Relativamente poco conocido fuera del lugar donde se ubica, en Irlanda, el dólmen de Brownshill está considerado el más grande y pesado de Europa.
Aunque su nombre oficial es crómlech de Kernanstown, se le conoce popularmente como dólmen de Brownshill, quizá para evitar la ambigüedad del término crómlech, que en francés y castellano se aplica a los círculos de piedra como Stonehenge, pero en inglés es sinónimo de dólmen.
Un dólmen es una construcción megalítica formada por varias piedras en posición vertical, cubiertas por otra de mayor tamaño que se apoya en ellas y que conforma una especie de cámara. En ocasiones se encuentran cubiertos de tierra formando un túmulo o una pequeña colina artificial.
A pesar de que normalmente asociamos este tipo de monumentos prehistóricos con lugares como el Reino Unido, Irlanda, Francia, o España, en realidad se pueden encontrar en muchas zonas del mundo. Y precisamente la mayor concentración de dólmenes del mundo está en una región que muchos no se esperarían: la península de Corea.
El de Brownshill está situado a unos 3 kilómetros al este de la localidad irlandesa de Carlow, en un campo cercano a la carretera de Hackestown. Su datación se estima entre el año 4000 y el 3000 a.C. en el período Neolítico, levantado probablemente por los primeros agricultores que habitaron la isla.
Se cree que pudo tener un uso funerario como tumba, estando cubierto originalmente por un montículo artificial de tierra, dado el ángulo de inclinación que presenta, pero todo son especulaciones porque en realidad el monumento nunca ha sido excavado. En muchos de los otros 174 monumentos similares repartidos por el país sí que han aparecido restos de enterramientos, huesos humanos quemados, cerámica y artefactos de sílex.
Lo más significativo es su tamaño, que quizá no se aprecia bien en las fotografías, pero que quienes lo han visitado en persona reportan como ciertamente impresionante.
No es para menos porque con las 103 toneladas estimadas de peso de la piedra superior está considerado el mayor dólmen singular de Europa, esto es, formado por una sola piedra de cubierta. Otros dólmenes, como el de Menga en Antequera, son mucho mayores en tamaño, pero están formados por varias piedras de cubierta (la mayor de las que forman el conjunto de Menga se estima en 180 toneladas).
Y por supuesto existen monumentos megalíticos más pesados, como el menhir de Kerloas en Francia, que pesa 150 toneladas. Como comparación la roca temblante de Huelgoat (que cualquiera puede mover con un poco de maña) pesa 137 toneladas, aunque evidentemente no es un dólmen.
Más de 49.000 personas trasladadas desde 4 países diferentes en 380 vuelos realizados a lo largo de un año. La proverbial capacidad israelí para la estrategia logística permitió esa asombrosa operación que recibió el expresivo nombre de Kanfei Nesharim (Alas de Águilas).
Fue más popularmente conocida como Magic Carpet (Alfombra Voladora), aunque los rescatados seguramente preferirían el otro con que también se la llamó: Llegada del Mesías.
El mérito de ese esfuerzo fue mayor si se tiene en cuenta que tuvo lugar entre junio de 1949 y septiembre del año siguiente, cuando el estado de Israel apenas era un recién nacido.
¿Por qué fue necesario llevar a cabo esa operación? El 29 de noviembre de 1947 la ONU aprobaba la Resolución 181, por la cual recomendaba dividir el territorio bajo mandato británico de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe, más una zona que quedaría bajo control internacional por las previsibles disputas que surgirían entre los anteriores por quedársela (la que comprendía los Santos Lugares históricos).
El bienintencionado plan preveía que ambos estados tuvieran unidad económica, aduanera y monetaria, aunque desde el principio la resolución fue criticada por unos y otros. Sin embargo, mientras los judíos aceptaban a regañadientes y proclamaban la independencia de Israel el 14 de mayo de 1948, los árabes se negaron a aceptarlo y le declararon la guerra.
En ese contexto, la situación de los judíos que vivían en naciones árabes pasó a ser muy delicada y la cosa resultó especialmente dura en aquellos sitios donde las comunidades hebreas eran lo suficientemente grandes, caso de Yibuti, Eritrea, Arabia Saudí y, sobre todo, Yemen (donde había decenas de miles, concentrándose buena parte en lo que entonces era el protectorado británico de Adén).
Ya en 1947, a raíz de la citada resolución, se produjeron graves disturbios antisemitas en Adén que duraron tres días, suponiendo la muerte de decenas de judíos y la destrucción de sus casas y negocios -aunque también murieron algunos musulmanes-, ante la inoperancia de las autoridades británicas. En realidad, esos brotes violentos no eran nuevos.
En 1932 se había producido otro al acusarse a los hebreos de arrojar excrementos al patio de las mezquitas, terminando con decenas de heridos. El sentimiento contra esa gente estaba extendido y asentado, pero los incidentes nunca habían dado lugar a muertes hasta ese momento.
Sin embargo, esta vez la cosa se desbordó: como si de la Europa medieval se tratase, a principios de 1948 se difundió el bulo de que los judíos asesinaron a dos niñas musulmanas y corrió la sangre.
El saqueo y la destrucción dejaron a la comunidad judía sin hogares ni medios de vida (paradójicamente, a la postre eso resultó nefasto para todo Yemen, ya que los hebreos eran los principales dinamizadores de la economía y además pagaban fuertes impuestos que así se dejaron de percibir), lo que impulsó a muchos de ellos a reunirse para planear su marcha a Israel.
No obstante, se encontraron con un problema: los británicos no les dejaban salir del país mientras persistiera la guerra árabe-israelí; terminó el 20 de junio de 1949 y a partir de ahí quedaban abiertas las puertas.
Uno de los aviones de la operación Alas de Águilas/Foto: Gobierno de Israel
Cierto es que no todos querían irse; algunas familias, especialmente las más adineradas, se negaban a abandonar Yemen, que consideraban su tierra tanto o más que los musulmanes, ya que llevaban allí desde el siglo IV, tres antes de que Mahoma empezara a predicar, tal como vimos hace tiempo en el artículo sobre la reina Mavia.
Por eso fue necesario enviar agentes que debían convencerles y que, para cumplir su objetivo, no tuvieron reparos en prometerles que se les facilitarían pensiones y medios de vida, algo que después no se materializó. Por supuesto, otros sí deseaban dejar aquel lugar que se había vuelto peligroso para ellos y algunos incluso tenían familiares en el nuevo estado que podrían acogerles.
Realmente, Israel necesitaba población y por eso llegó a un acuerdo con las autoridades yemeníes para el traslado de los judíos locales. A la operación puesta en marcha para llevarlo a cabo se le puso el nombre de Alas de Águilas basándose en dos pasajes de la Biblia: el Éxodo 19:4 (“Vosotros visteis lo que hice con los egipcios y cómo os tomé sobre alas de águila y os he traído a mí”) e Isaías 40:31 (“Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán”).
Desde junio de 1949 hasta septiembre de 1950 se sucedieron los vuelos de aquel insólito puente aéreo, realizados con aviones británicos y norteamericanos y la cesión de una base ad hoc por parte del rey e imán de Yemen, Ahmad ibn Yahya. Gracias a ello, llegaron a tierra israelí un total de 49.000 pasajeros, de los que 47.000 eran yemeníes, 2.000 de Arabia Saudí y medio millar de Yibuti y Eritrea.
No fue una decisión fácil, evidentemente, porque una de las condiciones que dejó claras Yemen para dejarlos ir era que no podrían regresar. Por eso el imán envió por todo el país shelihim, es decir, emisarios, con la misión de encontrar a los judíos que se repartían por las diferentes localidades y explicarles la situación, ofreciéndoles cancelar sus deudas y solventar cualquier traba burocrática para facilitarles la marcha si tal era su deseo.
Al final, solamente decidieron quedarse tres centenares de familias de las que quedan hoy unos 250 descendientes; su vida no es precisamente idílica y suelen estar bajo constante presión, a veces sufriendo ataques abiertamente, sobre todo cuando la situación en Palestina se calienta.
Tampoco todos los que lograron irse lo pasaron bien. A pesar de que el grueso de la Operación Alas de Águila se hizo con un éxito aceptable, no faltaron errores: por ejemplo, miles de personas quedaron abandonadas en el desierto de Adén por la típica confusión sobre competencias burocráticas entre británicos, yemeníes y el American Jewish Joint Distribution Committee encargado de su transporte; asimismo, cerca de un millar de judíos falleció durante el viaje que hacían por sus propios medios hasta los puntos de partida.
Muchos eran campesinos muy humildes que además ni siquiera habían visto antes un avión, por lo que fue necesario que un rabino les convenciera de que no había peligro, así como luego tendrían que pasar un proceso de reeducación para poder acomodarse a su nueva vida.
Tampoco hay que olvidar el oscuro episodio de la desaparición de varios miles de niños judíos yemeníes durante la operación, que veremos con más detalle en un próximo artículo.
Pese a sus dimensiones, la operación se mantuvo en secreto hasta unos meses más tarde de su finalización. Sin embargo, el éxodo de hebreos desde países musulmanes sería una constante que no se limitó a los lugares señalados.
Tras Alas de Águilas fueron llegando desde otros muchos sitios, como Marruecos, Egipto, Irak, Siria, Libia, Túnez, Líbano, Argelia e incluso Baréin, sumando un total de 850.000 emigrantes entre 1848 y 1952 y constituyendo el 30% de la población total israelí en ese momento.
De hecho, incluso desde Yemen hubo otros vuelos después, ya a menor escala. Por ejemplo, en 1959 salieron de Adén con destino a Israel otros 3.000 judíos, sin contar un número importante que prefirió emigrar a EEUU y Reino Unido; esa tónica continuó hasta que en 1962 estalló la guerra civil en el norte de Yemen y paralizó las salidas.
Hace un par de años fue noticia la recuperación en Islandia de la religión pagana nórdica. Una asociación denominada Asatruarfelagid empezó la construcción de un templo para ello donde volver a adorar a Odín, Freya, Thor y todos los demás dioses de Asgard.
Crearon incluso una casta sacerdotal, reuniendo a dos millares y medio de adeptos. Pero esa insólita iniciativa no es tan original como muchos piensan.
Aquí en España, sin ir más lejos, tenemos un ejemplo bastante anterior con la llamada Iglesia del Pueblo Guanche.
El neopaganismo es un movimiento que desde los años cincuenta del siglo XX rescata del olvido antiguas creencias precristianas, a menudo asociándolas a tendencias de moda como la ecología, el indigenismo, el ocultismo, el esoterismo, etc.
Cuando lo que se recrea es una fe antigua suele clasificarse como reconstruccionismo pagano y el espectro disponible abarca varias épocas, lugares y culturas del mundo: desde el druidismo céltico y el kemetismo egipcio hasta el citado asatrú escandinavo, pasando por el politeísmo clásico de Grecia y Roma, los romuva y dievitruba de Lituania y Letonia, el tengrianismo de las estepas o incluso el jentiltasuna vasco, entre otros.
También en América se retoman algunos ritos indígenas prehispanos. Otra línea diferente es la que practica cultos no asociados a una tradición cultural concreta, caso de la brujería, la wicca y otras corrientes new age similares, pero no es lo que nos interesa en este artículo.
Símbolo de Tanit, adoptado por la Iglesia del Pueblo Guanche/Imagen: IPG
La Iglesia del Pueblo Guanche se enmarcaría, pues, en ese reconstruccionismo pagano, ya que, según el guadameñe Arguma Anez´ Ram n Yghaesen (Eduardo García, su líder), “tiene como uno de sus objetivos principales rescatar y actualizar la religión de nuestros ancestros, lo que incluye sus divinidades, rituales y valores, adaptándolos a las necesidades del canario actual”.
Resulta patente la reivindicación de la civilización guanche y, en ese sentido, es significativo que esta fe se vincule con el MPAIAC (Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario), la organización separatista que fundó Antonio Cubillo en 1964 para intentar la secesión de las Islas Canarias.
De ella nacieron dos bandas terroristas, FAG (Fuerzas Armadas Guanches) y DAC (Destacamentos Armados Canarios), que en la década siguiente llevaron a cabo algunos atentados con víctimas mortales (y que tuvieron un papel indirecto en el terrible accidente de Los Rodeos), hasta que en 1979 el movimiento renunció a la lucha armada, expulsó a Cubillo y se disolvió.
La matria (por patria) o nación canaria, su fundamentación en “una unidad histórica, social, étnica y territorial”, se basaría entre otras cosas en recuperar lo que el historiador y arqueólogo Josué David Ramos Martín describe como “el espacio simbólico arrebatado a sus ancestros por la invasión europea y la evangelización consecuente”, las cuales habrían sustituido la religión ancestral por el cristianismo.
Siguiendo esa idea, lo que se propone es un retorno al culto a Chaxiraxi, la Sustentadora del Cielo, nombre guanche para la Diosa Madre Universal (asimilada sincréticamente a la Virgen de la Candelaria) que ha de regenerar a la Humanidad (era la divinidad de la fertilidad) y cuya devoción tiene equivalentes en otras reconstrucciones neopaganas como las mencionadas anteriormente, de ahí que utilice iconografía prestada de ellas; en ese sentido, el símbolo de la IPG es un pictograma de la diosa púnica Tanit.
Y es que, en realidad, la reconstrucción fidedigna de la antigua fe guanche no es sencilla porque no dejó textos escritos, de manera que las únicas fuentes disponibles corresponden al registro arqueológico, a referencias secundarias y al folklore.
Esa deficencia suele salvarse con una actitud voluntarista, dado que su objetivo no es historicista sino espiritual (al menos en teoría, pues ya vimos su conexión original con el nacionalismo canario). Por eso los rituales establecidos se centran en la celebraciones calendáricas y en ceremonias sociales, siempre con un carácter esporádico.
Respecto al almanaque, lunar, el sistema cronológico de lo que llaman Nueva Era Guanche empezó con la fundación de la IPG en 2001, cuando se celebró el primer Achu n Magek (solsticio de verano), mientras que los mencionados ritos sociales son bautizos, entierros y bodas (el primer enlace matrimonial guanche post-conquista tuvo lugar en 2002 en la montaña de Guaza, tradicionalmente considerada sagrada por los aborígenes, y constituyó un acontecimiento con asistencia masiva de los medios de comunicación y de un centenar de curiosos).
Las críticas suscitadas por la parafernalia empleada en esos esponsales, más fruto de la imaginación que de la verosimilitud histórica, fueron duras por parte de los investigadores; Néstor Verona escribió que con “este acto simbólico vaciaron la ceremonia de contenido para la IPG y la convirtieron simplemente en una reconstrucción de un ritual más o menos inventado, semejante a los realizados por asociaciones culturales, cual escenificaciones folkloristas”.
Ello llevó a la Iglesia a proscribir parte de su envoltorio externo, conservando sólo los objetos que estuvieran por encima de cualquier duda y provocando una polarización interna entre los partidarios del guanchismo como herramienta política nacionalista y los que buscan limitarlo a lo espiritual; en su estudio Nacionalismo y religión en Canarias: una primera aproximación, Zebensui López Trujillo y Josué David Ramos Martín añaden una tercera tendencia, la etnicista, como “exaltación del pasado precolonial”.
Chaxiraxi aparte, el panteón de esta fe se completa con otras divinidades, caso de Magec o diosa Sol, Achuguayu o dios Luna, Achamán-Akorán-Baal-Ammón o dios de las lluvias y Chayuga o Dios de la Naturaleza, aparte de figuras complementarias como los espíritus de los antepasados.
El culto se desarrolla a través de una estructura jerárquica encabezada por unguadameñe, una especie de sumo sacerdote (hombre o mujer) que, ayudado por un consejo de amusnausy y un grupo de faykanes (una curia) forman el Gran Tagoro de la Diosa Madre, que dirige a los kankus (sacerdotes), maguadas (sacerdotisas) e iboibos (oficiantes de funerales).
Por el momento, esa búsqueda de la identidad perdida no reúne más que unos pocos cientos de seguidores, aunque con tendencia al alza.
Claro que nunca se sabe qué deparará el futuro; la Iglesia Maradoniana, que rinde culto al futbolista argentino Diego Armando Maradona, empezó como una broma entre amigos y hoy acredita casi un cuarto de millón de seguidores declarados.
A los aficionados a los baños de barro les interesará saber que existe un lugar donde tal experiencia se puede prácticar con un atractivo añadido: el de sumergirse en el interior de una caldera volcánica.
Cierto que no es una caldera relativamente grande, pero al fin y al cabo se trata de un volcán, aunque de apenas unos 15 metros de altura. Es el volcán del Totumo, situado en el municipio de Santa Catalina al norte de Colombia.
Según cuenta la tradición local hasta hace pocos siglos el volcán sufría fuertes erupciones de lava, hasta que un sacerdote avispado vertió en su interior agua bendita, transformando la lava en barro.
La realidad es que el lodo se formó, se va formando todavía, por la acción de los gases que emanan de la tierra, y que, a tenor de la cantidad de bañistas que lo visitan anualmente, no parece que sean un incoveniente para disfrutar del barro y sus supuestas propiedades beneficiosas para la piel.
Para zambullirse es necesario trepar por una escalera tallada en la ladera, acotada con desvencijadas barandillas, y descender por otra, más rústica e igualmente de madera y donde la seguridad brilla por su ausencia.
Una vez dentro nos encontraremos en el interior de una caldera volcánica de unos 4,5 metros de diámetro, en la que caben unas 20 o 30 personas, chapoteando en el cálido y grueso barro color marrón grisáceo.
Este lodo es en un 45 por ciento agua, un 37 por ciento sílice, y el resto son minerales como aluminio, magnesio, sal, calcio, hierro, fosfatos y sulfuros. Según la época del año la caldera puede estar llena de barro a rebosar, cual piscina, o tener un nivel que exige descender a varios metros en el interior.
En la contigua ciénaga del mismo nombre también es posible tomar baños de barro. No obstante, y a pesar de que la zona abunda en puestos de comida, bebida y masajes, y los habitantes locales se suelen ofrecer como guías por la laguna, el sitio no está reconocido ni sustentado por el ministerio de turismo colombiano, por lo que las infraestructuras son bastante espartanas.
La administración, desde hace unos 30 años, corre a cargo de la Asociación de Trabajadores del Volcán del Totumo, que agrupa a las familias que viven de la explotación turística del lugar, que se beneficia de la cercanía con Cartagena de Indias. Las excursiones desde allí con todo incluído tienen un coste de unos 30 dólares.
Niños robados por dictaduras a padres opositores, niños que desaparecen cuando están de vacaciones con sus padres, niños de los que nunca se vuelve a saber cuando jugaban tranquilamente en la calle…
El infantil es un sector de población especialmente vulnerable y protagonista demasiado a menudo de este tipo de situaciones, aunque normalmente sean casos con cuentagotas que suelen afectar a un pequeño cada vez.
Ahora bien ¿qué pasa cuando se produce una situación en la que hay cientos de desapariciones de golpe? Algo así ocurrió, presuntamente, durante la Operación Alas de Águilas, a la que dedicamos un artículo anteayer.
Recordemos que dicha operación consistió en un gran puente aéreo organizado entre 1948 y 1954 por el recién nacido estado de Israel para rescatar a judíos que vivían en Yemen -aunque luego se sumaron flujos enormes desde otros países árabes- y estaban siendo víctimas de la hostilidad de las gentes locales.
En ese contexto, un enorme flujo de exiliados iniciaron un éxodo desde dichos países a su tierra prometida, sumando una impresionante cifra de setecientos mil inmigrantes.
El proceso adquirió tales dimensiones que los recién llegados, a menudo empobrecidos bien porque eran humildes campesinos, bien porque sus bienes habían sido expoliados en origen -y muchos, además, supervivientes de la Shoah que se habían ido de Europa-, tuvieron que ser alojados en los ma’abarot, es decir, campamentos para refugiados cuya característica principal era que disponían de casas prefabricadas en vez de las clásicas tiendas de campaña; eran complejos temporales, como indicaba su propio nombre (en singular ma’bara, tránsito) y el último se cerró en 1963.
Evidentemente, todo ello obligaba a una difícil coordinación logística, agravada por el hecho de que una gran parte de aquellos desplazados no hablaban hebreo sino solamente sus respectivos idiomas nativos y además eran analfabetos; añadiéndole el hecho de que las persecuciones sufridas les habían traumatizado hasta crear una desconfianza instintiva hacia la autoridad, la situación para gestionar registros y otras tareas burocráticas -proporcionarles comida, ropa, agua…- resultaba bastante complicada.
No fue fácil para Israel afrontar aquel reto que se sumaba a las dificultades propias de un país que daba sus primeros pasos y encima afrontando una guerra contra todos sus vecinos, así que hubo que apretarse el cinturón en lo que se conoce como Tzena o Período de austeridad, que se prolongó desde 1949 hasta 1959.
Las medidas adoptadas sirvieron para salir adelante y garantizar el mantenimiento de la población, que con los refugiados pasaría de ochocientos mil habitantes a más de dos millones en una década. Este tipo de contextos -escasez, racionamientos y demás- suelen generar un mercado negro y para combatirlo fue necesario crear una densa red burocrática que, por sus dimensiones, terminó generando cierta confusión, lógica por otra parte, dada la caótica situación que hubo de pronto.
El caso más grave no se descubrió hasta cuatro décadas después, 1994, cuando un rabino de origen yemení llamado Uzi Meshulam exigió al gobierno israelí la formación de una comisión para investigar la desaparición de un número indeterminado de niños en aquellos años.
Meshulam (que falleció en 2013) era el líder de un grupo denominado Yehudei Teman (Judíos Yemeníes). Los judíos procedentes de ese país eran mizrajíes (orientales), como todos los que procedían de Oriente Medio y norte de África, y se diferenciaban de los askenazis, sefarditas y otros grupos en que no habían experimentado un proceso de asimilación, conservando ritos religiosos y costumbres diferentes; por eso habían tenido que pasar un proceso de reeducación al llegar a Israel.
Inicialmente lo que más llamó la atención fue la expeditiva forma en que el rabino planteó la cuestión, atrincherándose en el jardín de su casa junto a un puñado de seguidores armados que se enfrentaron a las fuerzas del orden. Pero luego la cuestión de fondo terminó por imponerse, dada la gravedad de las reclamaciones.
Según se denunciaba, hasta 1.033 niños de familias procedentes de Yemen habían desaparecido de los ma’abarot entre 1949 y 1951. Casi todos tenían menos de tres años de edad, no llevaban ni doce meses en el país y estaban en hospitales cuando se dejó de saber de ellos.
A los progenitores se les informó oralmente de que habían fallecido por muerte súbita pero nunca vieron los cuerpos ni recibieron certificados de defunción, dándose la coincidencia de que la mayor parte de los casos tuvo lugar al mismo tiempo que los padres estaban ausentes haciendo el servicio militar.
La desconfianza se extendió como la pólvora y empezaron a surgir habladurías, que si los niños estaban bien de salud, que si hubo gente de habla inglesa y francesa por los hospitales… formándose poco a poco la creencia en que los niños habían sido falsamente declarados muertos para poder raptarlos y entregarlos en adopción a familias askenazis pudientes, bien de Israel, bien de otros lugares.
Lo cierto es que el Parasha y’ladai Teiman (Caso de los niños yemeníes), nombre con que se bautizó el asunto, ya corría de boca en boca desde los años sesenta e incluso se había investigado oficialmente a través del llamado Comité Bahlul-Minkowski, creado por el Ministerio de Justicia y Policía, que en colaboración con la creada Comisión Pública para Descubrir a los Niños Yemeníes Desaparecidos (integrada por alcaldes, rabinos y psicólogos) examinó trescientas cuarenta y dos de esas desapariciones determinando que la inmensa mayoría -trescientas dieciséis- habían sido fallecimientos reales, identificando dos adopciones y quedando sin explicación el resto.
El trabajo llevó mucho tiempo y los resultados se hicieron públicos en 1986, aunque recibieron críticas por su metodología por parte de la Universidad de Bar-Ilan (Tel Aviv).
Ello hizo que dos años después el propio gobierno de Yitzhak Shamir estableciera una nueva comisión encabezada por el juez Moshe Shalgi que se centró en trescientos un casos y descubrió que sesenta y cinco de ellos carecían de explicación, aunque demostraba que los demás si habían terminado en defunción.
La cuestión seguía siendo incierta y de ahí la virulenta reacción de Uzi Meshulam en 1994, que tuvo tal repercusión mediática que consiguió arrancar al ejecutivo una Comisión Estatal de Investigación al año siguiente. Esta vez el ámbito de actuación fue mucho más extenso, con más de ochocientos casos; los resultados, obtenidos gracias a análisis de ADN y publicados en 2001, siguieron la línea proporcional anterior: setecientos treinta y tres niños murieron realmente y cincuenta y seis quedaron sin concretar.
Por tanto, los rumores de complot estatal quedaron definitivamente descartados, ya que se había comprobado y aclarado el destino de novecientos setenta y dos de los mil treinta y tres pequeños. Asimismo, se localizó a otros que estaban vivos y se consideró que los cincuenta y seis restantes podrían haber sido entregados o vendidos en adopción ilegalmente pero como decisión individual de algunos de los trabajadores sociales implicados, no siguiendo una política oficial.
Hace poco, en 2016, se volvió sobre el tema nombrando a Yitzhak Tzachi Hanegbi (exministro de Justicia y experto en seguridad) para revisar las pruebas recopiladas por las tres comisiones de investigación.
El resultado fue sorprendente al encontrar que docenas de niños askenazis también habían desaparecido, con la novedad de que no sólo había casos en los hospitales israelíes (en realidad preisraelíes, ya que estos casos fueron anteriores a la independencia) sino también en los campos de detención de Chipre, donde los británicos recluían a los judíos de Europa del Este que habían huido del continente tras sobrevivir al holocausto. ¿Se abrirá un nuevo frente de investigación?
En el último cuarto del siglo XIX el parlamento canadiense y el Congreso de EEUU aprobaron la insólita prohibición de una ancestral costumbre de los indios de la Costa Noroeste.
Pero no porque temieran que pudiera reforzar su sentimiento grupal e inducirles a una rebelión, como pasaría en 1895 con la proscripción de la Danza del Sol en las tribus de las llanuras, sino porque la consideraban inútil, inmoral y contraria a los valores de la civilización.
Esa tradición vedada consistía en una fiesta anual en la que, entre música y baile, los más pudientes de la tribu se desprendían de sus pertenencias regalándolas o incluso destruyéndolas. Era lo que llamaban potlatch.
Fueron los misioneros como William Duncan y los agentes gubernamentales de asuntos indios como George Blenkinsop y Gilbert M. Sproat los que informaron negativamente sobre el potlatch por ir en contra del espíritu capitalista y constituir una práctica salvaje que podía afectar negativamente a las propias tribus
Por eso en 1884 la Indian Actcanadiense dictaba una reglamentación de comportamiento para los más de seiscientos pueblos indígenas, a los que denominaba Primeras Naciones, y era de aplicación unilateral obligatoria.
La ley era amplia y buscaba la asimilación de los indios al modo de vida blanco eliminando ciertas costumbres ancestrales, obligando a dejar las familias numerosas en favor de pequeños núcleos familiares e internando a los niños aborígenes en escuelas especiales para la correspondiente reeducación, so pena de ser separados de sus padres y entregados en acogida.
Una enmienda a dicha ley, añadida al año siguiente y conocida como Potlatch Ban, vetó específicamente el potlatch. Por supuesto, los afectados lo consideraron una injusticia y algunos desobedecieron abiertamente; al principio no hubo represalias pero a partir de 1921 se produjeron detenciones, terminando una veintena de individuos de ambos sexos en prisión.
El potlatch formaba parte de la tradición de pueblos de habla na-dené (Haida, Tingit), penutia (Tshimshian) y wakash (Nuu-chah-nulth, Kwakiutl), así como la cultura Salish, que ocupaban tanto el litoral como el interior de la Columbia Británica y el noroeste de EEUU.
El nombre mismo describe la idea, pues deriva del término paɬaˑč, que en lengua Nuu-chah-nulth significa regalo o regalar. No obstante, cada pueblo dotaba a su potlach de características propias. Eso sí, tenían elementos en común, como aprovechar determinados eventos sociales para celebrarlo (bodas, fallecimientos, adopciones, inauguraciones de casas y similares) y hacerlo fundamentalmente en el invierno.
Era un rito jerárquico, dirigido por un numaym, una especie de clan rico (si bien incluía también a sus miembros de clase baja y esclavos) dirigido por un anciano asociado a algún tótem. Cada tribu estaba compuesta por varios numaym, cada uno de los cuales contaba con un centenar de personas aproximadamente.
Por lógica, únicamente los acomodados tenían capacidad suficiente para llevar a cabo esa costumbre; de hecho, los cabezas de cada uno rivalizaban entre sí en hacer ostentación de regalos y si pensaban que no habían alcanzado nivel suficiente quemaban en una hoguera lo restante.
Originalmente las dádivas eran en forma de cosas físicas y almacenables, como pemmican (carne de foca desecada), pescado, aceite, canoas, pieles, esclavos o coppers, unas láminas de cobre procedentes del forro de los barcos que se labrbn en forma de T y hacían la función de joyas suntuarias.
Sin embargo, el contacto con el hombre blanco trajo un enriquecimiento generalizado a través del comercio de forma paralela a un desplome demográfico por la ausencia de defensas naturales ante las enfermedades.
Ello cambió el concepto del potlatch: un numaym hacia de anfitrión de otros, que se reunían sentándose según su jerarquía y siguiendo un estricto protocolo para recibir la distribución de derechos de caza, pesca y recolección en el territorio. O sea, se pasó de dar bienes físicos a privilegios sobre los recursos naturales. Todo ello acompañado de danzas rituales en las que los oficiantes iban ataviados con las máscaras que representaban a sus respectivos clanes.
No resulta difícil entrever que en el fondo se trata de una compleja forma de relación social, tanto en el orden externo (entre pueblos y tribus) como en el interno (dentro de cada numaym mismo e incluso de cada familia), para estructurar la división de la riqueza, lo que de paso sirve para determinar la primacía de un clan sobre otro y transmitir los privilegios a los sucesores.
Y es que lo que el potlatch ponía de manifiesto no era que el poder político estuviera en manos de quien poseyera mayor poder económico sino de quien distribuyera mejor los recursos. Dicho de otra forma, el que más repartía alcanzaba la supremacía porque superaba en prestigio a los demás.
Claro que esta descripción del potlatch es general -basada en los estudios sobre los indios Kwakwaka’wakw de Vancouver- y en cada pueblo adoptaba características diferentes e incluso había varios tipos.
Con el tiempo, los más humildes empezaron a reclamar derechos de los que hasta entonces se hallaban privados, con lo que los privilegiados tuvieron que aumentar la cantidad de los regalos y extender el abanico de beneficiarios para poder competir con sus rivales y mantener su posición social.
La consecuencia de ello fue la dilapidación de enormes cantidades de bienes porque a veces aún sobraban cosas y lo que se hacía entonces era, como decíamos antes, destruirlas sin más. Dicha destrucción podía alcanzar niveles asombrosos: casas, parcelas, canoas…
Los antropólogos suelen interpretar esto como una fórmula de adaptación geográfica a los recursos disponibles, es decir, un pueblo que pasase por un período de escasez podía beneficiarse de la generosidad de otro que tuviera una situación boyante; y viceversa, pues era impensable no devolver el favor cuando hubiera ocasión.
Pero los blancos decimonónicos sólo vieron en ello un derroche absurdo, de ahí que incitaran al gobierno a la prohibición secundados por las empresas (que sólo encontraban personal indio en verano, porque en invierno se dedicaban a gastar las ganancias de aquella forma inconcebible) y los religiosos, que denunciaban la inmoralidad de que algunas mujeres tuvieran que prostituirse para poder saldar las cuentas de los potlatch de sus maridos.
Así que la enmienda citada lo tipificó como delito menor, sancionando con pena de prisión de dos a seis meses tanto la participación en esa fiesta como la incitación a su celebración.
Decíamos al comienzo que la aplicación práctica de la ley fue un fracaso debido al arraigo de la tradición, al papel fundamental que jugaba ésta en su vida social y religiosa, al disgusto que levantó entre los indígenas y a las dificultades para controlar el vastísimo territorio por el que se diseminaban las tribus.
En contra se alzó la voz del antropólogo Franz Boas, que había estudiado el fenómeno en Vancouver y consideraba un despropósito la prohibición. Algunos agentes también consideraron innecesaria la ley, suponiendo que con el tiempo decaería la costumbre con la educación impartida a las nuevas generaciones.
La proscripción se suprimió finalmente en 1951 y los indios recuperaron el potlatch como una forma de reivindicar su pasado y su identidad, cobrando fuerza en las décadas de los setenta y ochenta hasta la actualidad.
En 1959 se descubrieron en la basílica de Saint-Denis en París, el lugar de enterramiento durante siglos de los reyes de Francia, numerosos sarcófagos medievales.
El encargado de los trabajos arqueológicos parisinos era, en aquellos momentos, Michel Fleury, uno de los más destacados especialistas franceses. Al abrir uno de los sarcófagos se percató de algo inusual, que hacía que su contenido fuera ciertamente especial.
En su interior, junto a los restos de huesos, tejidos y joyas habituales, había algo más, lo que parecía ser un órgano momificado. Efectivamente, se trataba de un pulmón, que se había preservado de una forma que los investigadores no pudieron explicar en el momento.
El personaje sepultado allí se pudo identificar gracias al vestido y las joyas que le acompañaban. En concreto uno de los anillos contenía la inscripción Arnegundis rodeando el monograma central Regine. Se trataba de la reina Arnegonda, esposa del rey merovingio Clotario I, que vivió entre el 515 y el 573 aproximadamente.
Clotario llegó a tener varias esposas al mismo tiempo, por lo que Arnegonda lo compartió, entre otras, con su propia hermana Ingonda que se había casado con el rey anteriormente.
Asimismo será la madre de Chilperico I, que a la muerte de su padre se convirtió en rey de Neustria. Sin embargo Arnegonda no era descendiente de sangre merovingia, lo que hizo inútiles los análisis de ADN realizados en 2006 por Josh Bernstein para comprobar si tenía características orientales, al hilo del revuelo suscitado por el libro El Código Da Vinci de Dan Brown, en el que se afirma que los merovingios descendían de Jesús. Era una princesa germana de Turingia, hija del rey Baderico.
Huesos y pulmón de la reina Arnegonda / foto L. Brossard/Inrap
Los Turingios habían invadido la Galia junto con los hunos, a los que se habían aliado, creando un reino propio. Serían vencidos precisamente por Clotario I en el año 531 y su reino incorporado por los merovingios al de los francos. Más o menos en esa misma fecha se produciría el matrimonio de Arnegonda con Clotario.
Los análisis de sus restos evidenciaron que tenía algún tipo de discapacidad física, pudiendo haber sufrido de poliomielitis muy joven, lo que sustentaría la leyenda de que Clotario la tomó por esposa a instancias de su hermana Ingonda, ya que de otro modo no hubiera encontrado marido.
El misterio de su pulmón momificado suscitó diferentes teorías a lo largo de las últimas décadas. ¿Se había momificado de manera natural o había sido embalsamado a propósito?.
El pasado año un equipo de investigadores dirigido por la bio-antropóloga Raffaella Bianucci, de la Universidad de Turín, dió con la solución, en la que juega un papel importante un cinturón de cobre hallado junto con los restos.
Los análisis revelaron inusuales concentraciones de iones de cobre en la superficie del tejido pulmonar, y de óxido de cobre así como pequeñas cantidades de ácido benzoico (hoy utilizado en conservas de productos enlatados) y compuestos similares en el interior del órgano.
Estas substancias son de origen natural y muy similares a las encontradas en algunas momias egipcias. Lo cual, según los investigadores, reafirma la teoría de que Arnegonda fue sometida a una inyección oral de fluidos con componentes de plantas aromáticas o especias.
Dado que Arnegonda llevaba en la cintura el mencionado cinturón, el óxido de cobre hallado en los pulmones procedería del mismo. Y las propiedades conservantes del cobre unidas al tratamiento con especias serían lo que habrían permitido la momificación del pulmón, ya que fue allí donde se acumuló el líquido. Por eso es el único órgano que se conservó.
Se sabe que los merovingios embalsamaban a sus monarcas siguiendo un procedimiento que habían aprendido de los romanos, quienes a su vez lo habían obtenido de los egipcios. Según Bianucci, está claro que la momificación merovingia era un proceso mucho menos sofisticado, basado principalmente en el uso de aceites, especias y plantas aromáticas como el tomillo, la mirra o el aloe.
La reina Arnegonda es así, uno de los pocos personajes medievales de los que tenemos documentación histórica a través de la fuentes, restos físicos y objetos.
La damnatio memoriae es esa costumbre romana de condenar la memoria de un personaje eliminando todo aquello que pudiera recordarlo, desde retratos a inscripciones pasando por proscripción de su nombre en documentos.
Se cebó especialmente en uno de los emperadores romanos más efímeros que tuvo el Imperio: Macrino. Sucesor de Caracalla y predecesor de Heliogábalo, fue el primer máximo mandatario no procedente de la clase senatorial.
Su caída tras poco más de dos años en el poder, durante los cuales no llegó a pisar Roma ni una vez, fue seguida de la supresión de referencias a él y su hijo en la documentación oficial, así como de la destrucción sistemática de sus imágenes en estatuas y monedas, de ahí que hoy sea difícil encontrar alguna representación suya íntegra.
Marcus Opellius Macrinus nació en el año 165 d.C. No era itálico de origen sino bereber, natural de Cesarea, ciudad de la Mauritania Cesariense (lo que hoy es Cherchel, un puerto argelino), y procedía de la ordo equester (clase ecuestre, caballeros), lo que le permitió una buena educación para dedicarse a las leyes y formar parte de la burocracia estatal de Septimio Severo. Más tarde, Caracalla le nombró prefecto de su guardia pretoriana.
Dion Casio cuenta que un augur le profetizó que sustituiría al emperador; es imposible saber qué hay de cierto y si ello tuvo que ver con su decisión, pero como la noticia llegó a Roma, en la primavera del año 217 y temiendo que aquello se interpretase como un acto de traición, Macrino se atrevió a adelantarse y organizó un complot contra Caracalla.
Durante la inacabable campaña contra los partos ordenó su asesinato y tres días después se cumplió la predicción: el mauritano ascendía al trono apoyado por el ejército y sin que el Senado se opusiera porque, al fin y al cabo, estaba harto del fallecido emperador.
Adoptando el nombre de Severo para legitimarse dinásticamente, añadió el de Antonio a su hijo Diadumeniano (que sólo tenía ocho años) para entroncarlo también con la dinastía anterior.
Aún así, y pese a la popularidad inicial que despertó entre las tropas, los senadores le despreciaban por su baja cuna y porque nombró a otros sin apellidos ilustres para puestos de responsabilidad.
Pero no era algo que, de momento, preocupara al nuevo césar. Lo verdaderamente perentorio era resolver los apuros económicos de las arcas del estado, que su predecesor había dejado vacías a costa de sufragar sus campañas militares y pagar más que generosamente a los soldados.
Para solucionarlo, Macrino aprovechó que seguía en Antioquía para negociar el fin de las hostilidades con los partos a cambio de una cuantiosa indemnización a su rey Artabano V. Era algo necesario porque otros enemigos acechaban en Dacia y Armenia; pero aunque el nuevo emperador demostró habilidad para apaciguarlos, la paz a precio de oro exigía encontrar fondos en algún sitio.
Para ello incrementó la pureza y el peso del denario de plata y retomó la política fiscal de Septimio Severo. Pero no fue suficiente y lo único que halló realmente útil fue reducir los disparatados sueldos que Caracalla había concedido a los legionarios.
Evidentemente, eso le hizo perder su apoyo, que era el único con que en realidad contaba ante el Senado, y empezaron las conspiraciones en su contra. La primera la encabezó Julia Domna, esposa de Septimio Severo y madre de Caracalla, quien fue descubierta y recluida, aunque al estar gravemente enferma optó por suicidarse.
Efectos de la damnatio memoriae sobre un posible busto de Macrino/Foto: Harvard T Museums
El relevo lo tómó su hermana, la enérgica Julia Maesa, a quien el destierro en Emesa (su ciudad natal, la actual Homs siria) decretado por Macrino no hizo sino ayudarla a desarrollar sus planes con mayor comodidad.
Su familia estaba vinculada al sacerdocio del culto a El-Gabal, la versión local del Sol Invicto, y su hijo Basiano, de catorce años, fue nombrado sacerdote; ello le confirió un aura de respetabilidad que su madre reforzó divulgando la leyenda recurrente de que su verdadero padre había sido Caracalla.
Los militares de la III Legio Gallica, acantonada en esa tierra, se entusiasmaron con la historia a pesar de su improbabilidad (Caracalla tendría once años al engendrarle) y proclamaron emperador a Basiano, rebautizándolo con el nombre de Marco Aurelio Antonino.
La reacción de Macrino fue asociar al trono a Diadumeniano como augusto y enviar un ejército a reprimir la rebelión. Pero las tropas enviadas no sólo resultaron incapaces de romper las defensas contrarias sino que fueron convencidas de que Basiano era realmente del linaje de los Severos y se cambiaron de bando.
El contraataque le obligó a huir de Antioquía; a pesar de que se había afeitado la barba y la cabeza para pasar desapercibido, le reconocieron a su paso por Calcedonia, desde donde pretendía cruzar el Bósforo con la idea de llegar a Roma y pedir -quizá ingenuamente- ayuda al Senado.
Acabó capturado, al igual que Diadumeniano también cayó en manos del adversario en la ciudad parta de Zeugma, mientras intentaba ponerse bajo la protección de Artabano V; padre e hijo corrieron la misma suerte ese verano de 218, siendo ejecutados y enviadas sus cabezas al nuevo emperador, que había asumido como nombre complementario aquel con el que pasaría a la Historia, Heliogábalo… y que tendría el mismo final cuatro años después, continuando el sanguinario ciclo de sucesiones: si las legiones habían derribado a un emperador elegido por los pretorianos, a la siguiente ocasión sería al revés.
Cada día generamos en las redes sociales montones de datos, información, fotografías, videos, estados, intereses, que se van acumulando en nuestros perfiles de Facebook y Twitter.
El conjunto bien podría entenderse como un reflejo de nuestra visión del mundo, pero también de la manera en que nos relacionamos entre nosotros y con lo que nos rodea.
Todos esos datos trasladados a un formato digital forman una secuencia, o una serie de secuencias numéricas, que no son aleatorias porque están determinadas por nuestra experiencia de la vida, tal y como la plasmamos en la red.
De esa secuencia numérica al arte hay solo un paso, el que resulta de trasladarla a un pentagrama, dando lugar a algo íntimamente relacionado con nosotros pero al mismo tiempo interpretable a través del arte: una canción.
Eso es lo que propone la nueva campaña del Sabadell llamada Acordes, la posibilidad de jugar y experimentar con esos datos para crear una canción única (o las que tu quieras) y personalizada a partir de nuestro perfil de Facebook o de Twitter.
Un algoritmo se encarga de generar las piezas, cuya intensidad y tono variará dependiendo de lo que hayamos publicado:
Puede que tu música sea intensa si has tenido un día activo, veas un sol radiante en un día despejado o pase un banco de peces si te encuentras frente al mar
Los parámetros que tiene en cuenta el algoritmo incluyen la situación geográfica (es necesario permitir la localización en el navegador para que funcione), el clima, el momento del día o el comportamiento del usuario.
Para crear las canciones (que se pueden guardar en la propia aplicación web) hay que acceder a acompañarte.com/acordes y conectar el perfil de la red social deseada. Por defecto los resultados no se comparten en la red social, aunque si hay la opción de hacer las canciones generadas públicas.
También se puede ver si algún amigo ha creado la suya (en caso de que la haya hecho pública), y volver sobre los temas en cualquier momento.
La reproducción se acompaña con un visualizador al estilo del de iTunes, en el que ondas y particulas van tejiendo su particular danza al ritmo de la música, todo ello único y resultado de lo generado por el algoritmo.
Tres piezas de madera talladas, que representan las costas de Groenlandia, son los únicos ejemplos que se conservan de cartografía táctil creadas por los inuit entre los siglos XVI y XIX.
Posiblemente este tipo de mapas comenzaron a usarse por las comunidades inuit en siglos anteriores, pero los historiadores solo han podido seguirles la pista hasta el XVI.
Su gran ventaja es que permitían ser consultados en condiciones de oscuridad o poca luz, algo que en latitudes como la groenlandesa se prolonga durante varios meses al año.
Las tres piezas son conocidas como los mapas de madera de Ammassalik, una región del sureste de Groenlandia, donde estos mapas tridimensionales fueron obtenidos entre 1883 y 1885 por el explorador danés Gustav Holm.
Holm ya había estado en Groenlandia nueve años antes, en 1876, formando parte de la expedición del geólogo Knud Steenstrup que recogió importantes muestras de plantas fósiles del Mioceno en el sur de la isla.
En 1883 regresó para explorar la costa sureste, ahora ya como director de la Expedición Umiak, llamada así porque emplearon un tipo de embarcaciones tradicionales de los inuit para el transporte denominadas umiak (barcos de mujeres), por oposición a kayak (barcos de hombres).
La región, a la que dió el nombre de Tierra del Rey Cristián IX, el soberano danés en aquel momento, está plagada de fiordos y pequeñas islas, entre ellas la de Ammassalik donde hoy se asienta la mayor población de la costa este groenlandesa, Tasiilaq.
Holm encontró, a lo largo de los dos años que duró la expedición, once comunidades inuit desconocidas hasta la fecha que sumaban 431 habitantes, así como cinco grandes fiordos, entre otros descubrimientos menores. Todo ello le valió el reconocimiento de varias sociedades geográficas europeas así como la Orden del Mérito en su país. En 1889 publicaría dos libros dando cuenta de todo ello, y posteriormente otro sobre los pueblos inuit de la zona: The Ammassalik Eskimo.
Pero quizá los objetos más sorprendentes que Holm llevó a Dinamarca son los tres mapas tridimensionales que representan partes de la costa groenlandesa en torno a las coordenadas 66ºN 36ºW.
Se los vendió un inuit de Umivik, llamado Kunit, que los había tallado personalmente. Umivik era una de esas comunidades que hasta el momento nunca habían tenido contacto con occidentales. Estaba situada en la costa oeste de la isla de Apusiaajik y formada por apenas 19 personas en el momento del encuentro con los daneses. Hoy tanto el asentamiento, en ruinas, como toda la isla están completamente deshabitados.
Los mapas representan la costa entre Sermiligaaq y Kangerdlugsuatsiak, y la península entre la primera y Kangertivartikajik, como una línea contínua a ambos lados de la pieza. Para permitir la consulta táctil en la oscuridad los contornos están exagerados, de modo que el navegante podía ir palpándolos a ciegas con los dedos para reconocer la forma de la costa . Normalmente los llevaban guardados bajo la ropa, por el frío y para evitar su pérdida, aunque al ser de madera flotaban y eran fácilmente recuperables.
A su regreso a Dinamarca Holm donó las piezas al Museo Nacional de Copenhague, desde donde se enviaron copias al Museo Etnográfico del Trocadero en París. En algún momento de finales de la década de 1960 los originales fueron transferidos al Museo Nacional de Groenlandia en la capital Nuuk, recién inaugurado.
No existe ningún otro ejemplo conocido de cartografía inuit en madera, salvo un ejemplar conservado en el museo de la Universidad de Michigan, que según afirman David Woodward y Malcolm Lewis en su estudio sobre historia de la cartografía, se trata de una copia de uno de los trabajos del propio Kunit.
A pesar de lo abstracto de estas representaciones cartográficas inuit, un artículo publicado en abril de 1990 en la revista Geography Review titulado A Cultural Interpretation of Inuit Map Accuracy cita varios exploradores europeos que se sorprendieron de su exactitud y precisión, así como de la habilidad de los inuit para representar rasgos sutiles incluso en los más desconocidos paisajes.
Cada año, el primer domingo que hay después del 12 de marzo, la noche se vuelve aún más silenciosa de lo normal en la ciudad de Ámsterdam.
Y no lo parecería a primera vista, ya que algunas de sus calles quedan abarrotadas de gente hasta las cuatro de la madrugada, pero es que esa masa mantiene un riguroso silencio pese a congregar a miles de personas. Claro que la religión está de por medio y eso le confiere un carácter especial a la reunión; se trata de la Stille Omgang o Procesión Silenciosa.
El origen del evento se remonta unos cuantos siglos atrás y originalmente no era mudo. Esa característica se incorporó en 1578, después de que las autoridades municipales, que eran calvinistas, prohibieran a los participantes, católicos, celebrar su procesión anual y les cerraran la capilla donde oficiaban su culto.
La Nieuwezijds Kapel, que tal era su nombre, ya no existe porque a causa de su estado ruinoso fue demolida en 1909 haciendo caso omiso a las protestas católicas y sustituida por otra moderna situada en la plaza Begijnghof.
No obstante, se conservan algunos restos de la anterior repartidos por varios rincones urbanos, como la estación de Metro Rokin, por ejemplo.
Ésta estación es precisamente el punto de llegada de la procesión actual, que en 1881, cuando recibió de nuevo el permiso para su celebración, recurrió al truco del silencio para evitar problemas: simplemente eran -son- un montón de individuos velas en mano que caminaban rezando para sí, sin cánticos ni la parafernalia al uso en ese tipo de actos.
Y es que, si bien los Países Bajos habían decretado la libertad de culto en 1795, las manifestaciones religiosas públicas continuaron postergadas hasta 1848. Luego, como decíamos, en el citado año de 1881 algunos católicos liderados por un grupo de ciudadanos amigos (curiosamente de mayoría laica) como José Lousbergh o Carel Elsenburg recuperaron la tradición.
Las cosas han cambiado hoy en día y se ha llegado a un acuerdo con los bares y cervecerías que hay en la ruta oficial para que cierren esa noche y poder mantener así el silencio; en 2006, fecha del 125º aniversario, incluso se retransmitió por televisión.
El recorrido, por el casco viejo y realizable aproximadamente en una hora, parte de la plaza de Spui y, pasando por las calles Kalverstraat, Nieuwendijk, Warmoesstraat y Nes, finaliza en Rokin para luego hacer el camino inverso.
Lo más interesante de todo esto es la razón por la que toda esa gente, coordinada por la Cofradía del Silencio, sale a procesionar una vez al año en primavera.
Y para saberlo hay que viajar aún más atrás en el tiempo, esta vez a la Baja Edad Media. Concretamente hasta el 15 de marzo de 1345, fecha en la que se produjo, según la tradición, el famoso Milagro Eucarístico de Ámsterdam; un suceso que le trajo a la ciudad popularidad en el mundo cristiano y, consecuentemente, impulsó su economía vía comercial, como solía ocurrir en estos casos.
Hay varias fuentes de la época que lo cuentan con ligeras variantes, pero hay cierto consenso general sobre los hechos básicos.
Se cuenta que un moribundo que agonizaba en su casa de la calle Kalverstraat recibió la extrema unción y comulgó por última vez en su lecho pero, estando tan enfermo, vomitó lo ingerido.
La sirvienta lo recogió todo y lo echo al fuego de la chimenea; al día siguiente, cuando se disponía a encenderla de nuevo, se encontró la hostia flotando entre las llamas sin quemarse.
Impresionada, la recogió y llamó a un sacerdote, quien la guardó en un pequeño cofre y la llevó a la iglesia de San Nicolás (que aún está ahí, la actual Oude Kerk).
Sin embargo, una jornada después la sagrada forma reapareció en la casa de Kalverstraat y aunque se la volvió a trasladar, de nuevo retornó a aquel hogar sin que nadie supiera cómo.
Fue entonces cuando el obispo de Utrecht declaró la autenticidad del milagro y lo dio a conocer públicamente, sacando la oblea en una procesión que encabezó él mismo.
La Procesión del Milagro fue institucionalizada como fiesta municipal a celebrar todos los años y la casa donde ocurrieron los hechos (del enfermo protagonista del suceso no hay más referencias) se sacralizó convirtiéndose en una capilla: la anteriormente citada Nieuwezijds Kapel, que pasó a ser el destino de numerosos peregrinos cuya llegada, como decíamos, enriqueció a la ciudad. Dicen que entre ellos figuró nada menos que el emperador Maximiliano de Habsburgo, que hizo el viaje buscando curación para sus achaques y que en agradecimiento concedió a Ámsterdam el derecho a incorporar su corona al escudo oficial.
Lamentablemente, la reliquia sagrada se perdió cuando un ladrón la robó y, al ser descubierto, la arrojó a los canales dentro de su custodia.
Hoy en día los actos no se limitan sólo a la noche del sábado al domingo sino que desde el miércoles hay misas y otros eventos como parte del período de Cuaresma, entre ellos visitas a lugares históricos más o menos relacionados con el tema: es el caso del curioso Amstelkring, un museo habilitado en la buhardilla de un edificio del siglo XVII, ya que, como en otros sitios más, esas partes altas de las casas se usaron para celebrar misas clandestinas cuando se prohibió el culto católico y ahí estuvo -y está todavía- la llamada Ons’ Lieve Heer op Solder (Nuestro Señor en la Buhardilla).
Ahora bien, es ese 12 de marzo el eje central de todo y acuden a participar peregrinos y holandeses en lo que constituye uno de los eventos religiosos más singulares del país.
Desde principios del siglo XVIII y hasta la década de 1960 tanto fabricantes de naipes como jugadores podían dar con sus huesos en la cárcel o algo peor por falsificar un As de Picas.
¿Por qué alguien querría falsificar un naipe? La relación de los naipes con el valor monetario se encuentra ya en sus orígenes en la China del siglo XII, donde se jugaba con cartas cuya tipología había evolucionado a partir del papel moneda. Y más recientemente tenemos un ejemplo de su uso como dinero en Alemania en 1922.
A Europa llegaron desde Oriente en el siglo XIV, bien introducidos por los árabes, bien por los cruzados a su regreso al continente. Lo que sí esta claro es que la baraja europea más antigua es la española, con sus palos (oros, copas, espadas y bastos) que se adaptaron de los musulmanes (monedas, copas, cimitarras y bastones). Desde la península se extendieron por el resto de países, primero a Francia e Italia, y después al resto, cruzando a las Islas Británicas probablemente a comienzos del siglo XV.
No obstante parece que la baraja alemana precedió a la francesa, siendo de esta última de la que derivará la inglesa, con el cambio de los nombres de las figuras e incluso la sustitución del número en el As por una A, dándole su nombre actual quizá derivado de las primitivas monedas romanas del mismo nombre.
Cuando el juego se popularizó en Inglaterra las autoridades fueron bastante más permisivas que en el resto del continente, donde las prohibiciones se habían sucedido desde la primera, documentada en Barcelona en 1310.
Ases de Picas ingleses de 1801 y 1862 / foto Peter Endebrock
En su lugar vieron en los naipes una oportunidad para recaudar fondos adicionales para costear guerras y aventuras militares, y así el rey Jacobo I estableció que los fabricantes debían pagar un impuesto por cada baraja producida.
Según la documentación la primera imposición de esta tasa data de 1588, con sucesivos incrementos de valor en 1628 y 1711. En un principio serían solo los fabricantes quienes debían abonarla, pero luego se estableció una doble imposición, que obligaba también al comprador a pagar un valor añadido.
Para controlar que una baraja había pagado el impuesto se ponía un sello especial en uno de los naipes. Hasta 1718 se colocaba indiferentemente en cualquiera de los que formaban el mazo. Pero a partir de ese año se estableció que debía sellarse la primera carta de la baraja, el As de Picas.
En 1765 las autoridades endurecieron aun más esta política, creando un diseño especial para el As de Picas que incluía la validación de pago de tasa. El diseño fue creado por la propia casa de la moneda británica, y era obligatorio en todas las barajas, de modo que ningún fabricante podía modificarlo, ni siquiera crear su propio diseño.
A la izquierda As auténtico de 1765, a la derecha As falsificado de 1800 / foto Paul Bostock
Pero llegó un momento en que la tasa del impuesto, que al principio era de seis peniques, multiplicaba por doce el valor de fabricación de las barajas más baratas. Para evitar pagar esa desorbitada cantidad, tanto fabricantes como jugadores empezaron a falsificar ases de picas. Algo a lo que el gobierno respondió tipificando la falsificación como delito capital.
Según una nota de la revista Sporting Magazine en 1805, cuando el gobierno inglés descubrió que los ases estaban siendo falsificados llevó a cabo una investigación, descubriendo con horror que los ases falsos se vendían en paquetes de a docena en las calles, e incluso un individuo fue detenido con cien docenas preparadas para la venta. La misma nota menciona que las redadas llevaron a la cárcel a numerosos camellos de naipes.
Ese año, cuando el impuesto alcanzaba ya los dos chelines y seis peniques, y con el objetivo de combatir el fraude, se redujo a tan solo un chelín (equivalente a 12 peniques), complicando al mismo tiempo el diseño del as. Para evitar engaños se estableció que todos los ases de picas así como los envoltorios de las barajas serían estampados por un único fabricante, Perkins Bacon, en nombre del gobierno.
De modo que los fabricantes de barajas debían enviar a la oficina gubernamental de Timbre las cartas de los ases en blanco, donde se imprimían usando planchas metálicas. Luego el fabricante debía comprar en dicha oficina los ases de picas para incluirlos en las barajas que comercializaba.
Solo se sabe de un único falsificador que fue condenado a morir en la horca. El fabricante de naipes Richard Harding producía sus propios ases falsos, vendiendo después las barajas al mismo precio que si hubiera pagado la tasa, con lo que sus beneficios aumentaban considerablemente. El problema era que para la impresión utilizaba planchas de madera, incapaces de conseguir el mismo nivel de detalle que las metálicas. De hecho si se comparaban los ases auténticos con los suyos parece que la diferencia era más que evidente.
Las sospechas surgieron al ver que su negocio florecia, pero apenas compraba ases oficiales. El jefe impresor de la Oficina de Timbre se personó en una de sus dos tiendas y compró varias barajas, descubriendo así que los ases eran falsos. Un registro posterior en su casa y propiedades encontró más de 2.000 ases, fabricados por familiares y cómplices. Las evidencias le llevaron al cadalso y fue ahorcado el 13 de noviembre de 1805, a pesar de las peticiones de la prensa de la época para que se le conmutase la sentencia.
En 1862 la tarifa se redujo a tres peniques y los fabricantes pudieron ya producir sus propios diseños para el as, pero habría que esperar otros cien años hasta 1960 para que la tasa fuera finalmente abolida. De ahí la costumbre actual de decorar profusamente el as de picas, tanto en la baraja inglesa como en la norteamericana.
En cuanto a la pena capital para los falsificadores, se abolió 27 años después de la muerte de Harding, en 1832. Hoy en día se conservan numerosos ases de picas falsificados en museos y colecciones privadas.
En Francia también existió una tasa similar, quizá más abusiva porque se gravaba por cada carta de la baraja. Las penas para los falsificadores eran, dentro de lo que cabe, menos severas, ya que consistían en ser enviados a galeras durante un máximo de cinco años y después debían cumplir un período de destierro no menor a un año.
Según cuenta Gurney Benham en su libro sobre la historia de la baraja, en 1746 un hombre llamado Lacour y su esposa fueron encontrados culpables en París de falsificar barajas. Lacour fue enviado a galeras durante tres años y tuvo que pagar una multa de 10 libras. Pero quien se llevó lo peor fue su esposa, a quien se azotó desnuda como castigo en los más concurridos lugares y plazas de la ciudad y luego fue desterrada durante tres años.
A pesar de que las mujeres también liaban el petate y se lanzaban a recorrer tierras desconocidas, nunca tuvieron la misma consideración de sus homólogos varones.
Quien más quien menos, todos conocemos los nombres de algunos de los más famosos exploradores, como Burton, Speke, Grant, Páez, Cabeza de Vaca, Marco Polo, Livingstone, Stanley o Caillé, entre otros muchos, pero si pedimos citar féminas seguro que ya no saldrían tantas, y eso que aquí hemos reseñado ya unas cuantas en artículos anteriores.
Por eso en 1925 fue noticia que un grupo de viajeras empedernidas había fundado la Society of Woman Geographers o Sociedad de Mujeres Geógrafas.
Fueron cuatro amigas las que organizaron aquella inédita entidad: Gertrude Emerson Sen, Marguerite Harrison, Blair Niles y Gertrude Mathews Shelby, todas ellas destacadas por sus trabajos de investigación en campos más o menos afines o relacionados de alguna manera por el denominador común de la aventura, caso de la geografía, la antropología, la historia, el deporte, el periodismo, la literatura e incluso el espionaje.
El quid del asunto no estaba sólo en que se tratara de mujeres con vidas un tanto atípicas sino también en el hecho de que la mayor parte de las organizaciones profesionales y clubs privados del momento vetaban el acceso al sexo femenino, por lo que la Society of Woman Geographers abrió sus listas precisamente a mujeres que hubieran realizado un “trabajo distintivo”publicado en revistas especializadas o libros.
Las fundadoras y otras compañeras de la sociedad en 1932/Foto: SWG
El planteamiento lo resumió perfectamente Harriet Chalmers Adams, que fue la primera en presidir la sociedad en 1925: “Me pregunto por qué los hombres han monopolizado absolutamente el campo de la exploración. ¿Por qué las mujeres nunca fueron al Ártico, trataron de ir de polo a polo o invadir África, el Tíbet o las tierras salvajes desconocidas? Nunca he encontrado mi sexo un impedimento; nunca he enfrentado una dificultad en la cual una mujer, como un hombre, no estuviera en la capacidad de superar; nunca sentí temor al peligro; nunca me faltó el coraje para protegerme a mí misma. He estado en lugares estrechos y he visto cosas difíciles”.
Como vemos, ella misma caía en el error -fruto quizá del silenciamiento clásico o desconocimiento general sobre el tema- de pensar que las mujeres habían permanecido históricamente ajenas a ese modo de vida. Acaso porque era estadounidense e ignoraba los casos de Florence Baker y Mary Kinsgley, o que su propia compatriota May French Sheldon fue una de las exploradoras más renombradas.
La californiana Harriet (1875-1937) había recorrido Sudamérica Asia y Oceanía -a veces acompañada de su marido- haciendo reportajes para National Geographic y también fue corresponsal de la revista Harper durante la Primera Guerra Mundial.
Presidió la Society of Woman Geographers hasta 1933, período durante el cual se concedió la medalla de honor a la aviadora norteamericana Amelia Earhart, que desaparecería misteriosamente cuando sobrevolaba el océano Pacífico precisamente el mismo año en que falleció Harriet.
Respecto a las fundadoras propiamente dichas, Gertrude Emerson (1890-1982) era de ilustre familia, nieta de Samuel D. Ingham, quien había estado al frente de la Secretaría del Tesoro durante el mandato del presidente Andrew Jackson, y hermana del famoso entomólogo Alfred Emerson.
Ella fue profesora de inglés en Japón pero regresó a su país para hacerse editora de Asia, una revista temática dedicada al continente homónimo que fue muy popular en los años veinte y treinta, y con la que colaborarían importantes firmas femeninas como la escritora Pearl S. Buck (Nóbel de Literatura en 1938).
Gertrude se hizo un hueco como exploradora protagonizando en 1920 una vuelta al mundo en la que vivió mil peripecias. Más tarde se casó con el dr. Basishwar Sen, un célebre científico indio que había sido alumno del erudito Jagadis Chandra Bose (biólogo, biofísico, botánico, arqueólogo y escritor), y se estableció junto a él en la India, aunque siguió publicando libros.
En la fundación de la sociedad, Gertrude tuvo a su lado a Mary Blair Niles (1880-1959), una novelista de EEUU que vivió entre los indigenas de México, Sudamérica y sudeste asiático publicando sus experiencias en varias obras en las que retrataba esas culturas primitivas desde un punto de vista antropológico y etnográfico.
Sin embargo, su libro más vendido fue Condemned to Devil’s Island (Condenado en la Isla del Diablo), en el que narraba la vida de un prisionero de la famosa isla-prisión francesa al que había conocido durante una visita al lugar en 1926.
Marguerite Elton Baker (1879–1967), hija de un magnate del transporte, fue enviada a Italia por su fría madre para alejarla de un novio de clase baja abriéndole así la puerta a una nueva vida ambulante. Esos primeros viajes le vinieron bien para aprender múltiples idiomas y afrontar así el desamparo económico en que quedó cuando murió su marido (a pesar de todo se había casado con un joven pobre del que tomó el apellido con que se la conoce, Harrison).
Al igual que Harriet, fue corresponsal de prensa durante la Primera Guerra Mundial para The Baltimore Sun, compatibilizando esa labor con la de espía en la posguerra, en Rusia; los bolcheviques la descubrieron y pasó diez meses en la Lubianka, donde contrajo la tuberculosis.
Luego la arrestaron también en China pero esa rocambolesca odisea le sirvió para publicar varios emocionantes libros que la pusieron en contacto con las otras fundadoras de la Society of Women Geographers.
Por último, Gertrude Matthews Shelby (1881-1936), otra eminente descendiente de una ilustre familia de Kentucky, se casó con el periodista y escritor John L. Mathews dispuesta a llevar con él una vida nómada sobre una casa flotante con la que navegaban por los ríos del país, describiendo su experiencia en varios artículos de prensa.
Después se fueron a Surinam y la Guayana para continuar por otros rincones del mundo, siempre trasladando lo que vivían al papel. Un ataque al corazón puso fin a su carrera prematuramente, pero había tenido tiempo de unirse a las fundadoras de la sociedad de que hablamos, aunque con ciertas reticencias porque, como dijo, “no quería probar que era mejor que un hombre” sino simplemente “contribuir al conocimiento de la humanidad”.
Otras célebres mujeres irían engrosando con el tiempo la lista de la Society of Woman Geographers: por ejemplo, la historiadora Mary Beard, la antropóloga Margaret Mead (a la que además se entregó la Medalla de Oro en 1942), las escritoras Fannie Hurst y Grace Gallatin Seton Thompson, la escaladora Annie Smith Peck e incluso Eleanor Roosevelt.
Hoy en día tiene medio millar de miembros de los campos del saber más variados (aparte de los citados anteriormente, oceanografía, diplomacia, arqueología, etc) repartidos por sus diversas sedes locales en treinta y dos países, estando la central en Washington D.C.
Los orígenes de la esclavitud negra en América no son fáciles de determinar, al contrario que en los territorios españoles, donde se cuenta con el testimonio de cronistas y escribanos para al menos hacerse una idea.
En la parte norte del continente la cuestión resulta más oscura dado el carácter precario y efímero que tuvieron las colonias británicas durante mucho tiempo.
Es una sentencia judicial la que nos desvela que el primer esclavo conocido, es decir, documentado como tal, se llamaba John Punch; vivió en Virginia y fue condenado a esa condición en 1640, aunque el dato que le ha hecho más famoso es el ser un antepasado del expresidente de EEUU Barack Obama.
Los análisis de ADN practicados a los presuntos descendientes de Punch indican que probablemente era originario de la costa atlántica centroafricana (en un arco que abarcaría desde Costa de Marfil a Gabón pasando por Camerún, cazadero de esclavos tradicional), pero no hay datos de cómo llegó al nuevo mundo, como tampoco los hay sobre su estatus; es decir, no sabemos si antes era esclavo o sólo un sirviente.
En 1619 ya había negros en Jamestown pero se ignora si en régimen de esclavitud o libertad, ya que en el mundo anglosajón de entonces el límite no estaba bien definido.
Quizá había de ambas cosas, aunque algunos historiadores opinan que no se puede hablar con seguridad de esclavos en Virginia antes de mediados del siglo XVII y que, en efecto, hasta entonces los negros eran sirvientes con contrato.
El comercio de esclavos hacia las colonas británicas americanas (1641-1690)/Imagen: Oxford University Press
Lo que sí es seguro es que John Punch trabajaba para un hacendado llamado Hugh Gwyn, un terrateniente que además era juez y político local. En 1640 Punch se fugó a Maryland acompañado de dos blancos, el holandés Viktor y el escocés James Gregory.
Los tres fueron capturados y devueltos a Jamestown, donde se les sometió a un proceso que les sentenció de forma desigual: aunque todos recibieron treinta latigazos, los dos blancos fueron condenados a cuatro años de trabajos forzados para su antiguo dueño a añadir a lo que tuvieran antes por contrato, mientras que para Punch la pena fue de por vida, lo que significaba la esclavitud de facto.
La sentencia no se refiere a ellos previamente como esclavos sino como servants, una figura que estaba a medio camino y podríamos definir, simplificándola, como equivalente a un esclavo temporal. Por tanto, Viktor, Gregory y Punch serían servants y si bien los dos primeros continuaron adscritos a tal condición, el tercero cambió de régimen para pasar a ser esclavo propiamente dicho.
El componente racista del asunto es evidente y además implica otro religioso, ya que en teoría no se podía esclavizar a un cristiano (para evitar roces diplomáticos con los prisioneros de otros países), lo que presupone que a Punch no se le consideró bautizado.
Lo importante, como decíamos antes, es que John Punch se convirtió en el primer esclavo documentado como tal en América del Norte y encima basado en la diferencia racial, lo que abriría la puerta al asentamiento de la institución con africanos, imitando a otros sitios de América, a partir de 1661.
El otro gran punto de interés de aquel desgraciado fue su papel como ancestro de Barack Obama. Al parecer, Punch se casó con una mujer blanca; en aquella época aún no estaba mal visto y además probablemente también ella era sirvienta.
El caso es que en 1637 tuvieron un hijo al que llamaron como su padre y que es realmente el antepasado citado, pues los historiadores no están seguros de que el nuevo John fuera vástago del otro ¿Por qué? Porque en el registro se le inscribió como John Bunch I, con B; pudo haber sido un simple error de transcripción pero no se sabe, aunque lo cierto es que el apellido Punch era bastante raro -el único conocido entre el centenar de africanos de Jamestown de la primera mitad del siglo XVII- y parece demasiada casualidad.
En 1662 las autoridades coloniales promulgaron la doctrina legal denominada Partus sequitur ventrem, basada en un principio del código civil romano, por la cual los hijos de madres esclavas nacían también siendo esclavos, independientemente de que sus padres fueran libres o no, negros o blancos, europeos o británicos, invalidando así el derecho común vigente en la metrópoli por el que era el estatus social del padre el que determinaba el del hijo.
O sea, pasaba a ser el estatus de la madre el que se tenía en cuenta. El Partus sequitur ventrem siguió aplicándose cuando las colonias se independizaron, de manera que los estudios sobre los orígenes de la esclavitud en EEUU revelan que la mayoría de las familias negras libres descendían de matrimonios mixtos en los que la madre era libre y por tanto sus hijos también, aunque el padre podía serlo o no.
Así, los descendientes de los Bunch fueron libres; más aún, se convirtieron en propietarios acomodados y en algunas de las ramas familiares la sangre negra terminó diluyéndose en blanca, tras varias generaciones de mezclas. Cuando a principios del siglo XVIII se prohibieron los enlaces mixtos se puso de manifiesto el problema de los mulatos y del porcentaje de sangre de cada raza exigible para autorizarlos.
Es entonces cuando vuelve a aparecer un Bunch en una sentencia judicial porque en septiembre de 1705 John Bunch III solicitó lo que se llamaba ban of marriage, es decir, una licencia de matrimonio sin impedimentos legales, para casarse con Sarah Slayden; la razón de su petición es que ella era blanca.
La causa llegó al Tribunal General de Virginia y pese a que no se sabe cuál fue su decisión, sí se llevó a cabo una ampliación del concepto de mulato como “niño, nieto, o bisnieto de un negro o nativo americano”. La nueva norma hizo que a principios del siglo XIX se considerase legalmente blanca a una persona mulata que tuviera menos de un octavo de ascendiente negro (un bisabuelo), si bien la mayoría de los mulatos solían agruparse por zonas estableciendo sus propias comunidades.
Curiosamente, con el tiempo no mejoró su situación sino que empeoró, ya que en una fecha tan cercana como 1924 Virginia promulgó su Racial Integrity Act, una ley que enmendaba a la anterior y consideraba coloured a cualquier persona que tuviera ascendencia de raza negra, al margen del porcentaje y de la generación a que se remontase; fue lo que se llamó one-drop rule (la ley de una gota).
El texto, que preveía un apartado promoviendo la esterilización eugenésica de “locos, idiotas, imbéciles o epilépticos”, estaba pensado para poner fin a los matrimonios mixtos, incluyendo los que ya existieran, y no fue abolido hasta 1967.
Racial Integrity Act publicada en el Virginia Health Bulletin/Imagen: Education Center
Se le concediera o no el ban of marriage a John Bunch III, el caso es que luego tuvo un hijo con otra mujer llamada Rebecca y a través de nuevos enlaces interraciales esa rama familiar fue finalmente aceptada como blanca en 1720.
Algunos de sus miembros emigraron a Carolina del Norte y se casaron con gente de origen europeo diluyendo aún más su sangre; en ese proceso a veces se les cambió el apellido por Bunche. Otros se establecieron en Carolina del Sur y uno de sus descendientes, Ralph Bunche, llegó a ser Nóbel de la Paz como diplomático mediador en los conflictos de Oriente Próximo representando a la ONU.
Pero otro grupo se marchó a Tennesse y después a Kansas; entre ellos estaba una mujer cuya hija, Stanley Ann Dunham, ya sin rasgos negros como se aprecia en la foto, se casó con un universitario keniata becado en EEUU, y se convirtió en la madre de un niño que haría historia: Barack Obama. Lo que, combinado con los citados análisis genéticos, indica que el expresidente es descendiente de décimo primera generación de aquel infortunado John Punch. De un personaje trascendental a otro.
En el año 2006 se estrenó una curiosa película titulada La caja Kovak. Era una coproducción hispano-británica dirigida por Daniel Monzón cuyo argumento tiene, a priori, un tono fantástico:
Un escritor de relatos de ciencia ficción que llega a Mallorca para dar una conferencia se ve envuelto en una enigmática oleada de suicidios, fruto de un experimento de control mental por parte de un personaje que quiere que el literato escriba una novela con esa trama.
Los suicidios son inducidos por un microchip implantado que se activa al escuchar la canción Gloomy Sunday y eso es lo que nos interesa en este artículo, ya que realmente esa obra carga con la leyenda de provocar el deseo irrefrenable de matarse.
Seguramente más de uno se habrá sorprendido al leer esto, puesto que Gloomy Sunday lleva décadas sonando y ha sido versioneada por un sinfín de artistas, entre ellos algunos de la categoría de Sara Vaughan, Ray Charles, Elvis Costello, Serge Gainsbourg, Marc Almond, Marianne Faithfull, Sinead O’Connor, Ricky Nelson, Björk, Sarah Brightman o Portishead, por ejemplo, si bien quien la popularizó realmente fue Billie Holiday en 1941.
De hecho, la canción ha sonado también en otras películas, como La lista de Schindler o El funeral, y tampoco podía faltar una referencia en un episodio de la serie televisiva Por trece razones, acusada de frivolizar con el suicidio. Más aún: en 2013 se estrenó el film La canción del pianista (Gloomy Sunday – Ein Lied von Liebe und Tod), en el que se cuenta la triste historia de su autor, Rezső Seress.
Seress era natural de Budapest (1899). Músico autodidacta, trabajaba de pianista en un bohemio restaurante de la capital húngara, interpretando a menudo sus propias obras.
Gloomy Sunday fue la más importante; llamada originalmente Vége a világnak (El mundo se acaba), la compuso en París en 1933, cuando Hungría empezaba a estar amenazada por la siniestra mano del racismo y la intolerancia nazi, de manera que es una pieza que destila depresión y pesimismo, tal como indica su propio título. No obstante, ese sentimiento sería subconsciente porque la letra alude a la clásica historia de desamor, quizá metafórica, bien es cierto que en un tono algo lúgubre:
“Domingo sombrío con cien flores blancas / Te estaba esperando mi querida con una oración / Un domingo por la mañana, persiguiendo mis sueños / El carruaje de mi pena regresó a mí sin ti / Es desde entonces que mis domingos han estado siempre tristes / Lágrimas mi única bebida, el dolor de mi pan…
Domingo sombrío / Este último domingo, querida, por favor ven a mí / Habrá un sacerdote, un ataúd, un catafalco y una corona,
habrá flores para tí, flores y un ataúd / Bajo los árboles florecientes será mi último viaje / Mis ojos estarán abiertos para poder verte por última vez / No tengas miedo de mis ojos, te estoy bendiciendo incluso en mi muerte… / El último domingo.”
Aunque el ritmo de jazz de la la canción la hizo triunfar en las radios de Europa y EEUU (pese a que el primero en grabarla fue el cantante húngaro Pál Kalmár en 1935), la letra resultaba demasiado amarga y se decidió cambiarla por otra menos desesperada de la que se encargó un compatriota amigo de Serass, el poeta László Jávor, que además la retituló Szomorú Vasárnap (Domingo sombrío).
Incluso así fue proscrita en Hungría y en algunos sitios de América, pero no fue la prohibición lo que hundió a Sarass sino la muerte de su amada combinada con la dificultad de ser judío en aquellos tiempos. De hecho, al igual que sus correligionarios, tuvo que vivir recluido en el gueto de Budapest al negarse a abandonar Hungría aludiendo a una confusa mezcla de orgullo patriótico, deber artístico y creencia en un inexorable destino fatal.
Pasó por campos de concentración en Ucrania pero pudo sobrevivir al Holocausto, aunque su madre no y eso le afectó aún más.
Tras la guerra se llevó una nueva decepción al encontrarse con que, pese a que simpatizaba con el comunismo, éste desconfiaba de él por su éxito entre el público norteamericano.
Así, la existencia postbélica de Seress fue penosa, tocando de bar en bar e incluso haciendo una gira con un circo a cargo de un organillo, recordando los tiempos de juventud en que había trabajado de trapecista hasta que una lesión en la mano le obligo a dejarlo para centrarse sólo en la música.
Incapaz de aguantar más (“Mi corazón y yo hemos decidido poner fin a todo”), en 1968 saltó por una ventana en un fallido intento de suicidio pero a la segunda, en el mismo hospital donde se recuperaba, lo consiguió ahorcándose con un alambre.
Todos estos ingredientes, debidamente combinados y aderezados por el contexto socioeconómico (la Gran Depresión que siguió al Crack de la Bolsa en 1929), hicieron que se atribuyese a Gloomy Sunday la responsabilidad en al menos diecinueve suicidios -incluso en los obituarios de prensa-, aunque suele hablarse de cientos; obviamente, resultaba más morboso achacar los casos a una canción maldita que a la ruina, la miseria y el hambre que asolaron EEUU en aquellos años.
Algo parecido ocurrió en Hungría pero con una motivación extra como era la llegada del nazismo; fue en ese país donde, en 1936, se registró al parecer el primer óbito asociado a la controvertida letra (la víctima, Joseph Keller, dejó escritas algunas estrofas en una carta de despedida).
Obituario del suicidio de Seress en The New York Times/Imagen: Wikipedia
La leyenda y la superstición se impusieron así al raciocinio: que si un suicida había pedido que la pusieran en un bar antes de pegarse un tiro, que si el cantante de la banda escocesa The Associates la había tocado alguna vez años atrás (!) y por eso se mató…
La leyenda fue creciendo como una bola de nieve hasta el punto de que algunas emisoras se negaron a emitir la pieza o, como la BBC, lo hacían solo en versión instrumental (y así siguió ¡hasta 2002!).
Kispipa Vendéglő, el restaurante donde tocaba Rezső Seress, aún existe y en él se puede oir la canción original interpretada por un nuevo pianista bajo un retrato del autor. No hay noticia alguna de que los parroquianos se suiciden en masa al escuchar las actuaciones.
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Las rutas comerciales de la Antigüedad eran mucho más extensas de lo que muchos suelen pensar hoy y además se desarrollaban en múltiples direcciones.
Unas hacia el este, como la de la Seda, que empezó hacia el siglo I a.C; otra, conocida como la del Incienso, atravesaba Oriente Próximo y Medio… La mayoría recorrían el Mediterráneo tejiendo una densa trama mercantil pero no faltaron itinerarios que enlazaban ese mundo meridional con el nórdico subiendo por el océano Atlántico.
Ése fue el camino que realizó un oscuro y casi desconocido cartaginés llamado Himilcón.
Antes de nada aclaremos que no se trata del mismo Himilcón que defendió Lilibea (actual Marsala, en Sicilia) del asedio romano en la Primera Guerra Púnica ni del otro que combatió a ese mismo enemigo a las órdenes de Aníbal en la Segunda, pues ese nombre (en realidad una helenización del púnico Chimilkât, que significa Hijo de la reina) era bastante común en Cartago.
El Himilcón al que nos referimos fue un navegante que vivió en una época bastante anterior, a mediados del siglo V a.C, cuando los cartagineses empezaban a sentar las bases de su posterior conversión en potencia, ya desvinculados de Fenicia y rivalizando con los griegos por hacerse con sus colonias en el Mediterráneo occidental.
Aún se llevaban bien con Roma, con la que firmaron un tratado para repartirse sus respectivas zonas de influencia; por ese acuerdo, Cartago se quedó con el monopolio de esa parte del mar más su extensión al Atlántico.
Ese poder creciente permitió a los navegantes púnicos moverse por la región del Estrecho de Gibraltar gracias al establecimiento de bases en el litoral ibérico y realizar singladuras más allá de las Columnas de Hércules.
El caso más famoso es el de Hannón, otro personaje bastante incierto que, según cuenta Plinio el Viejo en su Historia Natural, dirigió una flota que exploró y colonizó varios puntos de la costa oeste africana en un periplo cuya narración original, hecha en griego y titulada El viaje de Hannón (hay varias copias clásicas posteriores), cuenta cómo aquellos osados púnicos llegaron hasta el África ecuatorial, donde descubrieron unos extraños hombres que algunos analistas creen que hacían referencia a los pigmeos y otros a los gorilas.
No se sabe exactamente la fecha de ese viaje pero se calcula entre los siglos VII y IV a.C. Ello coincide cronológicamente -dentro de ese espectro de algo más de doscientos años- con el episodio de Himilcón, que también dio el salto a la navegación oceánica pero en su caso en dirección opuesta, hacia el norte bordeando la Península Ibérica y la costa francesa hasta llegar al Mar del Norte y recalar en las islas británicas. Sería así el primer explorador conocido que hizo ese itinerario, probablemente siguiendo el que realizaran antes los tartesios; así lo indica Rufo Festo Avieno.
Este autor, un cónsul romano que vivió en el siglo IV d.C, escribió una obra titulada Ora maritima -de la que sólo se conservan setecientos trece versos- que constituye un interesante tratado de geografía en el que quedan descrito el litoral europeo desde el norte al Ponto Euxino, el Mar Negro (de hecho, suele conocerse más bien como Las costas marítimas). Al parecer, toma como fuente principal el Periplo massaliota, de Eutimenes de Masalia, una especie de guía naval para comerciantes donde se especificaban las rutas comerciales seguidas por los marinos fenicios y tartésicos en la Edad del Hierro desde el sur ibérico hasta Britania; es decir, lo que hoy conocemos como la Ruta del Estaño.
El Periplo massaliota se ha perdido pero la obra de Avieno conserva más o menos esa información, ampliada con textos de otras fuentes como Éforo, Hecateo de Mileto, Helánico de Lesbos, Fileo de Atenas, Escílax de Carianda, Pausímaco de Samos, Damastes de Sigeo, Bacoris de Rodas, Euctemón de Atenas, Cleón de Sicilia, Heródoto de Turios y Tucídides. Su descripción de la Península Ibérica le resultó al célebre arqueólogo e historiador alemán Adolf Schulten lo suficientemente interesante como para usarla en su búsqueda, incansable pero infructuosa, de la localización exacta de Tartessos.
En la Ora maritima se incluye el relato de Himilcón, cuya intención seguramente era comerciar con estaño, que se daba especialmente en unas islas conocidas como Casitérides o Estrimnidas, de identificaciòn incierta.
Este mineral se usaba en pátina para proteger las joyas de oro, además de alearse con cobre para fabricar bronce; pero acaso el objetivo fuese contrarrestar los altos precios del plomo, metal con el que el estaño se combinaba para las soldaduras y que monopolizaba la colonia focea de Marsella (que tenía su propia ruta hacia el norte atravesando la Galia), aspirando los cartagineses a desplazarla desde su colonia de Gadir (actual Cádiz).
Entre esta referencia y otra de Plinio el Viejo se ha podido reconstruir aproximadamente cómo fue aquella singladura, siempre teniendo en cuenta, eso sí, que los relatos están trufados de la fantasía propia de la época, con alusiones a monstruos marinos, falta de viento, grandes bancos de algas que impedían avanzar a sus barcos y la existencia de un colosal abismo.
El sentido de esto era atemorizar a otros competidores para que no navegaran por allí; lo que nunca imaginó Himilcón es que la tremebunda imagen se enraizaría en la mentalidad de los marineros a través de los siglos.
Así, Himilcón habría zarpado quizá de Cartago y surcado el Atlántico rodeando el cabo San Vicente para avanzar en paralelo a la costa lusitana, recalando en Finis Terrae, en tierra de los oestrimnios, un pueblo que habitaba la actual Galicia y norte de Portugal, y que hacía su propia ruta marítima del estaño con el archipiélago británico, identificándose las islas de Arosa o las Cies con las mencionadas Estrimnidas.
Lo cierto es que no hay pruebas arqueológicas de tal pueblo y algunos investigadores lo sitúan también en la costa de la Bretaña francesa, al igual que esos territorios insulares. Himilcón habría seguido Cantábrico adelante hasta allí. Después, cruzó el Canal de la Mancha y arribó a las islas de Albión (Gran Bretaña) y posiblemente Ierne (Hibernia, o sea, Irlanda); Cornualles, donde se dice que fondeó, también era un centro minero rico en estaño.
Los periplos de Hannón e Himilcón/Imagen: Pinterest
Es cuanto sabemos de aquel periplo, que duró cuatro meses de ida y otros tantos de vuelta, y del propio Himilcón, al que algunas fuentes suponen hermano de Hannón.
Lazos familiares al margen, los historiadores actuales son más escépticos y creen que lo más probable es que Himilcón se limitara a explorar hasta el Cabo San Vicente y no pasara de allí. En cualquier caso, los respectivos esfuerzos de los dos marinos cartagineses no sirvieron para asentar rutas comerciales estables.
El 40% de la población española afirma ser consumidor de videojuegos, lo que coloca a España como cuarto país del continente europeo en número de jugadores. Estas cifras demuestran claramente que nos encontramos en un territorio gamer, que se ha ido estableciendo como tal desde los años 80, cuando salieron a la venta las primeras consolas conocidas.
El crecimiento de este sector ha sido altamente notable con respecto a sus comienzos, llegando a superar a la industria cinematográfica y a la musical. Cabe destacar que actualmente factura más de 1.000 millones de euros al año. De hecho, en 2016 sus ventas incrementaron un 9%. Tan solo otros tres países (Alemania, Francia y Reino Unido) sobrepasan estos datos.
Un estudio reciente elaborado por una web de anuncios establece que los españoles dedican unas 5,8 horas de lunes a domingo a este tipo de entretenimiento, también llamado gaming. La gente joven es la que más tiempo pasa utilizando un pc gamer, ordenador de gran potencia y rendimiento que permite sacar el máximo partido a los juegos instalados en él. El 78% de los adolescentes de entre 11 y 14 años se considera aficionado a este sector. En lo relativo al género, el más destacado es el masculino con un 55%, frente al femenino que ocupa el 45% restante.
Es posible disfrutar de los videojuegos en muy diferentes dispositivos y más ahora que las nuevas tecnologías están consolidando su posición en la sociedad actual. Sin embargo, en el pc gaming el aparato más utilizado es el ordenador (23%), seguido por consolas (22%), teléfonos móviles (19%), tablets (11%) y portátiles (10%). Se recomienda que tanto los jugadores ocasionales como los expertos tengan un ordenador de sobremesa adecuado para su afición.
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El Zui Qan, literalmente puño ebrio, es un antiguo estilo presente en diferentes artes marciales chinas, como el Kung-Fu, y que consiste en imitar los movimientos de una persona ebria.
Su origen es muy antiguo y se relaciona tanto con el budismo como con el taoismo. En el primer caso, el estilo budista procedería del famoso monasterio de Shaolin en la provincia de Henan, donde se desarrolló una práctica religiosa integrada con el entrenamiento físico, que daría lugar al arte marcial Shaolin Chuan (Puño de Shaolin).
Según la leyenda el emperador Li Shimin recompensaría a los 13 monjes del monasterio, que le habían ayudado a luchar contra una rebelión, permitiéndoles beber vino. Esto habría ocurrido hacia el año 621 d.C. y desde entonces algunos monjes Shaolin siguen consumiéndolo, a pesar de la prohibición budista.
Otras fuentes situan la introducción del estilo ebrio en tiempos de la dinastía Song, hacia 960-1279 d.C., cuando uno de los monjes llamado Liu Qizan se enfrentó y resistió al resto completamente borracho, lo que le valió los elogios del maestro. A partir de ahí los monjes adoptaron el estilo perfeccionándolo y refinándolo durante varias generaciones.
En el segundo caso, el estilo taoista esta basado en la leyenda de los Ocho Inmortales, un grupo de deidades de la mitología china que siempre actúan juntos y cuyos poderes pueden ser transferidos a determinados objetos. Es practicado dentro del Kung-Fu como una forma de engañar, distraer y atacar al oponente. Este estilo taoista es quizá el más conocido en Occidente, ya que es el que ha popularizado el actor Jackie Chan en todas sus películas.
Cartel de una película de Jackie Chan / foto jrneto2247.blogspot.com.es
El Zui Qan incorpora así algunos de los métodos de combate menos sofisticados y más inusuales de todas las artes marciales chinas. Está permitido golpear y agarrar al oponente, bloquearlo, esquivarlo, pero también fingir y engañar, pelear en el suelo y la lucha aérea.
La técnica básica es imitar los movimientos de un borracho, como si se tuviera el vientre lleno de vino, que fluye por el cuerpo aportando energía a los movimientos, utilizando posiciones extrañas e inusuales que, a primera vista, pueden parecer aleatorias e incómodas, pero que en realidad mantienen el equilibrio del cuerpo. Según se avanza en el manejo del estilo, se pasa a técnicas acrobáticas que requieren un alto grado de coordinación.
Según la Federación Internacional de Shaolin, en el Zui Qan los boxeadores vacilan, se caen y balancean como borrachos. Se trata de combinar una serie de movimientos, acciones y habilidades con el fin de confundir al oponente y alcanzar el triunfo.
Algunos movimientos del estilo Drunken Fist / foto kungfu-wushu.skyrock.com
La práctica de este estilo de arte marcial requiere una flexibilidad extrema de las articulaciones, unido a una gran destreza y coordinación, cuyo objetivo final es mantener la mente clara al tiempo que se muestra, en apariencia, estar ebrio. Por eso la táctica principal es fingir defensa cuando se ataca, y apuntar en una dirección pero atacar por la contraria.
Existen incluso diferentes niveles y grados de ebriedad que los combatientes pueden demostrar, en función del rango de sus movimientos y de la expresión de sus ojos.
En el siguiente video se puede ver una demostración de los movimientos del Zui Qan a cargo del español Marcelo Leal. Y en Drunken Fist vs Wushu una demostración de combate utilizando el estilo puño ebrio contra el tradicional Wushu.
En Gran Bretaña está generalizada la creencia popular en que desde la ocupación del país por los normandos de Guillermo el Conquistador en el siglo XI ningún ejército extranjero ha vuelto a pisar su territorio.
Si acaso, las islas del Canal de la Mancha, que la Alemania nazi ocupó durante la Segunda Guerra Mundial y nada más. Pero un vistazo a aquellos tantos años en los que compartió tensa historia con España revela que no todo se redujo al rechazo de la Armada Invencible; otras armadas, otros soldados españoles, desembarcaron en suelo británico en varias ocasiones.
Ya desde la Edad Media menudearon las incursiones en uno y otro sentido. Generalmente, las que zarpaban de Albión con destino a la Península Ibérica eran razias que tenían como objetivo el saqueo de las poblaciones costeras; a veces tenían éxito, como la que protagonizó Francis Drake a Cádiz, y otras se estrellaban contra las defensas locales, como la que el mismo marino hizo por el litoral gallego y portugués.
En sentido inverso también los marinos españoles atacaron sus islas, aunque en su caso solían ser expediciones más ambiciosas.
La primera reseñable sería la que dirigió Fernando Sánchez de Tovar, almirante de Castilla, como represalia por la destrucción de varios barcos castellanos en el puerto francés de Saint Malo, durante la Guerra de los Cien Años; gajes de la alianza firmada por Enrique II de Trastámara con el rey galo Carlos V.
Francis Drake visto por Jodocus Hondius/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
El episodio primigenio había ocurrido en La Rochelle en 1372, donde veintidós galeras hispanas habían derrotado a treinta y seis naos inglesas que se les oponían, llevándose un sustancioso botín de los catorce transportes que escoltaban.
A partir de ahí y a lo largo de la década se sucedieron las incursiones castellanas: Wight, Plymouth, Porthsmouth, Darthmouth, Lewes, Rye, Rottingdean, Folkestone, Winchelsea, Hastings, Poole, Jersey, Guernsey…
El Canal de la Mancha sólo tenía un dueño y se demostró poco después, cuando Tovar y el francés Jean de Vienne, remontaron el Támesis para llevar a cabo un asalto a Gravesend, una villa del extrarradio londinense que fue saqueada e incendiada junto a otras aldeas menores.
El cambio de siglo no supuso una tónica diferente. La guerra entre Francia e Inglaterra seguía activa y el monarca francés continuó requiriendo ayuda de Castilla. Enrique III el Doliente se la concedió y envió al corsario vallisoletano Pero Niño al mando de tres galeras bien pertrechadas para poner fin a las correrías enemigas por el Canal.
En 1405 Pero Niño se unió al galo Charles de Savoisy y juntos remontaron la ría de Cornualles, saqueando y dejando la región envuelta en llamas; después continuaron su campaña repitiendo acciones en Portland, Poole, Southampton para, más tarde,regresar y arrasar Jersey y otras islas.
Demos ahora un salto porque la unión dinástica de Castilla y Aragón, junto con la fusión con Portugal, el descubrimiento de América y la vinculación con el Sacro Imperio Romano Germánico, convirtieron a España en la primera potencia europea.
Y si Francia, en un primer momento tras la unificación de su reino al acabar la Guerra de los Cien Años, se había mostrado como el enemigo a batir, se rezagó tras la muerte de Francisco I y pronto quedó claro que Inglaterra opositaba también a esa plaza, especialmente tras su reforma religiosa.
El fracaso de la Armada Invencible tendría su reflejo en el de la Contraarmada de la reina Isabel; las espadas seguían en alto y seis años después, en el verano de 1595, los barcos españoles volvieron a sembrar el pánico en las islas británicas.
Fue en la conocida como Batalla de Cornualles y paradójicamente el objetivo inicial no eran los ingleses sino los franceses, que tenían como nuevo monarca a Enrique II de Navarra; éste era protestante y por eso recibió el apoyo de Inglaterra.
Felipe II, en alianza con la Liga Católica y Roma, envió al afamado Tercio de Juan del Águila, quien derrotó al enemigo una y otra vez hasta poner orden para después organizar una expedición de castigo a Gran Bretaña.
Embarcó tres compañías de arcabuceros en una pequeña escuadra de cuatro galeras y tomaron tierra en Cornualles, en el extremo suroeste de Gran Bretaña, asolando Mousehole, Newlyn, Paul y Penzance.
Se llevaron todos los cañones que encontraron y tan sólo registraron una veintena de bajas, que además no las causaron los ingleses sino una enorme flota holandesa con la que se toparon a la vuelta y de la que escaparon por poco.
Dos años más tarde se organizó una nueva armada de mayores dimensiones que la desgraciada en 1588: más de ciento sesenta naves y un ejército veterano cuya misión era, otra vez, conquistar el país y sustituir la monarquía anglicana por otra católica.
El destino quiso jugársela de nuevo a Felipe II y las tormentas propias del otoño desbarataron la empresa, si bien no hubo las pérdidas de la ocasión anterior. De hecho, siete de los barcos lograron llegar a tierra inglesa, a Falmouth, desembarcando cuatrocientos hombres. Aquella fuerza montó las correspondientes defensas mientras esperaba la llegada de los compañeros y del enemigo, pero ni unos ni otro aparecieron por lo que, al cabo de unos días, se optó por reembarcar.
En el contexto de aquella guerra anglo-española que empezó en 1585 y no terminaría hasta 1604, Juan del Águila volvió a cruzar el Canal a principios de septiembre de 1601, ya bajo el reinado de Felipe III. Esta vez el objetivo era Irlanda y más concretamente el puerto de Cork, que debía servir de cabeza de puente para una invasión, por lo que la flota llevaba cuatro millares y medio de hombres en una treintena de naves.
Pero una galerna las dispersó y en lugar de Cork tuvieron que arribar a Kinsale, a donde no llegó nunca la escuadra de Pedro de Zubiaur, una decena de barcos con casi setecientos soldados y la mayor parte de las provisiones. Por tanto, poco más de tres mil españoles se encontraron en tierra extraña en unas condiciones no muy ventajosas.
Las tropas construyeron dos fuertes y se atrincheraron mientras los barcos partían en busca de refuerzos. Entonces apareció un enorme ejército inglés que les triplicaba en número, a pesar de lo cual no fue capaz de romper las defensas montadas. Sin embargo, los refuerzos prometidos se perdieron en una nueva tempestad y únicamente se presentó un contingente irlandés.
La descoordinación y la defección de los irlandeses hizo que en la batalla de Kinsale se impusieran los ingleses, que no provocaron una escabechina mayor gracias al oficio de la infantería española. Al final, Juan del Águila pactó entregar las cinco plazas ocupadas a cambio de barcos y víveres para retornar a España… donde le esperaba un consejo de guerra; falleció antes de que empezara.
Inglaterra e Irlanda no fueron casos únicos y la bandera española ondeó también en Escocia, tras algo más de un siglo de descanso -que no de paz-. Fue en 1719, después de que la Guerra de Sucesión enfrentara una vez más a españoles y británicos por el apoyo de éstos al pretendiente Carlos de Habsburgo frente al candidato Borbón apoyado por Francia.
El problema sucesorio hispano, resuelto finalmente a favor de Felipe V, se trasladó entonces a las islas británicas, donde la impopularidad de Jorge I llevó al levantamiento de los partidarios de los Estuardo, personalizados en la figura de Jacobo III, quien tenía de su lado a irlandeses y escoceses además de los ingleses católicos.
Siguiendo un plan del cardenal Alberoni, ministro español, se envió a Escocia una escuadra compuesta por dos fragatas, a bordo de las cuales iban tres centenares de infantes de marina con la misión de proporcionar mosquetes (llevaban miles) y apoyo a la que era ya la tercera rebelión jacobita.
Se esperaba que ello desviara la atención inglesa, que mandaría allí sus fuerzas desguarneciendo su propio país y facilitando así el desembarco de un contingente más importante -unos cinco mil efectivos- en Cornualles, armando a los jacobitas locales.
Sin embargo, el tiempo volvió a jugar en contra impidiendo zarpar a la flota encargada de trasladar este ejército. Así, los infantes de marina quedaron solos y encima se encontraron con que los highlanders se mostraban remisos a empuñar las armas.
La guarnición española atrincherada en el castillo de Eilean Donan, medio centenar de hombres, fue duramente bombardeada por tres fragatas inglesas y sólo pudo resistir tres días. Los otros trescientos soldados se enfrentaron el 10 de junio al ejército inglés en la Batalla de Glen Shiel, ayudados por algunos clanes.
La artillería enemiga se concentró en mantener a distancia a los españoles -al fin y al cabo el hueso más duro de roer- y lanzó al resto de la tropa contra los escoceses, que no aguantaron el embate y optaron por irse aprovechando la bajada de la niebla, siempre con los hispanos cubriendo su retirada.
De aquel combate, que duró todo el día, quedan hoy algunos rincones de nombre etimológicamente obvio, como Bealach-na-Spainnteach (en gaélico, Paso de los Españoles) o The Peak of Spaniards (Pico de los Españoles).