufemismo para designar el amor pseudo-libre: al no haber propiedad privada material tampoco debía haberla afectiva y, de hecho, no se veía con buenos ojos una relación estrecha y exclusiva entre dos personas.

El matrimonio complejo, término acuñado por Noyes, revestía algunas características realmente peculiares, como el que los mayores, tanto hombres como mujeres, hicieran de intermediarios entre los potenciales amantes, trasladando las rspectivas solicitudes de sexo; o que el propio líder decidiera quiénes habrían de mantener una relación (a veces admitiéndola con gente de fuera para intentar atraerla).

Las condiciones eran siempre el consentimiento de ambas partes y la consumación no por placer sino con el objetivo de engendrar un hijo, al fin y al cabo el método principal para lograr el crecimiento de la comunidad.

La residencia comunitaria

Eso sí, también se practicaba un control de natalidad para que los nacimientos no superaran las posibilidades económicas de Oneida, bastante precarias en aquellos primeros años. Para ello se aplicaban la abstinencia sexual y el coitus interruptus, algo que ideó Noyes en persona a partir de su experiencia personal: su esposa había dado a luz cinco veces pero siempre con partos muy difíciles, cuatro de los cuales terminaron con la muerte del bebé.

Así que el número de niños debía ser el justo y, al parecer, todos se mostraron de acuerdo hasta el punto de que los archivos, abiertos al público en 1993, revelan que tan sólo se produjo una docena de embarazos inesperados en veinte años.

Fue al término de ese período, en 1869, cuando se introdujo un programa eugenésico por el cual los fieles que deseaban tener un hijo debían solicitarlo ante un comité que buscaba para ellos la pareja más adecuada en función de sus cualidades espirituales.

De nuevo los archivos de la comunidad revelan que en una década nacieron cincuenta y ocho niños por ese sistema, bautizado por Noyes como estirpicultura; por lo visto la idea le vino tras leer -e interpretar a su manera- a Darwin y su teoría de selección natural.

Los niños de Oneida

La estirpicultura no se limitaba sólo a la procreación sino que continuaba después, a partir de los quince meses, con una crianza comunitaria en la que los padres biológicos sólo eran un elemento más del engranaje social. Así que, terminada la lactancia, el niño pasaba a vivir en la llamada Children’s House, aunque las madres podían ir a dormir con ellos durante un período de adaptación; luego, para relajar el vínculo afectivo, era sustituída por otra mujer de la comunidad de forma rotatoria.

El amor padres-hijo no estaba mal visto pero siempre subordinado al de la comunidad; si no, se les separaba un tiempo.

A cambio, los niños recibían cuidados y atención, incentivándoseles a jugar y hacer ejercicio. Por lo visto, el programa resultó bastante positivo y muchos alcanzaron una buena educación; algunos incluso llegaron a la universidad.

Tan sólo se registró un fracaso con uno que tenía discapacidad intelectual, aunque la cosa tampoco fue tan redonda como estaba previsto y debieron presentarse más problemas, ya que a partir de 1879 la comunidad empezó a disgregarse.

Quizá no todo era tan idílico como se pretendía, aún cuando en muchos aspectos la mentalidad de Oneida Community fuera bastante avanzada. Por ejemplo en el de la consideración de la mujer, bastante superior a la de las féminas de su tiempo. Como explicaba, no veían reducido su papel a la crianza de hijos ni sus relaciones sexuales tenían que terminar con concepción, reconociéndoseles el derecho a obtener satisfacción sexual también.

Podían vestir como quisiesen y llevar el pelo corto, algo muy útil para poder colaborar en los trabajos comunitarios tradicionalmente de hombres; en ese sentido, también podían iniciar negocios y llevar comercios por su cuenta. Es decir, eran iguales jurídicamente a sus colegas masculinos y participaban activamente en las reuniones comunitarias.

Las mujeres gozaban de libertad de imagen

Estas reuniones tenían un doble objetivo: por un lado, dirigir la vida de Oneida y por otro poner en práctica la autocrítica, otro de los pilares de la comunidad. Fue esto lo que, paradójicamente, empezó a descomponerla; lo que estaba pensado para eliminar o poner coto a actitudes discutibles, cosa que se hacía públicamente, acabó en críticas hacia el propio Noyes cuando éste quiso transmitir la dirección a su hijo Theodore, que a ojos de los demás no reunía los requisitos para el liderazgo (era un bala perdida y encima agnóstico).

El debate llevó al cuestionamiento de otros procedimientos por parte de los jóvenes, como el del matrimonio complejo. Oneida moría de éxito, pues para entonces había multiplicado a sus integrantes hasta trescientos y la situación económica era boyante, habiendo abierto incluso otras comunidades en Wallingford, Newark, Putney y Cambridge (aunque sólo había logrado mantenerse la primera, hasta 1878).

Pero una campaña exterior, dirigida por clérigos y apoyada por los testimonios de los que optaron por irse, le dio la puntilla. Noyes, con sus antecedentes, tuvo que huir a Ontario acusado de violación y Oneida se disolvió como comunidad en 1881 mientras las parejas regularizaban su situación conforme a la ley.

La actual Oneida Community Mansion House

Sin embargo, consiguió pervivir en forma de empresa, tal como explicaba al principio. La fabricación de utensilios de cocina había ido tan bien que fue necesario contratar personal ajeno a la comunidad y en 1870 se contaban dos centenares de empleados, eclosionando definitivamente en el siglo XX ya centrada en ese tipo de productos (antes también se hacían cestos, trampas de caza y varias cosas más).

En 1950 falleció el último miembro que aún vivía de la comunidad original, pero el recuerdo de la Oneida Community se puede evocar visitando el sitio histórico, la Oneida Community Mansión House, un imponente edificio que antaño era la vivienda comunal y ahora es la sede-museo de una organización sin ánimo de lucro entregada a conservar ese legado.

Fuentes: La mujer de tu prójimo (Gay Talese)/Free Love in Utopia. John Humphrey Noyes and the Origin of the Oneida Community (George Wallingford Noyes)/Oneida. Utopian Community to Modern Corporation (Maren Lockwood Carden)/Special Love/special Sex. An Oneida Community Diary (Victor Hawley)/Religion and Sexuality. The Shakers, the Mormons, and the Oneida Community (Lawrence Foster)

Fotos: Oneida Community Mansion House

La réplica de la Torre inclinada de Pisa en Niles, Illinois

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En los últimos años estamos acostumbrados a ver como en China se construyen réplicas de numerosos monumentos de Europa y otras partes del mundo, incluso ciudades completas.

En ocasiones, dicen, la réplica es mejor que el original, como ocurre con la Torre de Londres de Suzhou, que tiene cuatro torres en lugar de las dos de la británica. En esta localidad china existen también un puente de Sidney similar al australiano, y un puente de Alejandro III calcado del de París.

Hay muchos más ejemplos en el país oriental, pero en realidad no fueron los chinos quienes iniciaron la moda de copiar monumentos. Ya en 1897 se levantó en la localidad de Nashville, en el estado norteamericano de Tennessee, una réplica a escala del Partenón de Atenas, que sigue siendo uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad.

Y en 1934 se erigió la menos conocida Torre de Niles, que es una réplica a media escala de la Torre inclinada de Pisa, en la localidad del mismo nombre en Illinois.

Su construcción corrió a cargo del empresario Robert Ilg, que había levantado en 1922 un parque recreativo con piscinas para sus empleados de la Ilg Hot Air Electric Ventilating Company. Las piscinas necesitaban tomar su suministro acuífero de un gran tanque exterior, pero Ilg quería mantener el aspecto idílico del entorno.

Postal con el aspecto original del parque Ilg y la torre / foto The Village of Niles

De modo que en 1931 vió la oportunidad de conmemorar los 600 años de la torre italiana, homenajear a Galileo, quien se cree realizó sus experimentos desde ella, y al mismo tiempo utilizar la estructura para ocultar los tanques de agua para las piscinas del parque. La construcción comenzó ese mismo año 1931 y finalizó en 1934.

Tiene 28 metros de altura por los 55,8 de la italiana, y una inclinación de 2 grados frente a los 4 de la original. Es uno de los lugares turísticos más visitados de las afueras de Chicago, donde los turistas acuden para hacerse la típica foto sosteniendo la torre. A ojos de un espectador despistado hasta podría dar el pego.

Vista de la torre en Google Maps

Tanto la torre como los terrenos del paque fueron donados en 1964 por la familia de Ilg a la organización de jóvenes cristianos YMCA, con la condición de que se ocupasen de su mantenimiento por lo menos hasta el año 2059.

En 1991 las localidades de Niles y Pisa se hermanaron, ocasión para la que el ayuntamiento acometió la restauración de la torre y la creación de una nueva plaza con fuentes en el lugar en que habían estado las piscinas, que finalizó en 1996 coincidiendo con la visita de una delegación de la ciudad italiana.

La torre y la plaza en la actualidad / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Curiosamente el motivo del hermanamiento, según figura en la web oficial de la comuna de Pisa, fue la presencia en Niles de numerosos emigrantes pisanos, con la torre como una coincidencia secundaria.

Una placa al pie de la torre lleva la siguiente inscripción: dedicado a todos aquellos que contribuyen y luchan por hacer de este Tierra y sus recursos ilimitados un lugar material y científicamente mejor para la humanidad.

Fuentes: Encyclopedia of Chicago / Niles (Web oficial) / Comuna de Pisa (Web oficial) / Wikipedia.

Om Banna, el templo indio del dios de las motocicletas

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En el distrito de Pali en India, a unos 20 kilómetros de ésta y a unos 50 de Jodhpur en la carretera que las une, se alza un curioso y sorprendente templo frente al que diariamente se detienen miles de motociclistas.

La motocicleta es uno de los medios de transporte más populares y extendidos en India, por su economicidad frente al automóvil y por la facilidad de movimientos en un entorno ciertamente atestado de vehículos.

Por ello son también frecuentes los accidentes. Eso, unido a la profunda religiosidad de los naturales del país, ha dado lugar al surgimiento de nuevas deidades, como la que protagoniza esta historia.

Todo comenzó el 2 de diciembre de 1991, cuando un individuo llamado Om Singh Rathore viajaba con su motocicleta Royal Enfield Bullet de 350 centímetros cúbicos .

En un momento dado, a la altura de la localidad de Chotila, perdió el control de la moto e impactó contra un árbol, perdiendo la vida instantáneamente.

Según la leyenda (porque todas las deidades deben tener una) la policia retiró la motocicleta del lugar, llevándose a una comisaría cercana.

Pero a la mañana siguiente el vehículo había desaparecido, volviendo a aparecer misteriosamente en el lugar del siniestro. Una vez más se la llevaron, pero esta vez se aseguraron de vaciar el depósito de combustible y amarrarla con cadenas.

El malogrado Om Singh Rathore / foto JaiRajputana

No sirvió de nada porque al día siguiente otra vez apareció en el lugar del accidente. Parece que el hecho se repitió varias veces, lo que llevó a los vecinos de la zona a creer que se trataba de algo milagroso y enseguida construyeron un pequeño templo con un altar y una urna en la que se colocó la moto, a la que adoran como representante del malogrado Om Singh Rathore, ahora renombrado Om Banna, el dios de las motocicletas, también familiarmente conocido como Bullet Baba.

El altar del templo / foto Sentiments777 en Wikimedia Commons

Por ello cada día todo conductor, no solo motociclistas, que pasa por el lugar se detiene un instante a presentar sus respetos, a dejar ofrendas o a rezar para que ese día no se vean envueltos en un accidente similar. Por supuesto, muchos creen que aquellos que no lo hacen se arriesgan a lo peor, aunque evidentemente nada puede ser más efectivo que la precaución al volante y contar con un buen seguro de moto.

Brazaletes, lazos rojos y pañuelos decoran el árbol del fatídico incidente, cerca del templo, que siempre está lleno de barras de incienso, flores, botellas de licor, cascos, y otra parafernalia. Incluso cuenta con su propio sacerdote, que oficia un ritual al amanecer y al anochecer. Y recibe peregrinos de todas partes del país.

La motocicleta en su urna / foto Daniel Villafruela en Wikimedia Commons

Fuentes: The Indian Express / Drive Spark / JaiRajputana / Wikipedia.

Melificación, el proceso de disolver un cuerpo humano en miel para obtener un fármaco

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La medicina tradicional en Asia y Oriente Medio está trufada de remedios milagrosos basados en productos que, en realidad, carecen de la más mínima propiedad curativa.

Son muy conocidos casos como la falsa facultad afrodisíaca del cuerno de rinoceronte o el uso de huesos de tigre, en ambos casos poniendo en peligro de extinción las respectivas especies, pero a buen seguro el fármaco más inaudito y sorprendente era uno que se obtenía tras disolver un cuerpo humano en miel, en un proceso conocido como melificación.

Puesto que nunca se ha encontrado un medicamento así y ya no se practica, si es que alguna vez esto traspasó el umbral de la leyenda para entrar en el de la realidad, hay que acudir a las fuentes documentales que se conservan al respecto.

La más importante es una obra titulada Bencao gangmu, escrita por un farmacólogo chino del siglo XVI llamado Li Shizen, también conocido como Dongbi. Era un prestigioso herborista, experto también en acupuntura, que se convirtió en un veterano de la medicina ambulante después de fracasar en su intento de entrar como funcionario imperial.

Paradójicamente, esa profesión de circunstancias terminó por abrirle las puertas del ascenso social, gracias a que trató y curó al príncipe Chu. Su labor investigadora le llevó a escribir una docena de libros médicos, pero el que realmente le dio fama fue el citado Bencao gangmu, popularmente traducido como Compendio de materia médica.

En él trata de múltiples facetas, desde la herboristería a la farmacología, pasando por técnicas sanatorias, enfermedades, animales, minerales, conceptos filosóficos e ilustraciones diversas. Li Shizen empleó veintisiete años en terminarlo y, de hecho, no llegó a verlo publicado.

Li Shizen/Imagen: Huahuai Vitiligo Hospital

De esa obra se conservan cinco ejemplares originales, lo que nos permite saber que el autor recopilaba paladas de cal junto a otras de arena; así, identificó los cálculos biliares, sabía tomar el pulso, aplicaba hielo para bajar la fiebre y usaba vapor para intentar desinfectar ambientes, pero también creía que el plomo no era tóxico, por ejemplo.

En cualquier caso, lo importante para lo que nos ocupa es que el Bencao gangmu, en un capítulo dedicado a las momias, registra el dato de que en Arabia se empleaba la técnica de la melificación.

La fuente de información de Li Shizen no era de primera mano, así que él mismo admitía no saber si la historia era cierta o no pero que la reseñaba para que los sabios decidieran. Y es que citaba una referencia de otra obra china, el Chogeng Lu (algo así como Habla mientras el arado descansa), del erudito Yuan Tao Zongyi (también conocido como Tao Jiucheng). Este autor, dos siglos anterior, narraba que algunos ancianos árabes cercanos a la muerte aceptaban someterse a ese tratamiento para ser útiles tras su fallecimiento.

No era para curarse, pues. Lo verdaderamente curioso está en que el sujeto debía empezar el proceso antes de morir, abandonando la comida normal para alimentarse exclusivamente de miel y bañándose también en ella a diario. Con ello se conseguiría que el paciente asimilara el producto tan intensamente que al cabo de un tiempo su sudor e incluso sus heces serían miel, básicamente. Llegaría entonces el óbito, bien por las deficiencias nutricionales, bien por la edad, y se pasaría a una segunda fase.

Un ejemplar del Bencao Gangmu/Foto: Myko Sun

En ésta, el cadáver se metería en un sarcófago lleno de miel, con la fecha debidamente consignada, donde permanecería aproximadamente un siglo. Los restos humanos consecuentes de la putrefacción se mezclarían con la miel formando una sustancia que al cabo de ese tiempo y previo filtrado, constituiría el ingrediente principal de un poderoso fármaco capaz de curar heridas, fracturas y otras dolencias traumáticas con una dosis muy pequeña. Por lógica, dada la dificultad y complejidad del proceso, no se trataría de un medicamento barato.

¿Qué credibilidad histórica tiene la melificación? Pues, sorprendentemente, los historiadores especializados afirman que existió: los asirios practicaban la melificación y el cadáver de Alejandro Magno fue recubierto de miel para preservarlo mientras se le trasladaba hasta su lugar de enterramiento; también han aparecido cuerpos así en el Cáucaso y en los monasterios birmanos. No obstante se trataba de un mero proceso de conservación, igual que en otros lugares se usaba la técnica de la momificación.

Traslado del catafalco de Alejandro Magno/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Quizá esa tradición se combinó con una aportación farmacológica árabe hoy perdida pero en ninguna fuente documental consta el empleo de cadáveres en ese campo, aunque sí el aprovechamiento de ellos o de alguna de sus partes en otros tiempos: por ejemplo, en la Antigua Roma se creía que la sangre de los gladiadores era buena contra la epilepsia y los conquistadores españoles (y los soldados de la época en general) solían usar grasa humana para restañar sus heridas, así como el polvo de momia (o sea, momias pulverizadas) se usó hasta finales de la Edad Moderna como medicamento y fertilizante, creando un auténtico tráfico de este producto hacia Inglaterra un siglo más tarde.

Por lo demás, el uso de miel en medicina estuvo muy extendido en muchos sitios a lo largo de la Historia, bien mediante ingestión (es altamente calórica y, por tanto, energética, además de resultar muy útil en el tratamiento de afecciones de garganta), bien mediante aplicación tópica (posee propiedades antisépticas, antimicrobianas y cicatrizantes, algo que quizá explica lo apuntado por Li Shizen). Es cierto, asimismo, que constituye un buen conservante a muy largo plazo y se han encontrado muestras de miel milenaria en un estado más que aceptable.

Fuentes: National Geographic/Stiff. The Curious Lives of Human Cadavers (Mary Roach)/History and Development of Traditional Chinese Medicine (Wang Zhenguo, Chen Ping y Xie Peiping)/Wikipedia

Cartas de navegación hechas con palos, el sorprendente sistema utilizado por los nativos de las Islas Marshall

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En las Islas Marshall se utilizó hasta mediados del siglo XX un ingenioso y avanzado sistema para cartografiar el oleaje y facilitar la navegación, que no tiene parangón en el mundo.

Las Islas Marshall son hoy un país independiente situado en el Océano Pacífico, al noreste de Australia y al este de Micronesia. Pero antes pertenecieron a España, que las conquistó en el año 1528, cediéndolas luego a Alemania desde 1885. Fueron ocupadas por Japón durante la Segunda Guerra Mundial y, tras ésta, administradas por los Estados Unidos, obteniendo su independencia en 1990.

Los marshaleses siempre fueron excelentes navegantes, no en vano los dos archipiélagos que conforman el país cuentan con un total de 1.152 islas, islotes y atolones. También fueron experimentados constructores de canoas, y de hecho todavía hoy existe una competición anual de fabricación de este tipo de embarcaciones tradicionales.

Pero lo más interesante es cómo se orientaban en el mar, para lo que utilizaban unas cartas de navegación hechas con palos que constituyen el primer sistema cartográfico del oleaje marino conocido en el mundo. Su complejidad y precisión son un logro que todavía hoy sigue asombrando a los expertos.

El sistema no se conoció en el mundo occidental hasta que fue revelado en 1862 por un misionero llamado Gulick, más o menos en la misma época en que Gustav Holm descubría los mapas tridimensionales usados por los inuit groenlandeses, pero aun así su funcionamiento siguió siendo un misterio.

Mapa de las Islas Marshall / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Sería el capitán de un barco alemán estacionado en 1896 en las islas quien realizaría la primera descripción funcional del método en una publicación dos años más tarde.

El capitán Raimund Winkler, que comandaba el SMS Bussard, sintió curiosidad por conocer los principios que sustentaban aquellos extraños mapas de palo, cuyo secreto solo se transmitía de padres a hijos, y consiguió que los nativos le revelasen la forma en que eran utilizados.

Identificación de las islas en una de las cartas / foto The Nonist

Estos artefactos no son cartas de navegación tal cual se entiende el concepto en el mundo occidental, sino más bien instrumentos mnemónicos y de aprendizaje, porque sorprendentemente los mapas no se consultaban durante la navegación, sino que eran memorizados antes del viaje, algo lógico teniendo en cuenta la fragilidad de los artefactos y la limitación de movimientos a bordo de las canoas.

No todos los marshaleses conocían el sistema, solo un reducido número de la élite dominante controlaba el secreto de la creación de las cartas de navegación, que era transmitido exclusivamente dentro de la propia familia. Por ello, cuando salían a mar abierto lo hacían en grupos de 15 o más canoas, al frente de las cuales iba un único piloto, precisamente el que conocía el exclusivo método cartográfico.

Canoa tradicional de las Islas Marshall / foto Seidel, 1902

Las cartas de navegación se hacían con palos unidos con cuerdas de coco, que delimitaban las diferentes zonas de oleaje, con las islas representadas mediante conchas atadas en el lugar correspondiente. Mediante hilos señalaban la dirección de las ondas oceánicas al aproximarse a las islas, así como el flujo y reflujo de las rompientes.

Es posible que en principio el sistema fuera común a todos sus conocedores, pero con el tiempo se hizo tan exclusivo que tan solo el propio creador de uno de estos mapas sabía como interpretarlo y usarlo.

Carta conservada en el Museo Histórico de Berna / foto NearEMPTiness en Wikimedia Commons

Identificaban cuatro tipos de oleaje, denominados rilib (generado por los vientos alisios del noreste), kaelib (más debil y solo detectable por los navegantes más experimentados), bungdockerik (oleaje muy fuerte del suroeste) y bundockeing (el más debil de todos, presente en las islas del norte), que eran representados en los mapas mediante palos curvos e hilos, principalmente en torno a las islas, de modo que podían identificar rutas de acceso seguras entre la mar de fondo.

Los mapas de navegación eran de tres tipos: los Mattang eran utilizados para la instrucción en el arte de la navegación; los Meddo eran mapas parciales que solo mostraban algunas de las islas en sus posiciones relativas o exactas, así como la dirección del oleaje profundo; y los Rebbelib eran similares a los meddo pero incluían la posición de la totalidad de las islas de los archipiélagos marshalenses, siendo por tanto los más completos.

Carta en el Museo Peabody de la Universidad de Harvard / foto Dominio público en Wikimedia Commons

Tras la Segunda Guerra Mundial este tipo de mapas dejó de utilizarse debido a la llegada de las nuevas tecnologías, aunque el conocimiento de su elaboración se sigue manteniendo vivo. Hoy en día también se hacen copias de los antiguos mapas conservados, que se venden a los turistas como souvenirs. Por suerte quedan muchos ejemplares originales en museos de todo el mundo.

Fuentes: We, the Navigators: The Ancient Art of Landfinding in the Pacific (David Lewis) / Nautical Cartography and Traditional Navigation in Oceania (Ben Finney) / Traditional and nineteenth century communication patterns in the Marshall Islands (Dirk HR Spennemann) / Micronesian Stick Charts / Polynesian Stick Charts / Wikipedia.

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